Antonio Martín Beaumont

La economía, presidente

El marketing triunfalista es un afán del sanchismo

La Moncloa es una máquina de hacer propaganda. «Y esto ¿Cómo lo contamos?», era casi la única intervención que hacía cada semana Pablo Iglesias mientras estuvo sentado en el Consejo de Ministros. «Las citas ministeriales se dedican más a concertar la nota de prensa que a tomar decisiones que ya llegan masticadas por la comisión de secretarios de Estado y subsecretarios», me confesó un ya ex ministro, extrañado por el dispendio publicitario. El marketing triunfalista es un afán del sanchismo.

Pues bien, por los pasillos del Palacio presidencial vuela estos días el pájaro de mal agüero del recuerdo de José Luis Rodríguez Zapatero. La tortura de la economía acompaña al socialismo. La etapa de Felipe González terminó en 1996 con el 22,1 por ciento de paro; Zapatero se despidió del poder en 2011 con el 22,6 por ciento. Mientras, con José María Aznar y Mariano Rajoy al frente del país los españoles sin empleo descendieron al 10,5 por ciento y al 14,5 por ciento, respectivamente. Datos. La comparación no admite dudas. Cada vez que el socialismo gobierna, llega el invierno económico. ¿Infortunio? Sus recetas (derroche, amiguismo, subida de impuestos, imposiciones sindicales) se alejan del interés general de España.

El Partido Socialista tiene asumidas esas páginas tristes en las que los ciudadanos les «mandaron a casa» por no saber gestionar las cosas del comer. Pedro Sánchez, con ese carácter tan suyo, pleno de autoconfianza, mantiene que con él al frente del Gobierno no se va a repetir la «mala suerte» que asoló a sus predecesores y destrozó al partido del puño y la rosa atrapado en las crisis económicas. Emulando a Napoleón antes de las batallas, el presidente parece haber tenido la visión del águila volando hacia el sol, que permitía al emperador francés presagiar la victoria. Sánchez ha puesto todas sus oraciones en los Fondos Europeos para que su imagen, ahora tan deteriorada, remonte. ¿Otro «plan E»? De momento, ya gastó hace apenas seis meses el comodín de la remodelación del gabinete, sin resultados positivos, como se demuestra.

El mandatario socialista, al menos aparentemente, ha comprado tiempo con la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado. El sí del bloque Frankenstein a las cuentas públicas le ha supuesto una botella de oxígeno. Toca con los dedos su obsesión: alargar el mandato hasta finales de 2023, una vez concluya la presidencia rotatoria española de la Unión Europea. Sabe que anticipar las elecciones con los datos demoscópicos que le pone su equipo encima de la mesa es un suicidio político. El propósito es estirar el chicle mientras pueda. No le queda otra. Pero el ánimo de la gente le acosa.

En diciembre la inflación ha repuntado hasta un 6,7 por ciento, según el INE. El último año, las subidas de precios han sacado 30.000 millones del bolsillo de las familias. La deuda pública no deja de crecer con un Gobierno despilfarrador y roza el 120 por ciento del Producto Interior Bruto. Se viven las fiestas navideñas más caras de las últimas tres décadas. Están disparados el precio de la luz, los combustibles, la vivienda, los alimentos, los coches… Y, pese a los «brotes verdes» que vende la vicepresidenta económica Nadia Calviño, ningún dato de instituciones creíbles confirma que la situación vaya a ir a mejor en un plazo razonable. Y ómicron, encima, llena de desasosiego.

Pedro Sánchez, si quiere, puede seguir haciendo oídos sordos. Maquillando cifras. Todos se equivocan, menos él: el Banco de España, por advertir; el Fondo Monetario Internacional, por no plegarse al discurso del crecimiento gubernamental. El presidente del Gobierno sigue rayado en su «España va mejor», y comparece para decir que «la pandemia no ha sido un freno sino un acelerador para impulsar las reformas y avances sociales». ¡Gracias Covid! Saca pecho hasta de la reforma laboral –un quiero y no puedo– cuestionada por gran parte de los empresarios y en el punto de mira de sus costaleros de legislatura, Esquerra Republicana, Bildu y PNV. ¿Síndrome de La Moncloa? El presidente del Gobierno vive su mundo de Yupi.