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Discurso de Navidad

En principio fue el Rey

La Razón
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La abdicación del Rey cierra, no sólo un largo capítulo de nuestra historia sino también de cada una de nuestras vidas, especialmente las de aquellos que tuvimos la suerte de ver nacer, con alegría e ilusión, la libertad y la democracia en España. Y que vivimos y valoramos aquellos logros y el papel jugado por Juan Carlos I.

Aquel capítulo de la historia de España podría comenzar, decía el presidente Leopoldo Calvo–Sotelo, como el evangelio de San Juan: en el principio fue el Rey. Porque la Corona será la institución que llevará el protagonismo, la iniciativa de la Transición. No ocurriría lo mismo con el resto de las instituciones, a pesar de que muchos tenían fe en lo que un reputado falangista, Jesús Fueyo, formulaba como verdad incuestionable: «Después de Franco, las instituciones». Pero de las instituciones franquistas solo pervivirá la Corona, que evitará el vacío legal tras la desaparición del dictador. Y añade Calvo-Sotelo que si las leyes franquistas hablaban de un Reino, pero no de un Rey, la Constitución hablará de un Rey pero no de un Reino. Y «el Rey es el Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia».

Juan Carlos I, un Rey decidido a reinar, toma en sus manos el mando de la nave que deberá conducir desde la dictadura a la democracia. El nuevo Rey es para la mayoría de los españoles la sombra del dictador y poco más. Por ello, todas las miradas estaban en Juan Carlos desde el mismo momento que aparece como Rey. El primer año tendrá por ello un especial significado. En alguna ocasión, el Rey Juan Carlos ha recordado que «durante todo un año fui el único dueño de mis palabras y de mis actos. Y utilicé aquel poder, en primer lugar, para decir a los españoles que en el futuro ellos eran quienes deberían expresar su voluntad». Pero, decidido a triunfar en el proyecto de democratizar España, se emplea a fondo en su trabajo. Para valorar este trabajo conviene recordar una realidad. Desde el 22 de noviembre de 1975 en que es proclamado Rey hasta las primeras elecciones democráticas a mediados de junio de 1977 Juan Carlos I, como heredero de un dictador, tuvo en sus manos todos los poderes que antes tuvo Franco. Pudo quedárselos, pero no dudó dejarlos todos para que fuera una Constitución la que fijara cuáles de ellos le correspondería como monarca parlamentario. En esos casi dos años Juan Carlos fue el gran protagonista del cambio. Y a la vista de las realidades logradas, los españoles cambiarían el excepticismo, si no desconfianza, que inicialmente les producía el nuevo Rey por entusiasmo, convirtiéndose en «juancarlistas». Sin Juan Carlos I, no se entiende este periodo histórico.

¿Cómo es el joven monarca? El nuevo Rey era ciertamente un desconocido para la mayoría de los españoles. Desde los diez años está en España y se convierte en la sombra de Franco. Juan Carlos guarda un grato recuerdo del Caudillo y, como contaba a la periodista Selina Scott en un reportaje para la televisión británica, en 1992, nunca ha permitido que se hablase mal de Franco en su presencia. La razón de Juan Carlos es contundente: «Uno tiene que aceptar de dónde viene y ese fue el hombre que me puso en el Trono».

De carácter vitalista cree que la suerte le ha sonreído: «A mí, la suerte me sonríe a menudo. Tengo el don de cogerla al paso, incluso de provocarla. Creo firmemente que hay que defender la propia suerte con el mismo encarnizamiento con el que se defiende el propio derecho», pero también cree que es conveniente «no poner a prueba la suerte». Pero su vida no ha sido fácil. hasta que llega a Rey está llena de silencios. Confiesa que durante los años que estuvo con Franco aprendió básicamente tres cosas: mirar, escuchar y callar. De hecho, tiene fama de melancólico, silencioso... Él recuerda que «la soledad comienza con el silencio que es necesario saber guardar. He pasado años sabiendo que cada una de las palabras que yo pronunciaba iban a ser repetidas en las altas esferas, después de haber sido analizadas e interpretadas según sus conveniencias por la gente que no siempre deseaba mi bien».

