Río de Janeiro

El Corcovado, la Rozinha y todo lo demás

Vista panorámica nocturna del monte del Corcovado, con el Cristo Redentor en su cima, y de la laguna Rodrigo de Freitas
Vista panorámica nocturna del monte del Corcovado, con el Cristo Redentor en su cima, y de la laguna Rodrigo de Freitaslarazon

Tráfico infernal, paisaje multicolor, naturaleza salvaje o falta de atención por el medio ambiente, edificios acorazados, muros para disuadir al hombre araña y el pretencioso luminoso del Motel Girasol en el serpenteante trayecto entre Barra y Botafogo. Está a la derecha, detrás de una pared más alta que la «luná»: «Reservas olímpicas. Apartamentos a partir de 75.00 reales 12 horas». Es Brasil. Es Río, la «Ciudad maravillosa», sin parangón en cuanto a contrastes.

En cada semáforo, un hipermercado ambulante. Las aceras, de tierra o de cemento bruto y asomándose a ellas negocios de neumáticos, borracherías, talleres, tiendas y agitación. El peligro no se aprecia; pero, por si acaso, los cristales del taxi son tintados y el conductor baja los seguros al subir el pasajero.

La carrera es pintoresca; manzanas de casas muy aparentes y humildes chamizos. Las terrazas, balcones y ventanas de los primeros pisos, protegidas con rejas, redes, incluso con unos cables que se antojan los pastores eléctricos que hace la tira de años vi por los Pirineos de Francia, para que el ganado no saliera a la carretera. Pasamos cerca de la estación de metro que se quedó lejos del proyecto final por falta de reales y ahora parece un «centímetropolitano» del que no se fían los cariocas en su última y olímpica ejecución. En el sur de Italia, en Sicilia sobre todo, tampoco es extraño topar con una autovía elevada partida en dos porque se acabó, o desapareció, el dinero para el empalme. Y se echa todo a perder.

Por fin veo arriba el Corcovado, no es una ilusión, es tan real y simbólico como el Puente de Brooklin en Nueva York. Postal de película. A los pies, Maracaná, el fútbol y algunas de las historias balompédicas más bellas jamás contadas. Continúan los contrastes. Entramos en un túnel de obra nueva y al cruzarlo me sugiere el taxista que mire hacia atrás. El espectáculo es inenarrable: la favela Rocinha de Sao Conrado, «la más grande de Latinoamérica», me informa. Ocupa 865.000 metros cuadrados, acoge a 57.000 habitantes en 16.999 domicilios. Habitáculos que, como plantas trepadoras, se suben unos encima de otros, sin licencia de obras, sin intervención de un arquitecto, sin estudios de suelo, un milagro de construcción que amenaza derrumbe.

No lo he visto, me lo han contado testigos de primera mano: por allí deambulan jóvenes de 16 años con fusiles más grandes que ellos. Me dicen que es para protegerse de extraños, de invasores de otros barrios, de la Policía. Forman barreras invisibles que no necesitan señales ni mojones para advertir de los límites. Atrás Rocinha, con el pensamiento entre sus calles, sus calamidades, su vida a salto de mata, sus matones y sus mafias, y la gente humilde que en algún sitio tiene que vivir, una hora después se acaba la carrera. 120 reales. Toda una experiencia.