León

¿Por qué León quiere la independencia?

El germen de las protestas que recorren la provincia está en Fabero, un pueblo de El Bierzo que fue “la calefacción de España” y ahora está en la ruina, con minas y fábricas cerradas y las calles, desérticas. Confiesan que si tuvieran un autogobierno “no habríamos llegado a este punto”

José nació con un pedazo de carbón bajo el brazo. Todavía hoy, a sus 43 años, recuerda cuando los camiones cargados de este mineral atravesaban su pueblo, Fabero, y dejaban las fachadas de las viviendas impregnadas de un color negro que indicaba que la nómina de su padre llegaría puntualmente al bolsillo. Hoy, este pueblo minero de León está vacío, los negocios han cerrado, las minas están clausuradas, los jóvenes se han marchado y un halo de desesperanza, rabia y desolación golpea a los que «sobreviven» con la misma intensidad que azota el viento de El Bierzo. Es aquí, en esta localidad que ahora no llega a los 4.000 habitantes (hace años superaban los 7.000), donde se encuentra el germen, o al menos uno de los más representativos, de las protestas y manifestaciones que recorren esta provincia en busca de una solución a una tierra, según ellos, olvidada por la Administración en la fase de reconversión tras los cierres de toda la industria del carbón. Nos citamos con José, Héctor, Dioni, Enrique, Javier, Jorge y Santiago en la Gran Corta, la mayor mina a cielo a abierto de España y de donde, en 2016, se extraían 1.700.000 toneladas de carbón. Ahora, al borde de este paisaje oscuro donde todavía se aprecian las vetas del entonces preciado y ahora denostado mineral, sus habitantes tratan de mirar al futuro mientras salen a flote a base de trabajos precarios. Todos ellos dejaron años y salud en este sector y desde la clausura de la última mina en diciembre de 2018, sus vidas se han convertido en un absoluto infierno.

José, Jorge, Dioni y Enrique, todos ellos ex mineros, observan la explotación minera "a cielo abierto" de Fabero donde han trabajado 20 años hasta el cierre de la explotación.
José, Jorge, Dioni y Enrique, todos ellos ex mineros, observan la explotación minera "a cielo abierto" de Fabero donde han trabajado 20 años hasta el cierre de la explotación.Alberto R. RoldánLa Razon

Todos rondan los 45 y algunos llevan casi un lustro sin trabajo, «y no porque no lo busquemos, sino porque aquí no hay nada. Nosotros éramos expertos en minería, nos prometieron que nunca faltaría trabajo y de un día para otro se cerró, se cortó el grifo, nos dejaron en la calle y punto», lamentan. Los políticos, de uno y otro color, prometieron planes de reconversión, formación en otras áreas para los miles de trabajadores que se quedaban sin sus nóminas. Pero aquello nunca llegó. Familias enteras se quedaron sin ingresos, con indemnizaciones (pagadas por Fogasa) irrisorias y muchas de ellas viven en la actualidad de los padres o abuelos que consiguieron una prejubilación «medianamente digna». «Aquí ocurrirá como en aquella película en la que una familia guardaba al anciano muerto en caso para poder seguir cobrando su pensión», dice Javier. «Ésta era una tierra rica, sacrificamos nuestra salud por un trabajo que estaba bien remunerado, aunque eso de bien también es debatible, a nadie le gusta perder a su padre a los 67 años por culpa de la silicosis. Aun así lo hicimos, y para qué, para que se lucraran algunos y una vez que se decidió acosar al sector del carbón, destruirlo, nos dieron de lado. Nos enterraron con él», añade José.

Jorge, es de los "afortunados", que encontró trabajo en Ponferrada. En la imagen, observa la mina ahora abandonada
Jorge, es de los "afortunados", que encontró trabajo en Ponferrada. En la imagen, observa la mina ahora abandonadaAlberto R. RoldánLa Razon

El carbón sigue siendo la principal fuente de energía en España, sin embargo, «todo se importa de otros países como Colombia, donde lo extraen niños en condiciones infrahumanas, y en Europa siguen abriéndose, como en Alemania, más centrales térmicas, es incomprensible», protesta Santiago, que lleva cuatro años en paro y haciendo cursos de formación para empezar de cero, a sus 44, en algún trabajo diferente.