La imagen de Juan Carlos cambió en cuanto fue Rey. Entonces se muestra espontáneo, cordial, afectuoso, simpático, extravertido, cercano... «Si haces las cosas pensándolas, no salen bien,... Pero si sigues tu instinto, si actúas espontáneamente, te salen». Es una persona de gestos, de sonrisas, de mímica expresiva que muestra su necesidad de exteriorizarse, de un indudable encanto. Y por ello, y con su juventud y buena planta atrae, fascina, seduce a los españoles. Esta es su autodefinición: «Yo soy, pues... como yo: extrovertido, patalallana, nada complicado...». Estos valores como la cordialidad, la simpatía, el sentido del humor, la amabilidad, incluso la profesionalidad, que adornan al Rey son muy cotizados en el mundo actual y fueron creando una nueva imagen de Juan Carlos, que en nada se parece a la del joven príncipe adjunto siempre a Franco. Y le han servido para lograr apoyos necesarios, para vencer reticencias, para «vender»... Muchos de los líderes de la oposición, partidarios de rupturas y poco o nada inclinados a la monarquía terminarían estando encantados con aquel joven Rey –pienso en Carrillo, en Felipe González...– y se autoproclamarían pronto como convencidos «juancarlistas».

Un retrato cercano nos lo da su hijo el príncipe Felipe: «Destacaría muchas virtudes y cualidades: su don de gentes, su sentido del humor, su flexibilidad ante las cosas, sobre todo su sentido del deber, que siempre ha demostrado y nos ha inculcado, y ese olfato político que tanto se ha reconocido. En definitiva, lo que más le puede definir es su vocación de servicio a España y de servir a todos los españoles».

El nuevo Rey es consciente de su papel. De la atracción que la Monarquía irradia. Por eso no duda en saludar, en pararse rompiendo todo protocolo, en fotografiarse con un niño en los brazos. Tiene un sentido especial de la ubicación. El mismo lo reconoce: «A la gente siempre le gusta estar cerca de los Reyes. Sienten que deseas saludarlos a todos, aunque no tengas manos suficientes porque sólo tienes dos». Y es consciente también de que su mayor éxito es presentarse desde el primer momento como Rey de todos los españoles, hasta de los no monárquicos. Cuando Faustino Azcárate, diputado de la República, se disculpó ante el Rey de que no podía aceptar ser senador real dado su condición de republicano, la respuesta del monarca fue: «Precisamente por eso me gustaría que aceptaras. Me gustaría ser también el Rey de los republicanos».

El Rey reconoce su suerte al haber elegido las personas adecuadas para cada ocasión: «En la vida he tenido la suerte inmensa de tener cerca de mí a hombres excepcionales, primero entre mis profesores y después entre mis hombres de confianza y mis consejeros».

A quienes le acusan de olvidarse de los amigos les contesta que «para un Rey es difícil tener amigos. Para mí, el peligro se encuentra en la utilización que puede hacerse de mi amistad si se la otorgo a alguien. Cuando se es Rey, no siempre es fácil distinguir entre un cortesano y un amigo. Por lo demás, raras veces me equivoco a este respecto». Este juicio, sin embargo, sería puesto en duda a medida que pasan los años y que amigos concretos o parientes cercanos del monarca han «sabido utilizar» esa amistad.

Según comenta a Vilallonga, a Juan Carlos le ha preocupado que los españoles diferencien los dos papeles: «Que diferencien entre Jefe del Estado, prisionero de las obligaciones de su cargo, y el Rey, un ser humano que hace lo posible para no causar demasiados problemas a sus conciudadanos». Si bien es consciente de que «un hombre en el poder no siempre es una marioneta sin alma, sino un ser humano con sentimiento como cualquier otro, con alegrías, con frustraciones y penas». Esta dimensión la desarrolla con mayor libertad cuando se pone al frente del Bribón, cuando compite con sus amigos –«Si no eres el mejor, no ganas, seas Rey o no»–, cuando llora desconsoladamente ante tragedias como los asesinatos de ETA, etc.

