Pedro Sánchez

Patada a seguir

El debate ha sufrido durante la última década el mismo proceso de jibarización que ha afectado a las sesiones de control del gobierno

Hubo un tiempo en el que el debate sobre el estado de la nación constituía un evento parlamentario importante, quizá el más destacado de la temporada. A tenor de lo visto estos días, queda claro que esas épocas pertenecen ya al pasado. El debate ha sufrido durante la última década el mismo proceso de jibarización que ha afectado a las sesiones de control del gobierno. En ambos casos, el sentido original del intercambio parlamentario venía definido por su nombre, fuera controlar y pedir cuentas sobre la labor de gobierno o contrastar el momento actual de la política nacional. Actualmente, las dos ocasiones se han convertido en una especie de espots publicitarios, estratégicamente calculados, donde el sentido original que estas iniciativas tenían en la vida parlamentaria se neutralizan y pervierten en aras de colocar el mensaje que el mandamás de turno quiere hacer llegar a la población votante.

No resulta inesperado o sorprendente que se dé esta deriva en tiempos de populismo, sino algo bastante previsible. El planteamiento actual de los gobernantes en su mediación con el público no es rendir cuentas verdaderamente de su labor a la gente, sino facturar relatos acríticos, bellamente ornamentados, sobre lo que se supone que están haciendo o piensan hacer, sea verdad o no. Puesto que prácticamente se han reducido al mínimo la posibilidad de preguntas por parte de la prensa y la práctica más habitual y adocenada son los comunicados, el único lugar donde los gobernantes reglamentariamente no pueden escaparse de responder a las preguntas es en el hemiciclo. Así que, frente a ese único escenario sin escapatoria, la estrategia que se ha impuesto últimamente entre los líderes es responder con otra cosa que no tenga nada que ver con lo preguntado; preferentemente un argumento descalificativo del adversario a nivel personal o alguna iniciativa básicamente pirotécnica. Suelen ser estas últimas iniciativas cosas que, aunque no se concreten con precisión, sirvan para dar la sensación de que se están tomando decisiones y lanzar desde ahí una huida hacia adelante que evite comprometerse en la explicación de los asuntos verdaderamente importantes.

Más que un enriquecedor debate sobre las cuestiones candentes del momento lo que ha llegado estos días a los hogares españoles ha sido un programa televisivo donde estaba prohibido hacer espoiler. Tanto que, hasta a los propios socios de coalición del gobierno, a pesar de que llevaban una semana completa pidiendo una reunión urgente a las que se le dio la callada por respuesta, se les ha ocultado cuidadosamente las medidas que iban a proponerse. De tal manera, han llegado al debate ignorantes de las nuevas iniciativas, lo cual les ha colocado en una posición muy poco lucida, que permitía a Sánchez capitalizar cualquier posible éxito de la estrategia y les imposibilitaba oponerse so pena de quedar como los cenizos Don Tancredos de la lucha contra la crisis que se nos viene encima.

Por tanto, lo que hemos presenciado los dos últimos días ha sido básicamente una guerra propagandística cuyos primeros efectos han sido unas cuantas caídas bursátiles. Lo cierto es que, por mucho que se pretenda, ningún gobierno puede tener la esperanza de controlar la situación actual, porque el marco de la inflación y la crisis es global y ni siquiera una siempre difícil acción coordinada de muchos gobiernos transnacionales podría resolverla del todo. Llenar el depósito cuesta el doble y lo mismo sucede con la cesta de la compra en España, así que Sánchez -consciente de cómo las encuestas de intención de voto muestran el enfado de la ciudadanía con su política- ha llegado al supuesto debate con un conjunto de medidas que no han podido debatirse correctamente, que han generado básicamente dudas y poses y que, sobre todo, constituyen un contenido televisivo que le evitaba tener que hablar de Pegasus, Marruecos, sus peleas para controlar al estamento judicial o sus concesiones en todos los frentes a los nacionalismos identitarios.