Lo importante es participar
En México, la honrilla salvada (más o menos) por los Manolos y Gisbert
Las preseas logradas por Santana, Orantes y Gisbert en 1968, las únicas de la delegación española, no contaron en el medallero
Programado en la segunda quincena de octubre para combatir el calor insoportable de la capital azteca, México 1968 también simbolizó lo más crudo del invierno del deporte español, un erial en el que sólo las victorias de Manolo Santana y los asaltos a la Copa Davis, infructuosos por la invencibilidad de Australia, germinaban como tímidos brotes verdes. La delegación de 124 deportistas acudió a aquellos Juegos de la XIX Olimpiada acumularon tres diplomas por toda recompensa en el palmarés oficial. Sin embargo, la competición paralela de tenis sí deparó victorias que no computaron en el medallero por tratarse de un deporte de demostración.
Es cierto que las mejores raquetas del mundo, a excepción de Manolo Santana y de su amigo Nicola Pietrangeli, no acudieron a las pistas de tierra batida de los diversos clubes de Guadalajara (Jalisco), a 550 kilómetros de la sede principal de los Juegos. La leyenda española, muy admirado en México, convenció a Joan Gisbert y a un jovencísimo Manuel Orantes para conformar un potente equipo español en un cuadro cuyo segundo cabeza de serie era el estadounidense Herbert Fitzgibbon, un meritorio cuyo mejor resultado en Grand Slam eran los octavos de Roland Garros. Para «Supermanolo», el camino hasta la final resultó un paseo.
Más complicaciones tuvo que afrontar un Orantes que todavía no había festejado la veintena. En segunda ronda, se sobrepuso a la pérdida del primer set frente a Pietrangeli y en los cuartos, el mexicano Joaquín Loyo-Mayo, tercer preclasificado y especialista en pistas lentas, le infligió un 2-6 de entrada que obligó al granadino a remar contra el público durante más de cuatro horas. Apeado Fitzgibbon en las semis, la final 100% española fue un espectáculo soberbio, en el que tenis tenaz del novel exigió durante cinco intensos sets (2-6, 6-3, 3-6, 6-3 y 6-4) que Santana brillase con sus mejores trucos de magia.
Gisbert y Santana eran los primeros cabezas de serie en un torneo de dobles bastante descafeinado, ya que hubo de completarse el cuadro con parejas de jugadores procedentes de distintos países como sus rivales en semifinales, el francés Pierre Darmon asociado con el mexicano Loyo-Mayo. En la final, los españoles se las vieron con los locales Rafael Osuna y Vicente Zarazúa, una sólida dupla habituada a jugar junta en el circuito y que se impuso con facilidad en tres mangas (6-4, 6-3 y 6-4). Un oro dos y dos platas, pues, fue la cosecha ‘ad honorem’ que la delegación nacional se trajo de esos Juegos. Tres medallas para tres jugadores.
El tenis nacional inauguró de aquella forma, extraoficialmente, un palmarés olímpico que no ha dejado de crecer desde la reintegración del deporte de la raqueta al programa oficial, en Seúl 88, donde fueron plata Emilio Sánchez Vicario y Sergio Casal. Desde entonces, en todos los Juegos ha tocado metal la «Armada» con la única excepción de Londres 2012. Este verano sobre la tierra ocre de Roland Garros, el cahíz más español de todo París, muy mal se tiene que dar para que Rafa Nadal, Carlos Alcaraz y sus acompañantes no se suban una o varias veces al podio. Sería un sueño que repitieran el doblete, aunque ya no habrá final a cinco sets, firmado por Santana y Orantes en Guadalajara.
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