Entre el desprecio y las amenazas

El riesgo de ser votante de Vox en un bastión independentista

«No puedes llevar la bandera de España ni en la mascarilla», lamenta Emilio Santiago, que vive en Figueras rodeado de lazos amarillos y esteladas

Emilio Santiago, de 63 años, posa para LA RAZÓN en Figueras, Girona, donde reside
Emilio Santiago, de 63 años, posa para LA RAZÓN en Figueras, Girona, donde resideLa Razón

Emilio Santiago cita al líder de Vox para describir la tierra en la que vive: «Girona es la Guipúzcoa catalana, la zona más independentista por tradición, la provincia sin contacto con España y donde el secesionismo tiene más arraigo. Aquí, la vida es muy dura si no eres de ellos». Él llegó a Figueras hace 34 años y afirma que «soy catalán por elección y pago aquí mis impuestos desde el primer día que llegué, algo que no pueden decir esos chavales que nos tiran piedras en los mítines». La decepción fue lo que condujo a Santiago hasta el partido de Abascal. Siempre había votado al Partido Popular y, una vez, «provocado por el abandono de Mariano Rajoy a los constitucionalistas catalanes, a Ciudadanos. Pero los naranjas también le fallaron. «Así que en esta ocasión, y después de haberles votado también las últimas generales, aposté por los de Abascal», asegura.

Este empresario prejubilado de 62 años es unionista y constitucionalista convencido. No es de los que alardean sino de los que batallan por la unidad en las urnas. No esconde su ideología aunque tampoco la exhibe a pecho descubierto porque sabe de sus consecuencias. «Aquí no falta una estelada en la torre de cualquier iglesia, en una fachada o rotonda. Estamos plagados de simbología independentista. Intentar sacar aquí la bandera de España es inviable, ni te lo planteas porque es un conflicto seguro. Es mejor que ni lo intentes si no quieres tener problemas. No se puede ni llevarla una enseña en la mascarilla», desvela.

Este gerundense habla con la entidad que aportan los años y la experiencia. En su juventud sí fue más activo en la lucha contra el secesionismo radical, pero su simpatía hacia los partidos que la combatían le trajeron varios disgustos: «En una ocasión quisieron sacarme de la carretera cuando iba conduciendo. A mi hija le rompían el estuche de los lápices porque llevaba un pin con las gaviotas del PP. Ahora es Vox y lo que les votamos somos los que estamos en el punto de mira. Sé de personas que han dejado de hablarme o de venir a mi negocio por mi ideología. La gente no respeta al que piensa diferente», valora. De hecho, dice que poca gente en Figueras, donde reside, se atreve a poner la enseña patria en su vivienda: «Es una manera de marcarte. Si mi casa fuera un fuerte y tuviera un rifle para defenderlo o si viviera en un sexto donde no pudieran llegar las piedras quizá la pondría, pero en estas circunstancias no lo veo sentido», lamenta.

Pérdida de clientela

Además de ser uno de los 16.917 votantes que confiaron en Vox en Girona el pasado domingo, una suma que le otorgó un diputado autonómico por esta provincia, Santiago estuvo de apoderado en uno de los colegios: «Allí sentí la hostilidad total que se gastan contra nosotros. Hubo a gente que la escupieron y le hicieron desplantes. Somos los malos de la película para ellos. Sin ya es así en toda España, imagínate con Cataluña con el factor independentismo. El odio hacia nosotros es tremendo».

Él depositó su confianza en la formación de Abascal «porque son los únicos que prometen firmeza, una oposición dura y seria y es lo que yo necesito en este momento. Es cierto que durante la campaña no entraron en otros temas o políticas que pudieran resultar ser falsas promesas. Sabíamos que Vox estaría en la oposición y desde ahí es donde tienen que controlar al Gobierno con firmeza y seriedad». Santiago, que conoce bien a sus vecinos, argumenta que el éxito del partido verde no es solo por cuestión de la unidad de España, «hay muchos otros que han llevado a los ciudadanos a apostar por Vox, como por ejemplo la inmigración. Tengo constancia de que incluso hay socialistas e independentistas que en esta ocasión les han votado».

Aunque él disienta del pensamiento secesionista, afirma que lo más importante es el respeto: «De hecho, mis hijos no son votantes de Vox, pero no tenemos ningún problema, nos respetamos. Es una lástima que en la sociedad catalana esto no ocurra y nos quieran amedrentar a los que no somos separatistas». Es más, constata que el voto oculto de este partido sigue siendo muy elevado porque la gente teme represalias sociales. «A mí no me importa haber perdido algún cliente en mi negocio, pero hay quien teme que se les pueda arruinar. No es justo. Y, por otra parte, basta ya de llamarnos fascistas. Yo, al menos, estoy muy lejos de serlo», sentencia.

Pese a haber perdido la ilusión por la política «tras los bandazos del PP y la huida a Madrid de ciudadanos», ahora Santiago vuelve a recuperar la esperanza en que una Cataluña diferente es posible y aunque vaticina que una normalización de la convivencia tardará décadas en llegar, deposita en los de Abascal el empuje para, al menos, poder vivir tranquilos.