Estado de alarma

Un modelo económico con demasiadas fisuras

Es hora de reflexionar sobre el futuro, pero con soluciones distintas. El sistema que teníamos siempre se rompe por las partes más débiles

Pepe Álvarez

El 21 de junio se cumplen cien días del estado de alarma decretado por el Gobierno como consecuencia de la pandemia de la Covid-19. Nada nos hubiera hecho pensar aquel 14 de marzo que tanto nos iba a cambiar la vida durante este periodo. Han sido días difíciles colectivamente, probablemente los más difíciles en este país desde la Guerra Civil. Nada ya es igual, ni nada volverá a serlo. Especialmente para todas aquellas familias que visto arrebatada la vida de sus seres queridos, para todos aquellos que han sufrido o sufren aún la enfermedad, para todos aquellos que están sufriendo las consecuencias sociales y laborales de la epidemia, y en definitiva para todos y cada uno de nosotros, que hemos comprobado cómo puede cambiar la realidad de millones de personas en apenas unos días.

Fragilidad

También hemos podido comprobar la fragilidad de nuestra sociedad, de su mercado laboral -capaz de destruir un millón de empleos en una semana-, de su sistema sanitario y asistencial -que presumíamos que era el mejor del mundo hasta que llegó una pandemia y nos dió de bruces con la realidad-, de su sistema económico y productivo -que han sido abandonados a un mercado basado en el dumping social, con la consecuencia de la inexistencia de tejido productivo en sectores estratégicos laminados por una competencia imparable, con un tejido industrial que ha demostrado su incapacidad para atender ciertas necesidades básicas en materia sanitaria-. Hemos constatado, también dolorosamente, que la apuesta por una economía basada en el sector servicios y que abandona el sector industrial al «libre mercado» supone un desastre para nuestras aspiraciones de construir una sociedad avanzada. Hemos comprobado que, frente a otros países en la misma situación, nuestra legislación laboral favorece la destrucción masiva de puestos de trabajo. De nuevo, y parece que no nos cansamos, hemos sufrido la dura enseñanza de que dejar al mercado actuar con plena libertad desampara de forma absoluta a los más expuestos. Pero también hemos sido capaces de darnos una lección de humildad pero también de generosidad y orgullo a nosotros mismos. De un día para otro nuestras calles se vaciaron como consecuencia de un real decreto pero, fundamentalmente, gracias al civismo colectivo de los ciudadanos y ciudadanas de nuestro país. También nos dimos cuenta de que, a pesar de ser uno de los países de Europa a la cola en materia de digitalización, fuimos capaces De mantener en pie nuestro país teletrabajando.

Fundamentales y esenciales

Y también nos ha servido para darnos cuenta de lo fundamentales que son los trabajadores y trabajadoras de los servicios esenciales, a muchos de los cuales pagamos con míseros salarios y precarias condiciones de contratación y trabajo: desde los sanitarios hasta nuestros policías, pasando por nuestros agricultores, los trabajadores del supermercado o el personal de limpieza, por citar solo algunos de ellos. Y en este capítulo no me puedo olvidar de los delegados y delegadas sindicales y en concreto de los 90.000 de UGT, que día a día durante la pandemia continuaron defendiendo los intereses y derechos de millones de trabajadores. Tantos y tantas que cada día han hecho posible que se pudiera mantener el confinamiento. Y muchos de ellos que pagaron su dedicación con la enfermedad o incluso con su vida. A todos ellos, gracias. Nunca les podremos agradecer suficientemente su trabajo.

También ha servido para generar una red de derechos para garantizar que nadie se quede en el camino. Hemos logrado (y UGT en primera persona) que el Gobierno haya movilizado recursos como nunca se había hecho y hayamos logrado tejer una red de mecanismos para preservar el empleo, proteger a los que lo han pedido y asistir a los más vulnerables, como hasta ahora no había existido. Centenares de miles de puestos de trabajo se han salvado temporalmente gracias a las soluciones de ajuste temporal, mediante ERTE legislados por el Gobierno, y propuestos antes del estado de alarma por los sindicatos. Cientos de miles de familias estarán amparadas por la red de protección social. España está protegiendo rentas a más de 6 millones de personas (ERTE, nuevas prestaciones, cese de actividad para autónomos…). Un 30% de la población ocupada antes del estado de alarma. Una cifra sin precedente, que, sin embargo, en términos de porcentaje sobre PIB, supone una menor cuantía de transferencias directas que países como Francia o Alemania.

Lecciones

La crisis de la covid-19 nos ha situado ante un espejo. Un espejo en el cual advertimos nuestras carencias y defectos en cada país y en el propio modelo de construcción europea. Un espejo que nos enseña que Occidente también es vulnerable y sus ciudadanos y ciudadanas están expuestos ante la adversidad. Son muchas las lecciones que podemos sacar de esta crisis. Seríamos unos insensatos si, una vez más, las dejamos caer en saco roto. La estrategia de salida de la crisis no se puede limitar a una serie de recetas que nos vuelvan a situar en el mismo mundo anterior a la epidemia. Es imprescindible la intervención del Estado en sectores estratégicos de la industria, de los suministros esenciales, o de los servicios financieros, es imprescindible para asegurar una respuesta adecuada a esta crisis, pero también para modificar el erróneo camino que seguíamos hasta ahora. Tenemos que mejorar nuestros servicios públicos y especialmente nuestro sistema sanitario. cualquiera ha podido comprobar que contamos con unos servicios públicos que requieren de más recursos presupuestarios, de personal y materiales frente al cataclismo sanitario que se nos ha venido encima. Nuestra sanidad se ha visto tensada hasta niveles insoportables. Y nuestras residencias de mayores se han convertido en un foco de la enfermedad y en un lugar de muerte sin remedio para muchos.

Modelo productivo

Es necesario un cambio de modelo productivo basado en la industria y en un sector turístico que prime la calidad frente a la cantidad, incluido el plano laboral. Y precisamente tenemos que mejorar nuestra sistema laboral, que se basa en mantener un alto porcentaje de empleos precarios, y por eso debemos cambiar nuestra legislación laboral. No vale para momentos de crisis, y tampoco para momentos de bonanza. Solo se ceba en los más indefensos. Es también esencial un cambio en la política fiscal que determine mayores recursos para aspectos vitales para nuestra sociedad como la sanidad pública y la investigación. Para hacer un país más social, más igualitario, equitativo, justo y solidario. La caridad no puede sustituir a la justicia social, y no podemos permitir colas del hambre en nuestro país.

Y lo que no es menos importante, Europa no puede abandonarse a las insolidarias soluciones de nación; eso supondría el fin de un proyecto histórico valiosísimo que ha dado paz y riqueza a nuestro continente. En estos momentos se está discutiendo el futuro de la Unión Europea porque ése es el verdadero fondo del asunto. La financiación que requiere la estrategia que exigimos no va a caer del cielo, y por eso es imprescindible, y así lo reclamamos, aumentar los recursos de la Unión Europea con nuevos impuestos y actuaciones fiscales. Después de cien días de estado de alarma, es hora de reflexionar sobre el futuro, pero con soluciones distintas. El modelo que teníamos hasta ahora tiene demasiadas fisuras y siempre se rompe por las partes más débiles. No persistamos en el error. Cien días dan para mucho, para cambiarnos la vida.