Fútbol

Irán

Justicia injusta

Ronaldo pide al árbitro que revise en el VAR un posible penalti en el partido entre Marruecos y Portugal
Ronaldo pide al árbitro que revise en el VAR un posible penalti en el partido entre Marruecos y Portugallarazon

El VAR es el ejemplo sublime y estéril de «la siempre imperfecta certidumbre judicial» y puede acabar con la magia del fútbol, que hace posible el sueño de que el débil hinque la rodilla del poderoso

Entonces, ¡vaya susto!, España ganó a Irán 1-0, pero esa es otra historia. Francisco Tomás y Valiente (1932-1996), fue presidente del Tribunal Constitucional. Murió asesinado por ETA. Poco antes escribió sobre «la siempre imperfecta certidumbre judicial». El VAR no existía y el jurista, claro, no pensaba en el fútbol. Aquellas palabras, sin embargo, parecen esculpidas para el invento que puede desnaturalizar una de las esencias del fútbol, la incertidumbre. En los albores del deporte del pelotón, el británico Oscar Wilde (1854-1900), genio de las letras y esteta-progre del instante, dijo que «el rugby es un deporte de villanos practicado por caballeros y el fútbol, un juego de caballeros practicado por villanos». Más de un siglo después no está nada claro en qué categoría colocaría el poeta a Ronaldo, Messi, Neymar o Kane, la estrella inglesa, que pretende volar tan alto como los astros portugués, argentino o carioca. Lo mismo se podría decir de los grandes ídolos del rugby, inmensos y fornidos kiwis –neozelandeses–, aussies –australianos– o sudafricanos, dominadores del deporte del balón oval.

El VAR llega al fútbol desde el rugby, en donde el ensayo es la jugada definitiva. Cualquiera que haya visto un partido del deporte de contacto por excelencia sabe que cuando un jugador anota un ensayo, con frecuencia, un montón de adversarios y de compañeros lo sepultan en una mole humana. Para el árbitro es imposible discernir si ha posado el balón en el suelo tras la línea de marca o no. La apreciación arbitral es, simplemente, un albur y las cámaras permiten esclarecer el lance. También se aplica a otras jugadas, pero muy aisladas. Trasladar la experiencia al fútbol, donde todo es más obvio –y opinable– es un canto a la melancolía, que no impide que el «ojo de halcón», para discernir si el balón rebasa la línea de gol, tenga sentido, aunque nada supera a la observación imperfecta y falible del tirilla.

La grandeza del fútbol es su incertidumbre. Vujadin Boskov lo tenía claro: «El fútbol es impredecible porque todos los partidos empiezan cero a cero». Tenía razón. Es posible –y ocurre con alguna frecuencia– que un equipo mucho peor y que ha jugado mal gane a otro infinitamente mejor y que ha jugado mejor. Esa es la magia de un deporte que despierta pasiones planetarias. Casi todo es posible y el VAR es un intento vano de evaporar esa encanto. El suizo Zuber empujó al brasileño Miranda cuando marcó el gol del empate de su selección. Brasil ha pataleado porque el VAR no intervino. Puede ser injusto, pero hay algo de justicia bíblica o poética porque tampoco hubo «jogo bonito» de los «brasileros». Francia, sin merecerlo, ganó a Australia gracias al VAR y habrá más ejemplos tan inútiles como estériles. Sin el VAR, aunque había excepciones, el mejor equipo solía imponerse y de hecho, estadísticamente, apenas se daba en un 8 por ciento de los resultados. Ahora ocurrirá lo mismo, pero el invento es innecesario, porque liquidará el placer de que tu equipo gane de penalti injusto en el último minuto. Y porque impedirá que, al día siguiente de que tu equipo pierda de penalti injusto en el último minuto, sea posible poner como chupa de dómine al árbitro culpable en la barra del bar, la única verdadera. En resumen, el VAR, «la imperfecta certidumbre judicial», es la encarnación de una justicia injusta, para villanos o para caballeros. (Y sí, claro, España ganó a Irán, con VAR o sin VAR, que no influyó en nada, y ahora lo celebramos en el bar. ¡Vaya susto!).