Editorial

Francia mira otra vez al sur de Europa

El de Barcelona es el tercer Tratado de Amistad y Cooperación que firma París tras los de Alemania, en 1963, e Italia, en 2021. La simple cronología explica el giro en la política europea gala, en unas circunstancias marcadas por el agotamiento del llamado «eje francoalemán»

Desde ayer, España y Francia están unidas por un «Tratado de Amistad y Cooperación» que, más allá del marco de la Unión Europea, consolida y refuerza la relación bilateral entre dos países estrechamente vinculados económica, cultural y políticamente, pero, al mismo tiempo, con intereses nacionales contrapuestos que es preciso superar. Para entender la importancia que el presidente galo, Emmanuel Macron, otorga al Tratado baste señalar su presencia en Barcelona, con la plana mayor de su gobierno, pese a la convulsión ciudadana que atraviesa la República francesa, en plena oleada de huelgas contra la pretensión gubernamental de endurecer las condiciones de la jubilación, una de las más favorables de Europa y, por lo mismo, insostenible.

Pero tampoco conviene minusvalorar la participación de la parte española en el acuerdo, entre otras cuestiones, porque nuestro país no había firmado un tratado semejante más que con Portugal, con efectos altamente positivos para las dos capitales ibéricas. En el caso francés, el de Barcelona es el tercer Tratado de Amistad y Cooperación que firma París tras los de Alemania, en 1963, e Italia, en 2021. La simple cronología explica el giro en la política europea gala, en unas circunstancias marcadas por el agotamiento del llamado «eje francoalemán», con sonadas discrepancias en materias tan sensibles como la energía y la defensa.

No es cuestión de glosar ahora lo que suponen desde todos los puntos de vista las relaciones con Francia, con un volumen de intercambios comerciales que, en 2021, llegó a la cifra récord de 78.200 millones de euros, y unas inversiones cruzadas por encima de los 100.000 millones, pero sí de destacar que, en las últimas décadas, se han ido superando los conflictos enquistados en materia agraria y de seguridad. Permanecen, sin embargo, diferencias de fondo que el Tratado debería solucionar. Por ejemplo, el cierre de pasos fronterizos, que París justifica en la falta de voluntad española de controlar la inmigración ilegal, las deficiencias en las conexiones viarias y, sobre todo, la política energética francesa, demasiado subordinada a sus propios intereses.

Cuestiones de fondo en el orden del día de ambas delegaciones lo que, sin duda, habrá dejado en anécdota más o menos simpática el vodevil del gobierno nacionalista catalán, con un Pere Aragonés escapando por la puerta de atrás de la ceremonia de inauguración y la interpretación de los himnos nacionales, mientras, todo hay que decirlo, fuentes gubernamentales galas reafirmaban el compromiso indeclinable de la República Francesa con la defensa de la integridad territorial de España. En definitiva, como ya hemos señalado, París confirma su giro hacia la Europa del sur, de la que también forma parte, en un viraje estratégico notable que es preciso aprovechar.