Cristina López Schlichting
No aprendemos
¿Es posible atravesar un drama como el covid sin cambiar en absoluto? Parece que sí. La conferencia de presidentes que ayer tuvo lugar en Salamanca se convocó fuera de los plazos preceptivos y sin pactar con tiempo los temas, sin deseos por lo tanto de que sirviese para mostrar las verdaderas necesidades de las comunidades. Es una pena, porque si algo puso de relieve el virus fue precisamente la oportunidad de un foro autonómico de coordinación nacional. Durante el primer estado de alarma los presidentes se vieron semanalmente, hasta catorce veces en este mismo foro. Se conectaron naturalmente por videoconferencia -no podía ser de otro modo- y el órgano se probó efectivo. ¿Por qué no se fijó ya entonces una cadencia más frecuente que la mera anualidad? Sólo cabe atribuirlo a la desidia. Acabada la urgencia, superado el estado de alarma, hemos vuelto a dormirnos en los laureles. Hace nueve meses de aquello. Hay quien dice que los españoles improvisamos mejor que otros ante las adversidades, pero que no sabemos organizarnos en la rutina de lo cotidiano.
El virus ha transformado profundamente nuestras vidas. Muchos hemos cambiado nuestras casas para poder teletrabajar. Hemos instalado mesas y despachos, hemos contratado conexiones, hemos aprendido rudimentos telemáticos. Ahora pagamos con el móvil, compramos en la red, tiramos de aplicaciones. Hemos descubierto que interdependemos profundamente. ¿Qué sentido tiene, por lo tanto, que las autonomías no trabajen a una?
Desde el final del estado de alarma hay dificultades, por ejemplo las derivadas de la necesidad de seguir implementando medidas de precaución, sin embargo seguimos sin coordinarnos. Díaz Ayuso puso el dedo en la llaga al denunciar que esta XXIV Conferencia de Presidentes de nuevo fue convocada sin respetar los plazos y sin un orden del día pactado a tiempo con las autonomías. Al final, ha pasado ya varias veces, la cita se reduce a una foto. Pedro Sánchez la utiliza como escenario de publicidad, los presidentes no pueden discutir nada y las decisiones vienen tomadas de antemano desde Moncloa. Tan indiferente resulta el mecanismo que Madrid ha señalado que, si esto sigue así, dejará de acudir al foro. Total, los nacionalistas ya prescinden de él. Cataluña, por ejemplo, no ha venido. También el País Vasco ha jugueteado hasta el final. Parece mentira la liviandad con la que se toman las cosas de los ciudadanos, teniendo en cuenta que se dirimen cosas tan relevantes como el reparto de los fondos europeos para la recuperación o que sigue pendiente el modelo de financiación autonómica.
A favor de Sánchez cabe decir que su comportamiento no es peor que el de otros. Fue Zapatero quien se inventó la conferencia de presidentes y la convocó casi anualmente en su primer mandato (tres veces). En el segundo, decayó el interés y apenas hubo una cita. Dos, con Rajoy (2012 y 2017). Parece de sentido común que un país tan descentralizado atienda a un espacio general de coordinación que supere las meras instancias administrativas de rutina.
De la consolidación de un foro como el de ayer en Salamanca nos beneficiaríamos todos los españoles. No resulta halagüeño que de nuevo se incumpliese el plazo de convocatoria ni que en la convocatoria no figurase el orden del día que exigen los reglamentos, entre otras cosas porque no hubo comité preparatorio. Al final, quedan un sabor amargo y una sensación de falta de seriedad. La percepción de que, ni en una crisis tan grave como esta, aprovechamos para trabajar juntos y remar a la vez.
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