Editorial
Un gobierno agotado con líos a diario
Si algo mantiene cohesionado y firme a la coalición, no es, por supuesto, el proyecto común que no existe, sino la ambición de poder
Cuesta encontrar un proyecto del gobierno de coalición que se haya promovido con la conformidad plena de socialistas y comunistas desde su gestión hasta su aprobación. Puede que no lo haya, y que las diferencias hayan sido maquilladas para salvar la apariencia de unidad. En la mayoría de los casos, ese propósito no ha llegado a buen puerto, porque el encono en la disputa política ha resultado inocultable. En ese pulso permanente en el seno del gabinete, que hace ya tiempo que trascendió el mero ámbito de las diferencias programáticas e ideológicas para saltar al terreno de las relaciones personales, ha habido un componente de peso estratégico en la lid permanente por un electorado de espectro compartido. En este terreno, Unidas Podemos ha sido especialmente virulento y contumaz en la brega por el temor real a que los réditos de la gobernabilidad, muchos o pocos, fueran para el partido hegemónico, en este caso el PSOE, en detrimento del minoritario. Todas las experiencias previas de colaboración entre fuerzas de una misma órbita política han reforzado esa dinámica y la evolución demoscópica de los socios del gabinete hasta la fecha lo ha corroborado. Así que el bloque que al menos oficialmente lidera Yolanda Díaz ha hecho valer con determinación su peso en el seno del Ejecutivo y no le falta razón cuando se jacta de que una buena parte de las principales iniciativas ideológicas de Moncloa llevan su timbre y son más homologables con la doctrina de la extrema izquierda y radical que con un proyecto convergente con la socialdemocracia europea cuya huella nos parece indetectable en los posicionamientos del sanchismo. Varias de las medidas como el «solo sí es sí», la Trans, el intervencionismo del mal llamado escudo social, la ley Mordaza que se cuece, la ley de Vivienda, la reforma de la Justicia, la del aborto o el fin de sedición, entre otras, se han convertido en una refriega publicitada entre los socios. La prórroga del decreto anticrisis, que se aprueba hoy en el Consejo de Ministros, ha sido el último episodio de los encontronazos que han caracterizado una acción de gobierno en la que las formas dejaron de ser relevantes en pos de la influencia, el poder y la impronta del triunfador ante la opinión pública. Varios portavoces podemitas descargaron ayer la presión sobre los socialistas por su presunta resistencia a secundar sus recetas sobre alquileres, hipotecas, cesta de la compra y transporte. Nada nuevo. Veremos cuánto peronismo es capaz de asumir Sánchez, aunque nos tememos lo peor, dada la pulsión del propio inquilino de La Moncloa y su afán por el gasto incontrolado. Si algo mantiene cohesionado y firme a la coalición, no es, por supuesto, el proyecto común que no existe, sino la ambición de poder y el deseo de conservarlo como sea. Ese fin lo justifica todo a costa de España y los españoles.
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