Gobierno de España

El gran pacto se frena y los partidos ven elecciones tras la crisis

El PP declina acudir hoy a la reunión con Sánchez “por sus mentiras” mientras PNV y ERC asumen que no pueden cobrarse lo pactado en la investidura y marcan distancias con los PGE

La reapertura del Congreso para retomar el control al Gobierno ha sido la puerta para que los partidos regresen a la normalidad de ese clima pre-electoral crónico en el que la política española lleva instalada desde hace ya años. La confrontación partidista y la misma música, que parece que creen que es la que espera su parroquia para fidelizar el voto. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, sintió ayer en el Parlamento que sus socios y los no socios se sienten más próximos de un nuevo escenario electoral que de un Ejecutivo con la fortaleza suficiente como para aglutinar detrás de él a la mayoría política, a empresarios y a sindicados, para forjar esos Acuerdos de la Reconstrucción.

Con más de 18.000 muertos contabilizados oficialmente por Covid-19, con los miles de ancianos fallecidos en residencias, o solos en sus domicilios, sin haberles diagnosticado el virus, el Congreso retomó las sesiones de control al Gobierno con muchos menos diputados, por las normas de seguridad, pero con los mismos hábitos de la pre-pandemia.

En otro giro de estrategia, Sánchez volvió ayer al tono amable y conciliador, después de pasear el «doberman» la semana pasada contra el PP, lo que en un análisis puramente táctico parece diseñado para dejar en evidencia la postura del principal partido de la oposición, su contestación, su tono duro y su decisión de no acudir a una reunión este jueves, convocada a través de los medios de comunicación por parte de Moncloa. Esa cita, que en teoría debe servir para activar los grandes acuerdos frente a la crisis económica, queda pospuesta para la próxima semana, a la espera de que cuadren las agendas. Moncloa ha hecho todo lo posible en la gestión de esta reunión con el principal partido de la oposición para que el resultado fuera éste. Y la dirección popular tampoco ha hecho ningún esfuerzo por evitarlo. La participación del PP es imprescindible para que se pueda hablar de un gran acuerdo nacional para hacer frente a la consecuencias económicas y sociales de la pandemia.

Sánchez ha pasado a la ofensiva para tapar los fallos en la crisis sanitaria y la falta de medios de protección, y de test, que sigue pesando sobre sus hombros. Moncloa parece que ha rescatado el argumentario postelectoral, aquel lema de que los demás partidos debían darle a Sánchez su apoyo, prácticamente gratis, para ser investido presidente del Gobierno. Ahora también apelan a esa obligación de ponerse detrás del presidente del Gobierno, por «lealtad», pero no está claro si Moncloa busca realmente la unidad o sólo está jugando de farol para descolocar al PP. O cambian mucho las cosas o la aportación política a esta crisis puede quedar reducida a un combate entre Gobierno y oposición por ver quién pierde la batalla ante la opinión pública, quien queda como el «malo», como el responsable de que no haya esos grandes acuerdos nacionales que avala hasta la mayoría del barómetro del CIS que dirige el socialista José Félix Tezanos.

Pero Sánchez tiene también un problema con sus socios, y esto debilita la tentación de buscar un acuerdo que deje fuera al PP, con Vox, y que consiga implicar en la misma suma a Podemos, a sindicatos y a empresarios.

Los socios de investidura han empezado ya a dejar más que advertencias, en público, y lo que es más importante, en privado, porque no se sienten concernidos con la gobernabilidad de la España post-pandemia. Ni siquiera el PNV disimula. Hasta ahora la estrategia del presidente del Gobierno ha sido la de no darse por aludido, aunque las presiones vayan en aumento por días, y da a entender que sigue aferrándose a quienes han comenzado a visibilizar que sueltan lastre porque el Gobierno ya no puede darles aquello por lo que aceptaron comprometer su voto a favor de la investidura de Sánchez. ERC sabe que no podrá cobrarse la «mesa» ni utilizar la cuestión catalana como elemento vertebrador de la Legislatura nacional. Y el PNV también intuye que de los Presupuestos de este Gobierno no podrá cobrarse lo pactado a cambio de dejar a Sánchez en La Moncloa.

Con todo, esta primera etapa de reacción a la crisis es la más sencilla de gestionar, dentro de las dificultades, porque se sostiene en la inyección de dinero público a familias y empresas. Pero después de esta obligada fase expansiva tendrán que llegar los ajustes, las decisiones impopulares, para hacer frente a la recesión, y es ahí donde Sánchez tendrá más difícil tener a Podemos de su lado, y donde no podrá contar ni con ERC ni con PNV.

En cuanto al PP, la posición de Génova plantea ya un cierto debate interno. Dentro del partido hay dirigentes territoriales, y también alguno en la dirección nacional, que creen que deben medir la contestación a Sánchez y marcar distancias con la estrategia de Vox de la ruptura total con el Ejecutivo. El debate no está en la valoración que se hace de la gestión socialista de la crisis sanitaria, sino en cómo se presenta la crítica ante la opinión pública. Puede ocurrir, temen en este sector, que por no contener la ansiedad en el choque total con Sánchez, al final «sean otros los que recojan las nueces», por el partido de Santiago Abascal.

En las filas populares hay voces que dicen que han tomado nota de la «estrategia de Moncloa» para hacerles caer con «sus mentiras» en su «trampa», la de que que antes de tiempo «nos retratemos como un partido que se sitúa fuera del diálogo para hacer frente a la crisis, que no le faltara tiempo a la izquierda para agitar el discurso de que estamos pensando en nuestro interés en lugar de en el interés general».

La polarización, eso sin duda, es lo que marca por ahora la respuesta política a la emergencia.