«No es sencillo reinventarse a esta edad», reconoce. Las calles de Fabero están vacías, «pronto veremos el típico cardo del desierto moviéndose por las carreteras desiertas, como en el Oeste», subraya con sorna Javier, que durante 20 años trabajó como experto en voladuras. «Date cuenta que antes, por cada trabajo directo en la minería, se generaban otros 13 indirectos. Ahora hemos reducido nuestra población a menos del 60% de las personas que residían en las dos últimas décadas», apunta Santiago frente al castillete del Pozo Julia, la mina de interior que ahora han convertido en un museo.

De hecho, nos cuentan que había concesionarios donde venía gente de toda España a comprar. También eran personas de diferentes puntos del país, incluso de Portugal, los que se instalaban en Fabero porque era una ciudad rica. De hecho, muchos allí comparan la región con lo ocurrido en Detroit, la ciudad más grande del Estado de Michigan, en Estados Unidos, que pasó de ser la gran fábrica de vehículos a una absoluta ruina tras la deslocalización de las grandes multinacionales del motor. «En Fabero teníamos más de ochenta bares, ahora quedan tres», lamenta Javier.

De la ira a la independencia

Lo cierto que es el panorama resulta desolador y las expectativas más negras que la antracita. Es curioso también que ni siquiera puede considerarse un pueblo gentrificado, ya que la esperanza de vida, debido al trabajo en la mina, es muy corta. «Si vives en una zona como ésta en la que no hay nada ni nunca volverá a haberlo, no es sencillo marcharse y cambiar. Si tienes una hipoteca, ¿cómo te deshaces de ella?, ¿A quién le vas a vender una casa en un pueblo en el que no hay nada? No recuperarías ni el 5% de lo que pagaste. No te queda más remedio que vivir de alquiler en otro sitio y así no salen las cuentas, estamos con una soga al cuello, nos jodieron la vida para siempre», relata Sergio, que en este momento trabaja en Ponferrada y se considera uno de los pocos «afortunados» de un pueblo con más de 400 parados.

Para todos ellos, las políticas derivadas de la lucha contra el cambio climático han sido su sentencia de muerte. «Me río de eso. O sea, que aquí contaminamos con el carbón, pero dejamos que Marruecos sí tenga térmicas y el humo llega igual, es una incoherencia», argumenta. La tasa de paro en Fabero roza el 17% de la población, tres puntos por encima de la media nacional. Cuando clausuraron las térmicas, desde el Gobierno central y desde Bruselas prometieron ayudas para la reconversión y aún siguen esperando. «Lo que me fastidia es que fuera de aquí se piense que vivimos como si esto fuera Marbella, con los millones cayéndonos encima. Claro que hubo ayudas, subvenciones, pero nosotros no las vimos. Con ese dinero, que iba a parar al empresario y dueño de Uminsa (Unión Minera del Norte), se compraban máquinas de hasta 600 millones. Se montaba, se hacía la foto, se volvía a desmontar y la revendían», analiza Sergio.

Si les hablas de las famosas prejubilaciones que más de una crítica han recibido por ciudadanos de otros lugares de España, se les eriza el vello. «La gente piensa que nos prejubilaron a todos y que cobramos 3.000 euros al mes. Es mentira, claro que hubo algunas, pero fueron contadas, y de hecho son esas pagas las que ahora alimentan a familias enteras», asevera Javier, que nos muestra una de sus últimas nóminas en las que aparece los 1.200 euros que cobraba. Todos ellos han salido a la calle a manifestarse, incluso alguno como Javier es de los que defiende que con un autogobierno, «independizándose» de Castilla y León, no se encontrarían en la misma situación. «Porque aquí lo que ha ocurrido es que los fondos que eran para la cuenca minera han acabado en Valladolid para montar fábricas», añade.

Mientras visitamos la Gran Corta –donde operarios siguen reparando máquinas que, según los ex empleados, luego irán a las minas de Escocia con las que tiene negocios Victorino Alonso, personaje controvertido y dueño de Uminsa– José nos señala un coche particular que camina entre bloques de arena. «Es un pobre hombre del pueblo que no tiene un duro y viene aquí a recoger algo de carbón para calentar la casa. Una lástima», explica mientras teme que otros como ese paisano acaben mendigando para llegar a fin de mes.