
Res non verba
Le Corbusier en el Congreso
El caso es que la primera sesión de control al Gobierno de este curso político tuvo formas brutalistas, convencidos como están unos y otros de que aquí hemos venido a por faena

Fue el arquitecto alemán Mies van der Rohe el que dejó dicho que «menos es más». El último director de la Bauhaus anticipó la evolución natural del Movimiento Moderno que, con el tiempo, desembocaría en el Brutalismo. Si lo piensas bien, una cosa lleva a la otra. Empiezas cogiéndole el gusto al minimalismo, prescindiendo de lo accesorio, haciendo que la forma siga a la función, y cuando te quieres dar cuenta levantas una mole de hormigón monda y lironda, cuya presunta belleza radica en su funcionalidad. Mies van der Rohe dio las primeras pistas, pero sería Le Corbusier el padre inspirador de aquellos arquitectos brutalistas que se dejaron de zarandajas y levantaron escuelas, viviendas y universidades más feas que Picio, pero tremendamente funcionales. El caso es que la primera sesión de control al Gobierno de este curso político tuvo formas brutalistas, convencidos como están unos y otros de que aquí hemos venido a por faena. Unos a asaltar el castillo; los otros a agarrarse a la almenara, aunque sea con la uña del meñique.
Llegaron todos tan mentalizados, que Sánchez ingresó en el hemiciclo antes de lo habitual, renunciando al aplauso posturero de las filas socialistas. El Uno iba a pasar el trance lo antes posible, sin almíbar; la función por delante de las formas. Con esas ganas de empezar, a nadie se le ocurrió que tal vez la cámara podría haber guardado un minuto de silencio por Yaakov Pinto, al fin y al cabo, un ciudadano español asesinado esta semana en un atentado terrorista. Sin embargo, Yaakov era judío y corren tiempos en los que si el presidente hace alguna referencia a Oriente Próximo es para presumir de que lo mismo ofrece becas al estudio en España que defiende a los palestinos en la Franja. Y toda esa mezcolanza como simple preámbulo para clavar su pica del día: lo de Israel en Gaza es un genocidio. Lo llevaba preparado de casa y repitió esa misma palabra en otra intervención posterior. Muchos españoles se enervan con la sobreactuación internacional de Sánchez, pero no hay que olvidar que, a su manera, para su parroquia, le funciona. Sánchez está acorralado pero sigue teniendo olfato para detectar los huecos donde colocar sus anclajes. A la misma hora que se celebraba la sesión de control, Ursula von der Leyen proponía que la Unión Europea suspenda el acuerdo comercial con Israel. Sánchez es oportunista, pero con instinto político.
Núñez Feijóo también intuyó con los primeros destellos del alba que la jornada no pedía virtuosismo barroco. En pocos segundos, el líder del PP hizo un paquete con el fiscal general sentado en el banquillo, Delcy Rodríguez, la exmujer de Ábalos y la esposa del propio Sánchez. Los empaquetó y les hizo un lazo. A doña Begoña la llamó «la pluriimputada», buscando el mentón de un presidente que en ese preciso instante tenía a la parienta camino de los juzgados para declarar por presunta malversación. Feijóo también ofreció a Sánchez subirse al DeLorean de Marty McFly para preguntar a su yo del pasado si pediría la dimisión de un presidente con semejante bagaje, pero el líder del PP llegaba tarde a esa suerte de tormento. A estas alturas, a Sánchez le da igual Juana que su hermana. Con nada se sonroja, con nada balbucea. Cuando Pepa Bueno lo confrontó con el Sánchez del pasado, el que aseguraba que sin presupuestos hay que convocar elecciones, Sánchez le dio un manotazo a su holograma de 2018 con un desparpajo que es ya historia del cinismo universal. A este presidente brutalista ya le incomodan pocas cosas y en pocos detalles se detiene. Colocando la palabra genocidio, ya tenía la mañana echada.
Llegó entonces el turno de Santiago Abascal. Tiemblan las columnas toscanas del hemiciclo cuando el líder de Vox toma la palabra. Para hormigón desprovisto de ornamentos, el suyo a la hora de calificar al presidente: corrupto, traidor e indecente. Abascal intuye que su potosí electoral está en el peliagudo binomio seguridad/inmigración y con ello percute día y noche. A Sánchez y Montero se les hizo eterna la lista de agresiones que enumeró el líder de Vox. Sus rostros transmitían una sorda incomodidad y algo debe preocupar al presidente para que, en lugar de refutar la intervención de Abascal con lugares comunes, tratase de contrarrestarle con estadísticas sobre la supuesta disminución de la inmigración irregular o dejando claro que el sanchismo también condena las agresiones sexuales cometidas por inmigrantes.
Algo intuye también Gabriel Rufián, que al recordar a Sánchez que la oposición ya va camino de 200 escaños, señaló a la bancada de la derecha moviendo los deditos de la mano izquierda como con asco. No deja de ser curioso como Sánchez y su Gobierno escuchan con especial respeto las intervenciones del inefable portavoz de Esquerra.
Lo que tampoco cambia es la vieja escuela de la vicepresidenta Montero. Si pestañeas, te pierdes el imprevisible zigzag de sus seseos y ceceos. A cada acusación de corrupción, ventilador del «y tú más». Que sí, que habremos comenzado un nuevo curso político, pero las florituras para otros. Aquí manda Le Corbusier.
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