¿Qué esperan los españoles del nuevo Rey? Una encuesta publicada en la revista Cambio 16, el 1 de diciembre de 1975, cuatro días después de la coronación del nuevo Monarca, bajo el significativo título de «Un Rey para la democracia», no dejaba lugar a dudas sobre lo que los españoles esperaban de Juan Carlos I. Como si de un rey mago se tratara, los encuestados esperan que traiga a España: mayor libertad de expresión (72%), la amnistía (61%), el sufragio universal (70%), las libertades regionales (80%) y libertades políticas (58%).

Hay que cambiar casi todo. El primer tema que toca el Monarca es el de la reconciliación de todos los españoles, al realizar una llamada a la unidad y a la concordia nacional: «Hoy comienza una nueva etapa de la Historia de España. Esta etapa, que hemos de recorrer juntos [...] La institución que personifico integra a todos los españoles, y hoy, en esta hora trascendental, os convoco porque a todos nos incumbe por igual el deber de servir a España. Que todos entiendan con generosidad y altura de miras que nuestro futuro se basará en un efectivo consenso de concordia nacional. El Rey es el primer español obligado a cumplir con su deber y con estos propósitos».

Refiriéndose al papel que la Corona asumía en aquellos momentos, afirma: «...deseo ser capaz de actuar como moderador, como guardián del sistema constitucional y como promotor de la justicia. Que nadie tema que su causa sea olvidada; que nadie espere una ventaja o un privilegio. Juntos podremos hacerlo todo si a todos damos su justa oportunidad. Guardaré y haré guardar las leyes teniendo por norte la justicia y sabiendo que el servicio del pueblo es el fin que justifica toda mi función...».

A continuación, tras constatar la necesidad de realizar perfeccionamientos profundos alude a la Patria, entendida como empresa colectiva, a la participación, pero sin referirse a los partidos políticos y a la necesidad de «...una capacidad creadora para integrar en objetivos comunes las distintas y deseables opiniones, que dan riqueza y variedad...». Insta a «...la construcción de un orden justo, un orden donde tanto la actividad pública como la privada se hallen bajo la salvaguardia jurisdiccional...». En su discurso, el Rey hace un guiño a las Fuerzas Armadas, ejemplo de patriotismo y disciplina, y lanza un reto a los intelectuales y a su compromiso con la sociedad más necesitada, que nunca de orientación, para que aporten nuevas soluciones. El mundo del trabajo tiene un hueco muy especial en la alocución real: «...no queremos ni un español sin trabajo, ni un trabajo que no permita a quien lo ejerce mantener con dignidad su vida personal y familiar, con acceso a los bienes de la cultura y de la economía para él y para sus hijos...». En otro orden de cosas, se refiere a la Iglesia católica singularmente enraizada en nuestro pueblo; a la familia, «...la primera educadora y que siempre ha sido la célula firme y renovadora de la sociedad...»; el Monarca también alude, aunque sin nombrarlos, a los pueblos de Hispanoamérica: «...España es un núcleo originario de una gran familia de pueblos hermanos...»; y a la integración en Europa: «...la idea de Europa sería incompleta sin una referencia a la presencia del hombre español...». Por último, también encuentra un hueco en este discurso una velada alusión al problema de Gibraltar, cuando el Rey afirma: «...no sería fiel a la tradición de mi sangre si ahora no recordase que durante generaciones los españoles hemos luchado por restaurar la integridad de nuestro solar patrio. El Rey asume este objetivo con la más plena de las convicciones...».

En junio realiza el viaje a Estados Unidos, que comienza en Santo Domingo, para que fuera hispanoamericano el primer país del nuevo continente que visitaba el Rey de España. Tras entrevistarse con el presidente Gerald Ford, el 2 de junio de 1976 pronuncia un importante discurso en la Cámara de Representantes en el Capitolio de Washington. Deja muy claro que es un Rey lejano al franquismo y comprometido con la democracia. Este es el Rey que entusiasmó a los españoles. Este es el Juan Carlos I demócrata, ilusionado con construir una España moderna y valorada en el mundo. Que hoy cierra el libro de su historia pero que quedará en la Historia de España como un gran monarca.