Investidura de Pedro Sánchez

El discurso de la felicidad

Primera jornada de la sesión de investidura de Pedro Sánchez
El portavoz de ERC, Gabriel Rufián, bajo la mirada del candidato a la Presidencia del Gobierno, Pedro Sánchez (i), abandona la tribuna tras su intervención ante el pleno del Congreso de los Diputados en la primera jornada de la sesión de investidura de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno.Emilio NaranjoEFE

El discurso de Sánchez fue el esperado. Podemita en lo social, errecero en lo territorial, entregado a las reclamaciones del PNV/ Benegà/ Compromis/ MasPaís y demás aliados que, como Teruel Existe, enarbolan la bandera del «que hay de lo mío».

Y para todos hay. El presidente promete una España feliz por fin, sin problema territorial gracias a la Mesa que va a montar en Cataluña. Feliz porque a partir de ahora la política va a quedar por encima de los jueces, «que tanto daño han hecho». Y feliz pues se avecina «un tiempo nuevo» en el que sólo habrá «diálogo», eso sí, siempre entre aliados, nunca con la oposición. Sánchez está pletórico. No podía pegar ojo con Iglesias y ahora expone el programa entero de Podemos como si fuera suyo: subir el salario mínimo, derogación de la reforma laboral, gasto público, controles, sanciones, mucha vigilancia e impuestos: la tasa tobin y la eco- verde, más por patrimonio y más irpf para los presuntos ricos, persecución a los que abusan con los alquileres y toda la retahíla propia del intervencionismo podemita. O sea, la felicidad en sí misma, augurada en este debate esperpéntico, hecho con urgencia el fin de semana de Reyes, con las bancadas cabreadas, un diputado indepe jurando en catalán,Torra y Junqueras inhabilitados por la JEC y con un candidato a presidente que ayer quería prohibir los referéndums y ahora se dispone a negociar uno con ERC. ¿Por qué? Porque es el precio que le ha puesto el nuevo gallo aliado del Gobierno, y hay que pagarlo con una mesa bilateral, un referéndum acordado, el no a la vía judicial y la vista gorda hacia los presos.

Algo que le recordó Casado a Sanchez en sus intervenciones, mucho mejor en las réplicas que con el papel leído. El líder del PP, duro y contundente, afeó al presidente sus bandazos, que pacte ahora con los que ayer detestaba, y lo hizo desde la seriedad, con severidad pero sin llegar nunca a la acumulación de calificativos con que definió Abascal al socialista («villano, timador, estafador, tirano, indigno, charlatán»). Casado se ganó el liderazgo entre los suyos y Sanchez le respondió haciendo bromas con cosas serias, relativizando su acuerdo con comunistas y separatas, argumentando que se trata de «la España que quiere avanzar», justificando su plan porque estamos ante «un tiempo nuevo» sin «deriva judicial».

Recordó después Iglesias los pilares de este periodo que se avecina, viniendo a decir que habrá puño de hierro para los que no lo acepten, o sea, la derecha y la judicatura reaccionaria, y guante de seda para los que lo favorezcan, es decir, el independentismo. El líder de Podemos dio las gracias a Oriol Junqueras, y le resumió a Sanchez: te hemos hecho presidente y ahora tienes que cumplir. Iglesias no esconde sus ideas. El que avisa no es traidor.

El problema de este «tiempo nuevo» es que se parece mucho al tiempo viejo del acuerdo de Zapatero y Maragall con el nacionalismo y las izquierdas al margen del PP. Y muy poco a los pactos de la transición. Aquellos acuerdos sí incluían a todos. Bueno, a todos no. Se quedaron fuera los hoy aliados del PSOE. Lo ha escrito Paco Vázquez: la inquietante realidad es que Sánchez ha pactado con los partidos que votaron contra la Constitución: el PNV, ERC, el comunismo antisistema que representaban el PT, la ORT, la LCR o el MC, cuyo heredero es Podemos, y el independentismo proetarra de HB ( ahora Bildu). Inquietante y preocupante, sí. No sabemos en qué medida más una cosa que la otra.