Opinión

Importa el virus, no la imagen de Sánchez

La prioridad absoluta es parar la propagación de la epidemia, ahora, que todavía hay tiempo, adoptando aquellas medidas que se consideren necesarias, por difíciles que sean, como ha hecho Madrid.

Es perfectamente comprensible la preocupación del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ante las consecuencias negativas que la crisis sanitaria del coronavirus puede provocar en el conjunto de la economía española. Es más. Se trata de un temor compartido por la mayoría de las agentes sociales y, especialmente, por la empresas más amenazadas en el sector del turismo y del transporte, que, según los últimos cálculos, pueden costar a España hasta un punto de PIB. Dicho esto, que, por otra parte, es de dominio público, se equivocaría gravemente el Gobierno si no entendiera que, en estos momentos, la prioridad absoluta es parar la propagación de la epidemia, ahora que todavía hay tiempo, adoptando aquellas medidas que se consideren necesarias, por difíciles que parezcan, como ha hecho la Comunidad de Madrid, o por mucha resistencia que opongan las autoridades locales, como las de la Comunidad Valenciana, empeñadas en salvar las Fallas, al parecer, más atentas a intereses electorales que a la lucha contra el virus.

En este sentido, no sólo es llamativa la práctica ausencia pública del jefe del Gobierno a lo largo de la evolución de la crisis, sino, también, la pasividad del conjunto del Gabinete que, salvo las desafortunadas intervenciones del ministro de Sanidad, Salvador Illa, han mantenido sus agendas políticas, incluso alentando concentraciones multitudinarias en zonas de contagio, y participando en las mismas, en lo que cabe interpretar como una bien intencionada actitud de no provocar más alarma, pero que, a la postre, se revelará como un error.

Porque la progresión de la epidemia, que ayer supuso nada menos que la duplicación de contagios en comunidades autónomas como Madrid, La Rioja y el País Vasco, sigue un patrón muy parecido al italiano, con el agravante de que en España habíamos gozado de una semana de ventaja y, durante los primeros momentos, los servicios sanitarios fueron capaces de determinar el origen foráneo de casi todos los infectados por el coronavirus. Esperar, como indicó ayer el presidente del Gobierno tras su reunión en la sede del Ministerio de Sanidad –donde ni siquiera compareció ante los periodistas, como si su figura tuviera que ser preservada de las malas noticias– a una supuesta batería de medidas procedentes de la Unión Europea es, insistimos, un error. Como lo ha sido, y esperemos que no irremediable, que el Ejecutivo no haya montado un gabinete de crisis que coordinara la respuesta a nivel nacional, optimizando unos recursos que empiezan a dar muestras de fatiga en las zonas más afectadas, y decretado un estado de emergencia que, cuando menos, hubiera evitado las trabas administrativas que, como denuncian las asociaciones de médicos, dificultan que los especialistas en infectología trabajen a plena disposición en los distintos centros hospitalarios.

Por otra parte, se extiende entre la opinión pública la percepción de que el Gobierno va por detrás de los acontecimientos, lo que puede llevar a la desconfianza ciudadana, pese a que el comportamiento general de la población es de calma y serenidad. Y, finalmente, permítasenos una reflexión al hilo de las noticias que llegan desde el origen de la epidemia, la ciudad china de Wuhan, y desde Corea del Sur, país con alta incidencia de infecciones, que dan cuenta de un descenso en el ritmo de contagios. En ambos lugares, –como en Alemania, Francia, Italia e Irlanda, se han tomado medidas de restricción de las actividades sociales y, en algunos casos, de la movilidad– que se están demostrando eficaces. Esa parece ser la mejor vía para detener la expansión de la epidemia, –junto con la interiorización de las medidas individuales de protección que vienen aconsejando las autoridades–, pero que hay que tener la decisión de aplicarla.