Opinión

Antifascistas encapuchados

El pie en ese escalón lo han puesto los tuits y declaraciones desde el PSOE de Navarra, de Izquierda Unida o de las líderes de Podemos

PAMPLONA, 30/10/2025.- El acto convocado en el campus de la Universidad de Navarra por el activista político Vito Quiles, pese a ser finalmente suspendido, ha provocado enfrentamientos en el mismo recinto universitario y posteriormente en las calles de Pamplona, donde un grupo de personas se ha enfrentado a la Policía Nacional, que ha hecho uso de material antidisturbios. EFE/ Jesús Diges
Disturbios en Pamplona por el acto convocado por Vito Quiles, pese a ser suspendidoJesús DigesAgencia EFE

La gira de Vito Quiles por varias universidades españolas, intentando emular a Charlie Kirk bajo el lema “España Combativa”, ha puesto de manifiesto la existencia de la violencia política, el odio al adversario y el desprecio hacia la libertad de expresión por parte de un número importante de jóvenes.

Jóvenes que vuelven a casa o se reúnen con sus amigos convencidos de estar luchando contra el fascismo y motivados por la sensación de ser imprescindibles en la batalla para derrotar a la ultraderecha. Vestidos de negro, encapuchados o con mascarillas, se marcan como objetivo reventar los actos de cualquiera a quien consideren ultraderechista, impidiendo que tomen la palabra.

Ninguno de ellos —ni ellas— parece haberse preguntado por qué, si somos “los buenos”, debemos ocultar nuestras caras e intentar no ser identificados; por qué, si nos consideramos demócratas, impedimos el ejercicio de la palabra a otros ciudadanos; o por qué, si nos definimos como progresistas, negamos el derecho a opinar a quienes piensan distinto, en lugar de rebatir con argumentos esas posiciones que tanto criticamos.

Tampoco parecen haber caído en la cuenta de que, cuando ellos o quienes les representan se expresan públicamente, nadie revienta sus actos, y estos pueden celebrarse con total normalidad. Y si alguno llega a tener dudas, estas quedan ahogadas por los mensajes de apoyo que, desde ciertos ámbitos mediáticos y políticos, los califican como valientes defensores de la democracia y los animan a seguir “frenando a la ultraderecha”.

Algunos opinadores critican a los “fans” de Quiles por adular a un personaje vacío, sin argumentos, para quien la polémica es tanto el discurso como la estrategia. Pero desconocemos qué piensan esos finos analistas de estos muchachos vestidos de negro, con pasamontañas y bengalas, que se esconden detrás de una pancarta mientras niegan a otros el derecho a hablar. La vorágine informativa diaria nos arrastra de un tema a otro, y resulta difícil que algo permanezca como motivo de preocupación. Sin embargo, lo que hemos visto estos días es profundamente alarmante.

El intento de silenciar al discrepante ya no se limita a Cataluña o al País Vasco; ya no son solo radicales independentistas quienes buscan acallar a quienes piensan distinto. Ahora se suman, abiertamente, sectores de la ultraizquierda y de la izquierda que participan y justifican estas actuaciones. Banderas de España a un lado; ikurriñas y esteladas al otro. Gritos profranquistas, anarquistas y comunistas se entrecruzan en un mismo escenario. Muchos de estos niñatos —permítanme la expresión— probablemente no sepan ni lo que defienden, pero quienes los han llevado allí sí lo saben.

La agitación y los altercados no han sido iniciados ni provocados por Quiles ni por sus seguidores. Cuando escuchamos desde el partido del Gobierno y sus socios que hay que “frenar a la derecha y a la ultraderecha” e impedir que gobiernen; cuando el que fuera vicepresidente alienta a “reventar a la derecha”, y sus palabras son aplaudidas, repetidas y amplificadas por la líder de Podemos; cuando el acoso a estudiantes constitucionalistas en el País Vasco, Navarra o Cataluña no recibe condena alguna, ni siquiera de las propias universidades donde ocurre; cuando la líder de Bildu nos da lecciones de antifascismo y democracia desde el Congreso; cuando todo esto sucede, no podemos sorprendernos de que la violencia haya subido todos los peldaños y ahora golpee nuestra puerta exigiendo cruzarla.

El escalón rojo que en estos últimos días se ha pisado, no lo han puesto los seguidores de Vito Quiles, no. Por muy reprobables que sean las arengas profranquistas y quienes sonríen desde algún partido al oírlas, el pie en ese escalón lo han puesto los tuits y declaraciones desde el PSOE de Navarra, de Izquierda Unida o de las líderes de Podemos que nos sitúan en un peligroso escenario. Ya no solo tenemos una sociedad dividida o polarizada: ahora sabemos que, cuando se cruza la línea de la violencia, no hay ni rechazo ni condena firme de quienes dirigen nuestro país, nuestras universidades o se sientan en el Congreso que nos representa. Lo sabemos nosotros, los que lo condenamos, pero también lo saben los matones que disfrutan cruzando esa línea.

Las mismas universidades que niegan permisos o cancelan actos para “evitar altercados” están sucumbiendo a la intimidación de los violentos y negando el debate de ideas. Hemos tenido un ejemplo esta misma semana en la Universidad de Barcelona: S’ha Acabat organizaba la presentación de un libro de Marcelo Gullo sobre la batalla de Lepanto; un grupo de “antifascistas” provocó altercados y tuvo que intervenir la Policía en el aula donde se celebraba. ¿Cuál sería la solución? ¿Prohibir actos a S’ha Acabat para evitar altercados que no provocan ellos? Si callamos ante la violencia de quienes dicen hablar en nombre de la democracia, pronto ya nadie podrá hablar en nombre de nada que ellos no decidan.