Editorial

Hipoteca ideológica y asfixia energética

El intervencionismo energético y las prohibiciones, que predica el Gobierno como terapia, distorsionan y falsean el mercado y multiplican las tensiones y los problemas

Los jefes de Estado y de Gobierno de la UE están determinados a atajar la escalada de los precios de la energía que lastran a las economías del continente, exhaustas ya por los efectos de la pandemia y también, aunque lo silencien, por un repertorio contumaz de errores de planificación y desarrollo en el marco de la lucha por un planeta sostenible. El recurso de cargar la factura financiera, social y política sobre el autócrata del Kremlin es un simplista truco de salón para sortear el debate real y diluir responsabilidades de los gobernantes sobre el empobrecimiento de las familias y la ruinosa espiral de las tarifas. El presidente del Gobierno iniciará la próxima semana una gira por varios países de la UE con el objetivo de aunar una propuesta para «frenar la escalada irracional del precio del gas». Sánchez y su gabinete necesitan cobijarse bajo el paraguas global de la Unión para asegurarse salidas europeas que mitiguen la bronca social en casa a vueltas con un modelo y una política que no responden con eficiencia a lo que España necesita y que han disparado nuestra vulnerabilidad. La invasión de Ucrania ha convulsionado el mercado por la extraordinaria exposición de algunos países europeos, especialmente Alemania, a los hidrocarburos rusos. No debiera ser el caso de España, cuyas carencias e inquietudes, en todo caso, no resultarán menores. La clave para el futuro es tan sencilla como compleja y pasa por alcanzar la independencia energética sin veleidades ni vetos ni tacticismos políticos en el diseño de la mejor oferta y el mix más eficiente en todos los sentidos, práctico y posible. El caso alemán ha sido paradigmático sobre los efectos de someterse a la quimera de la ideología acientífica y tóxica. Querían erradicar las nucleares y están ahora en un proceso de reapertura acelerada de las centrales de carbón. Europa puede despertar de una ilusión idealista con el reconocimiento de la nuclear y el gas como energías verdes. Según Goldman Sachs, la UE dejará de priorizar la reducción de las emisiones de CO2 –un impuesto encubierto– y apostará por la seguridad energética: más carbón, más nuclear y más producción interna de gas. Sería una reacción sensata contra clichés absurdos y contraproducentes en los que la izquierda se ha manejado de manera tan extraordinaria para sus intereses como desastrosos para la gente. Con la mayoría Frankenstein, la más sectaria del continente, en nuestro país el camino hacia la racionalidad que apunta Bruselas será tortuoso, casi imposible. España no debería renunciar a ser autosuficiente e incluso exportadora neta. Como publica LA RAZÓN, poseemos gas y petróleo en el subsuelo en volumen extraordinario, superior al PIB, que deberían extraerse por «fracking». Pero de nuevo se ha tropezado con el sectarismo ideológico de la izquierda contra una técnica que convirtió a EEUU en el mayor exportador de gas cuando era importador neto. Con un mix lógico, la presión de los precios sería otra. El intervencionismo energético y las prohibiciones, que predica el Gobierno como terapia, distorsionan y falsean el mercado y multiplican las tensiones y los problemas. Mientras, el Ejecutivo se lucra con el 50% del precio de los combustibles y el 40% de la luz.