Obituario

Nos seguiremos riendo, Llamitas

Fernando Llamas, periodista especializado en ciclismo, falleció en la tarde de ayer. Un tipo único que alegraba la vida a los que tenía alrededor

Llamas, de blanco en el centro, en la salida de la etapa de Vitoria de la Vuelta 2022
Llamas, de blanco en el centro, en la salida de la etapa de Vitoria de la Vuelta 2022Archivo

«Lo que me pasa es que me he cogido el cáncer». Así, con esa manera tan suya de desdramatizarlo todo, nos contaba Llamas a los amigos su enfermedad. Como el que coge un resfriado. Con la misma sencillez con la que te contaba que había perdido el autobús que le habías dejado esperando veinte minutos antes de su hora de salida.

Siempre confiamos en que, con su capacidad para perderlo todo, también se dejaría olvidada esta enfermedad en cualquier rincón. Porque Llamas lo perdía todo. Y lo encontraba después como solía decir él para defenderse. Esa era su personalidad, tan grande que le sobraban hasta el nombre (Fernando) y el primer apellido (García). Siempre fue Llamas, Llamitas. «Un tipo genial», me dicen muchos de los que también fueron sus amigos.

Capaz de perder el coche en una salida del Tour, de perder un móvil en Andorra -«se me ha debido de caer con el bailongo», decía-, o el cargador en cualquier sitio. O lo que hiciera falta. Todo volvía, como aquel ordenador que regresó desde Polonia. Hasta el último momento, cuando Rosa, su mujer, me contaba que había perdido un audífono que estaba probando. «Está despistado», dijo él.

Tan despistado como aquel guiri que se le subió al coche en Marbella en una Vuelta y que no se quería bajar. «Se me ha montado un guiri color quisquilla en el asiento de atrás y que quería que le llevara no sé dónde porque pensaba que era un taxi», nos contaba después con ese «estilo Llamas» tan peculiar.

Era un gran generador de historias. Imposible recordarlas todas. Como aquella vez que nos preguntó en qué hotel dormíamos en Salamanca para venir a vernos y cuando llegó se encontró que no tenia habitación. Había reservado para el mismo día, pero del mes siguiente. Las cosas de Llamas. Menos mal que nosotros tampoco teníamos habitación en aquel hotel.

Una más que asumía otra vez con una sonrisa. Su sonrisa de siempre. Esa con la que hacía más fácil la vida de todos los que tenía alrededor. «Él estaba en una tragedia y nosotros en una comedia», decía el único día que discutimos con Carabias mientras Ainara intentaba pacificar con una vaca finlandesa de por medio. Nada grave. Él siempre elegía la comedia. Pocas veces le vi perder la paciencia. Quizá en aquella Vuelta que hicimos juntos, cuando conducía yo y me salté dos veces la misma salida. Era para perderla, la verdad. Era imposible enfadarse con él.

Siempre dije que cuando Llamas y alguno más se jubilara dejaría de el ciclismo. No le ha dado tiempo a jubilarse de esta profesión que le trató mucho peor de lo que merecía cuando se ha ido. El cáncer. El puto cáncer. Ahora todo tiene mucho menos sentido que ayer. El ciclismo, como todo, es su gente. Y sin Llamas todo es mucho peor. Ya no habrá más Vueltas como las de antes, ya no se quejará de que le llevamos en la perrera y no nos oye, ya no habrá más comidas con el Gordo quejándose de que nos han cobrado 20 euros por un tomate o de que en su barrio conoce un sitio en el que se come más barato. He llamado al Gordo y me ha vuelto a hablar de las vacunas y ahora echo de menos a Llamas para reírnos otra vez de las cosas de siempre.

«Lo paso genial con vosotros», nos dijo el domingo después de hacer la última porra de este Tour. Se estaba despidiendo y no lo sabíamos.

Hemos llorado mucho por saber que te vas y seguiremos llorando. Y seguiremos riéndonos. Y así seguimos, llorando y riendo a la vez al acordarnos de ti. Pregunta a Ainara. Siempre has sabido cómo hacernos reír aunque fuera sin querer. Sólo porque eras así. Y lo seguirás haciendo. Te queremos mucho, Llamitas.