Editorial

Normalizar a Bildu es un error político

Los últimos movimientos del partido heredero de ETA, Bildu, no operan sólo con el objetivo de liberar o, en su caso, reducir las condenas de los terroristas presos, sino, también, en la búsqueda de la naturalización política del movimiento abertzale, imprescindible para rendir los últimos escrúpulos morales de un sector de la izquierda de la sociedad vasca que tiene muy presente lo que significaron la banda y su brazo ideológico en la tragedia del terror sufrida por España, con mayor ensañamiento en el País Vasco.

De hecho, no es posible negar que el fin de la violencia terrorista ha supuesto una cierta recuperación del voto de Bildu –que pasó del 21 por ciento de los apoyos obtenidos en las elecciones autonómicas de 2016 al 27 por ciento de las últimas, celebradas en 2020–, a pesar del surgimiento con fuerza en la región de la opción de Unidas Podemos, lo que permite a los abertzales aspirar a un «sorpasso» sobre el PNV. No es cuestión, sin embargo, de entrar en futuribles, pero sí advertir del error político que supondría colaborar en el blanqueamiento de una formación de extrema izquierda nacionalista, como es Bildu, que se envuelve en subterfugios para no condenar la violencia etarra y tratar de reparar el daño causado y, además, con unos planteamientos económicos que se enmarcan en un populismo de libro y que, y es importante destacarlo, mantiene vivo el entramado de grupos y organizaciones «sociales» que dieron cobertura al terrorismo.

Simplemente, se hace muy cuesta arriba entender qué puntos de encuentro puede haber, que no sean de oportunismo político coyuntural, entre un partido de raíz socialdemócrata, que se incardina en el ámbito del centro izquierda, como es el PSOE, con los herederos de ETA. Ciertamente, de mantenerse la actual relación de fuerzas, es perfectamente factible la creación de una alianza tripartita, que incluyera a los socialistas y a Podemos, para desalojar al PNV del Gobierno autónomo y de otras instituciones, pero no creemos que la radicalización política y social resultante fuera una buena noticia para el conjunto de la sociedad vasca.

Con un problema añadido, que parece difícil que Bildu, con los actuales o los nuevos dirigentes, pueda asumir el coste interno de renunciar a su estrategia penitenciaria, que, sin duda, es la piedra de toque de cualquier alianza con los abertzales, pero que pone al Gobierno de Pedro Sánchez ante el abismo de facilitar unas excarcelaciones de terroristas que la opinión pública española no entendería nunca y que, por supuesto, acabaría por pasar factura electoral a los socialistas. No se trata de lamentarse, menos anticipadamente, por los problemas que pueda suponer al PNV un giro de tal naturaleza, pero, con todas las cautelas que se quieran poner, esa supuesta alternativa al nacionalismo pactista de un partido en la órbita de la democracia cristiana no parece buena opción.