Río de Janeiro

A la brasileña

La Razón
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Faltan medios. Los dedos se volvieron huéspedes, el petróleo bajó de precio y el dinero no llega. No pinta bien en Río. No van a ser éstos unos Juegos que pasen a la historia por la excelencia. La voluntad no es suficiente si el parné ha seguido la estela de numerosas cuentas en paraísos fiscales por ahí, en el extranjero. A papá Estado le llega el agua de Guanabara por debajo de las aletas de la nariz y mamá COI acude a tapar agujeros con un cerro de millones de euros. Pero es que son tantas las goteras... Ha aportado 520 millones (de euros) para poner en marcha el operativo de los Juegos y, por lo que se ve, no es suficiente. Ni con todo el oro del mundo que cayera en estos instantes sobre la atribulada población carioca se obraría el milagro de la resurrección. No hay manera. Es demasiado lastre, demasiadas insensateces, demasiados disparos con pólvora del rey y una trola más alta que el Pan de Azúcar.

No queda otro remedio que volver la vista atrás, hasta Pekín, para comprobar que Butarque no es el Bernabéu ni Mendizorroza, el Camp Nou. La comparación entre esos campos de fútbol resulta incluso absurda porque ni el Leganés pretende echar un pulso al Madrid con sus modestas instalaciones ni el Alavés al Barça. Pero la organización de unos Juegos Olímpicos es otra cosa, más parecida en el futuro a lo que Madrid propugnó en el pasado, esa austeridad en la que Rogge y sus adláteres se ciscaron, pero en cualquier circunstancia un acontecimiento magno.

Pero es que Lula no fue en plan modesto a Copenhague y, acaso precisamente por eso, el COI le compró la Torre Eiffel, la del Oro y, ya de paso, la pirámide de Keops. Barack Obama, ajeno a las componendas, viajó hasta donde se iba a cometer la tropelía para apoyar durante un par de horas a sus compatriotas de Chicago. Madrid se volcó en la presentación con la inestimable aportación de las más altas autoridades del país. Tokio, en su línea de martillo pilón, siempre un ocho sobre diez. Y Río, en el más allá, muy por encima del mundo con una sede más falsa que los duros de José María Tempranillo. Pura ficción. La ensoñación de un grupo de iluminados con la manga más larga que el brazo y una familia de buitres en la cabeza.

Hay que comparar, por eso. El comedor de los Juegos de Pekín, en el MPC (Centro de Prensa), con capacidad para 3.500 comensales y siete cocinas internacionales. Un lujo, como el resto de las instalaciones, de los accesos, de las propuestas, hasta la ceremonia de apertura. En Río, el comedor es una carpa poco más grande que una caseta de la Feria de Abril con colas interminables. El restaurante más «chic» despacha hamburguesas y bolsas de patatas. La escasez de medios es tan evidente que en la sala de prensa hay una cuarta parte de televisores que en Londres. Los voluntarios hacen equilibrios para agradar, pero les han quitado la red. Lo dijo Thomas Bach, «éstos van a ser unos Juegos a la brasileña». A ver qué demonios es eso. Suerte, Río.