Editorial
El deterioro de la posición exterior de España
El problema es que en esta pugna entre los socios gubernamentales por ver quién resulta más propalestino y quién lleva la voz cantante en la campaña contra la acción militar de Israel en Gaza lo único que se consigue es el deterioro del prestigio exterior de España
Sin duda, la flotilla de Gaza, que carecía del respaldo oficial de cualquier organismo internacional, ha conseguido sus objetivos propagandísticos tras el desarrollo del guion habitual en este campo de la dialéctica, y decimos habitual porque, por supuesto, ese tipo de expediciones navales ni son nuevas ni buscan un final distinto al de la interceptación por la armada israelí, detención de los voluntarios, traslado a tierra y expulsión posterior, todo ello rodeado en mayor o menor medida de las protestas indignadas del concierto «de progreso», aunque incluya a gobiernos como el turco de Erdogan en esa nebulosa vagamente antisionista. En este episodio, sin embargo, la novedad la hallamos en la sobreactuación de la Diplomacia española, que dirige José Manuel Albares, y en el tono rayano en el histerismo de algunos de los ministros de la extrema izquierda del Gobierno, hablando de «crimen de guerra» y exigiendo la intervención de la Corte Penal Internacional. El problema es que en esta pugna entre los socios gubernamentales por ver quién resulta más propalestino y quién lleva la voz cantante en la campaña contra la acción militar de Israel en Gaza lo único que se consigue es el deterioro del prestigio exterior de España, ya tocado por la errática posición del Ejecutivo ante la cuestión del rearme europeo. Que desde La Moncloa se decidiera enviar al patrullero de altura «Furor», no se sabe bien si como escolta, observador o rescatista, para acompañar a unos buques que ni siquiera ondeaban el pabellón español y en una zona de exclusión militar dictada de acuerdo con los acuerdos internacionales, sólo se explica desde la improvisación de quien busca cualquier manera de condicionar la actualidad política y vio en el ejemplo de las fragatas italianas una oportunidad inmejorable de «marcar territorio». Que el buque de la Armada, como, por cierto, también los de Italia, no hayan tenido papel alguno en la peripecia no deja en buen lugar al impulsor de la iniciativa, al parecer, dispuesto a patrimonializar todos y cada uno de los instrumentos del Estado para su servicio. Una vez más, el sanchismo prima la política de gestos sobre la gestión de los intereses comunes y, una vez más, la dinámica de unos acontecimientos sobre los que el Gobierno español carece de influencia real, como es la propuesta de paz de Donald Trump, que ha llevado al tejado de los terroristas de Hamás la responsabilidad de poner fin a la matanza, acaba haciendo añicos las estrategias de unos equipos de propaganda más ocupados en tender cortinas de humo sobre las cuestiones domésticas de la política española que en el futuro del pueblo palestino. La flotilla ha cumplido con su misión publicitaria como estaba previsto y si el ministro Albares quería más notoriedad sólo tenía que haberse embarcado en ella.