Editorial

Un atajo electoral con más de oportunismo que de audacia

No le será fácil a Pedro Sánchez devolver el espíritu de combate a un PSOE con la moral baja, desfondado, y con muchos militantes y simpatizantes caídos en el paro y tratando de rehacer sus vidas profesionales.

Pedro Sánchez anunció esta semana el adelanto electoral
Pedro Sánchez anuncia que adelanta las elecciones generales al 23 de julioMoncloa

La decisión tomada por Pedro Sánchez de disolver las Cámaras, resignar el Gobierno y convocar elecciones podría interpretarse como el gesto audaz de un político que no se conforma con la derrota, de no ser porque el proceso de toma de decisiones presenta tan serias anomalías que hace muy cuesta arriba no fijarse en los claros ribetes del oportunismo más pedestre. En efecto, el secretario general del PSOE no ha tenido en cuenta la opinión del Comité Federal de su partido, en un acto de ninguneo sorprendente; ni ha consultado con los miembros de su Consejo de Ministros, destituidos de facto, ni ha esperado a que sus directores de campaña hayan realizado el habitual análisis en profundidad de los resultados electorales, información que se antoja muy conveniente a la hora de plantear cualquier estrategia política.

Por supuesto, tampoco ha contado con sus aliados parlamentarios, que le han prestado su soporte al Ejecutivo a lo largo de la legislatura y se han desayunado con la noticia de que tienen menos de dos meses para afrontar una nueva batalla en las urnas, ni, mucho menos, con sus socios de Unidas Podemos y Sumar, a quienes ha forzado a un plazo perentorio, diez días, para poder articular una coalición electoral, tal y como establece la ley vigente. Visto lo visto, podría hablarse de un plan maestro del inquilino de La Moncloa, previsto ante la posibilidad de un revés grave en las elecciones municipales y autonómicas, pero la realidad es mucho más prosaica. Como hoy publica LA RAZÓN, la decisión de adelantar los comicios se tomó en sólo unas horas, marcadas por la derrota, por parte del presidente del Gobierno y el reducido grupo de personas que conforman su equipo más directo.

De cualquier forma, las ventajas para el jefe del Ejecutivo de la maniobra son tan evidentes que parecería ocioso enumerarlas, sino fuera porque encierran en sí mismas algunos potenciales efectos negativos. En primer lugar, si como parece, el adelanto electoral se ha basado en una extrapolación del voto del 28M a los resultados de unas elecciones generales, en las que la oposición del centro derecha no obtendría la mayoría absoluta, es preciso puntualizar que ese tipo de cábalas suelen despreciar el hecho de que los partidos nacionales, por más implantados que estén en el territorio, no se presentan en todos los municipios. Además, muchos electores votan distinto en los comicios locales, donde influye en gran manera la personalidad de los candidatos a las alcaldía, que en las generales, complicando unas proyecciones que pueden acabar en las cuentas de la lechera.

En segundo lugar, ante la pretensión de que el PSOE vuelva a ser el refugio de la orfandad de la izquierda más radical, no hay garantías de que los partidos a su izquierda, por más que arrastren divisiones de larga data, no puedan presentar una plataforma conjunta bajo el liderazgo de Yolanda Díaz, capaz reunificar un voto hoy disperso en más de media docena de pequeños partidos regionales. Por último, pero no menos importante, la elección de la fecha de los comicios, un domingo en pleno verano, que se convierte en un largo puente festivo en varias comunidades autónomas, puede, ciertamente, desincentivar la participación de los ciudadanos, muchos de ellos abocados al más incómodo proceso del voto por correo, pero nadie puede garantizar que esa abstención inducida vaya a perjudicar al centro derecha exclusivamente, en la creencia, absolutamente falsa, de que sólo las clases medias conservadoras se van de vacaciones.

Sobre los otros efectos buscados, también es legítimo plantear dudas. Es cierto que el adelanto electoral no sólo neutraliza cualquier amago de rebelión o de crítica que pueda surgir en el seno del partido socialista, obligado a cerrar filas con su candidato presidencial, sino que impide a los órganos de dirección de las distintas agrupaciones regionales atribuir las correspondientes responsabilidades por los resultados, cuestión que toca directamente a la figura de su secretario general, que fue el que aceptó personalmente el reto de convertir las urnas en un plebiscito personal.

Pero hablamos de una derrota que, como ya hemos señalado, muchos socialistas no consideran «huérfana», porque le atribuyen nombre y apellidos. En definitiva, que no le será fácil a Pedro Sánchez devolver el espíritu de combate a un PSOE con la moral baja, desfondado, y con muchos militantes y simpatizantes caídos en el paro y tratando de rehacer sus vidas profesionales. Sobre todo, porque enfrente tiene a un Partido Popular en alza, con un candidato, Núñez Feijóo, que siempre tendrá en la mano el comodín de Bildu y otros partidos extremistas cuando se trata de hablar de alianzas políticas inconvenientes.