Opinión
Alcaraz, un becario de los buenos
Carlitos ha llegado para que el adiós del mito no sea tan duro
Los aficionados españoles se despiertan bañados en sudor cuando el momento en el que Nadal anuncie su retirada se les aparece en sueños. Pocas frases resultan tan difíciles de verbalizar para los amantes del deporte que la de «Rafa se tiene que acabar algún día». ¿Qué vamos a hacer sin Rafa? Él ha estado ahí toda la vida, o todo este siglo al menos, y supone una especie de pilar al que agarrarte. Sabes que no te va a fallar, es ese amigo que siempre te contesta al teléfono cuando lo necesitas y encima es majo. Ese primo lejano al que ves una vez cada diez años en las bodas y no sólo es que temas que los novios te pongan con él en la mesa del banquete, es que haces una llamada para sugerirlo. Porque te lo vas a pasar bien seguro y si cierran la barra libre muy pronto, él te va a hacer un gesto de: «No te preocupes, nos tomamos la última en otro lado». Nadal ha sido la felicidad de los que se levantaban del sofá para gritar sus «nadaladas» pero nadie es eterno, ni el de Manacor... Bueno, quizá Modric, sí, pero nadie más.
Y como los dioses de los locos de los deportes aprietan, pero no ahogan, resulta que nos han mandado a la tierra, a la batida, a la pista dura y ojalá que a la hierba de Wimbledon, al mejor heredero. Otro yerno ideal, siempre sonriente, también portentoso en lo físico, que volea de manera alucinante y hace dejadas con la técnica de los veteranos de urbanización que ya no pueden correr y perfeccionan sus maldades con los contrarios.
Alcaraz ha llegado para que el adiós del mito no sea tan duro, si eso es posible, y por eso el público está más ansioso por ver un enfrentamiento entre los dos en Madrid que por presenciar un Nadal-Djokovic. Rafa tiene por fin un becario de esos que rápidamente sabes que llegará lejos y tendrás que pedirle trabajo en el futuro.
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