Descontento social

UGT, CC OO y el Dr. Hackenbush

El ridículo que llevan haciendo los dos sindicatos de clase desde hace diez meses solo les conduce a la irrelevancia y debilita la economía

Hay sindicatos que van camino del más puro marxismo: el de Groucho Marx y sus secuaces hermanos. Una de las escenas más memorables de los maestros del humor absurdo, cuyo ingenio trasciende color y siglos, pertenece a «Un día en las carreras». En esta obra maestra de 1937, cuando gracias a Dios el sonido nos permitió degustar los desternillantes soliloquios de un genial cómico armado con un bigote y un habano, el siempre «quijotesco» Groucho -un veterinario en el filme- se hace pasar por el doctor Hackenbush para salvar a un hospital de la voracidad de un ambicioso magnate.

En pleno desvarío de surrealismo marxista y ante las indagaciones del rico Whitmore para confirmar con el Colegio de Médicos de Florida la identidad de Hackenbush, Groucho se hace pasar a su vez por el coronel Hawkins, del registro de colegiados, y armado con unos papeles con los que golpea las aspas de un ventilador y de un dictáfono interrumpe a conciencia la conversación al grito de «no le oigo, hace un viento espantoso en Florida».

Algo parecido les sucede a los sindicatos UGT y CC OO, quienes están llegando al mismo nivel de surrealismo, en este caso «sanchista». En una escena aún más cómica, un grupo de sindicalistas se manifestaron en Badajoz al grito de «Agua y gas, derecho universal». Así, hasta que el jefe del cotarro, armado de un megáfono, cayó en la cuenta de que no era «agua» lo que había que reivindicar en pleno chubasco, sino «luz y gas». Y los manifestantes cambiaron raudos las consignas sin un solo reproche al Gobierno. Faltaría más.

La buena salud de los sindicatos es fundamental para la aseada marcha del mercado laboral y de la economía nacional. En este sentido, los líderes de los sindicatos de clase, Unai Sordo (CC OO) y Pepe Álvarez (UGT) deben abandonar el seguidismo que están demostrando para exigir medidas al Gobierno, que es el responsable de las políticas del Estado, salvo que solo gobiernen para lo bueno y dejen lo malo en el limbo o se lo endiñen a Putin o a las regiones, como ocurrió con la gestión estricta de la pandemia.

El ridículo que acumulan ambos sindicatos desde junio de 2021, hace diez meses, cuando la inflación comenzó a desbocarse y los trabajadores empezaron a perder poder de compra solo les condena a la irrelevancia.