
Opinión
Tasa de basuras: huele a impuesto
Da igual si reciclas compulsivamente, si produces medio kilo semanal o si haces vida espartana y vives con lo justo, todos pagan en función de criterios como la superficie de la vivienda que nada que ver con la generación de residuos

Hay inventos humanos que merecen admiración como la penicilina, Internet, la bombilla, la electricidad o el avión, pero ninguno llega, ni de lejos, a la creatividad infinita de algunos políticos para encontrar nuevas formas de meter la mano en el bolsillo del ciudadano sin sonrojarse y esperando que les sigan votando.
El último hallazgo es la llamada tasa de basuras, ese tributo cuya mera denominación ya es toda una declaración de principios, si suena mal, peor huele.
Los ayuntamientos repiten que no se trata de un impuesto sino de una tasa destinada a un servicio específico, pero ya estamos hartos de estos malabarismos lingüísticos, auténticos disfraces de etiqueta a lo que no deja de ser un nuevo intento de sacarnos más dinero.
Aquí conviene recordar un detalle que los ayuntamientos prefieren esconder debajo de la alfombra o, en este caso, dentro del contenedor, que la recogida de residuos ya estaba financiada vía IBI, ese impuesto que para muchos hogares es ya un pequeño impuesto al patrimonio encubierto.
Pero lo más gracioso es que esta tasa no mide cuánta basura genera cada hogar y da igual si reciclas compulsivamente, si produces medio kilo semanal o si haces vida espartana y vives con lo justo, así que todos pagan en función de criterios, como la superficie de la vivienda, nada que ver con la generación de residuos.
Y todavía hay una vuelta de tuerca más porque las viviendas vacías también pasan por caja, no vayamos a pensar que, estando cerrada, sin inquilinos y sin generar residuos, está exenta, grave error, porque ese apartamento que tenemos en la playa también genera basura, pero fiscal, en forma de factura esperando en el buzón.
Las administraciones suelen defender la tasa con argumentos solemnes como la sostenibilidad, coste real del servicio o equidad, pero, al final, el resultado es el mismo de siempre, el ciudadano paga más, recibe lo mismo y tiene la sensación creciente de que lo tratan como una fuente inagotable de ingresos.
Hay que reconocer que la imaginación y la creatividad política no tiene fronteras, especialmente cuando la obra de arte la pagamos nosotros.
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