Opinión

España sin pestillo

Sánchez enumera las crisis con el soniquete de las letanías y aplica a todo la misma plantilla: el culpable externo, demonizar al que pase por ahí y más gasto

Ell presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, con María Jesús Montero, ayer en el Congreso
Ell presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, con María Jesús Montero, ayer en el CongresoAlberto R. RoldánFotógrafos

Hay algo en los gestos de Pedro Sánchez y María Jesús Montero cuando están sentados en sus escaños del Congreso, mientras habla la oposición, que me resultaba familiar y no sabía por qué. Es una cara de estupor, un mirarse incrédulos, un arquear las cejas, como el que realiza un esfuerzo ímprobo por no indignarse, que me hacía rebuscar en mi memoria, machaconamente, como cuando tienes una palabra en la punta de la lengua que no te sale, hasta que he caído en la cuenta.

Son las mismas caras y el mismo lenguaje corporal que se gastaban los políticos, e incluso algunos compañeros periodistas, cuando un informador tenía el valor de decir algo o plantear alguna pregunta que se saliera del marco mental imperante en la Barcelona de los años del Estatut. Ese marco viscoso fraguado por indepes y PSC. La incapacidad para aceptar que hay gente que no piensa como tú o que puede cuestionar tus planteamientos (o incluso tener una brizna de razón) es uno de los mayores venenos a los que puede enfrentarse un informador y, mucho más, un dirigente político con altas responsabilidades.

Sea por sectarismo o porque la hiedra del síndrome de la Moncloa ya se ha extendido irremisiblemente por la sala del Consejo de Ministros, este Gobierno ha perdido el contacto con la realidad. Este Ejecutivo arquea demasiado las cejas cuando escucha lo que no le gusta.

El debate tutti frutti sobre el aumento del gasto en Defensa, mezclado tramposamente con el apagón masivo, demuestra que Moncloa no entiende lo que ha pasado estos días en el ánimo de los españoles. Lo del apagón, sumado al último caos ferroviario, no es una crisis externa que haya habido que gestionar, mejor o peor. La pandemia vino de Asia y en todo el mundo moría gente. Ya sabemos que aquí tuvimos una incidencia de las más altas, que nuestro desplome económico fue tremebundo y nuestro PIB el último en salir del pozo. Pero en España siempre funcionó bastante bien el consuelo del mal de muchos. Ahora, en cambio, ha llegado un apagón masivo (sólo para nosotros y los pobres portugueses) que se llevó cinco vidas, provocando un quebranto económico considerable y, sobre todo, que ha generado inseguridad. La inseguridad de si puede volver a pasar, de igual manera que la gente ya se sube a los trenes sin la certeza de si llegará a su hora o tendrá que hacer noche en medio de un páramo mesetario mientras Los Morancos tratan de animarlos con la guitarra. A estas alturas de la película, Sánchez enumera las crisis que ha tenido que afrontar con el soniquete de las letanías y pretende aplicar a todo la misma plantilla: buscar un culpable externo, demonizar a quien pase por ahí (nucleares y ultrarricos) y prometer más gasto público. Pero el apagón no fue una crisis externa. Para que a España se le fundieran los plomos no hizo falta un batallón de hackers rusos, sino un ramillete de ministros autóctonos demasiado sectarios. Demasiado sordos. De los que arquean demasiado las cejas. Tuvieron la osadía de imponer ideología a biología y cuando un fanático coge una linde, la linde se acaba y el fanático sigue. Por eso trataron también de domeñar la tecnología con planteamientos ideológicos. Pero la tecnología, sobre todo si va ligada a la física, es terca como una mula. Los técnicos de Red Eléctrica, así como numerosos expertos, señalaron que la irrupción masiva de energías renovables estaba provocando oscilaciones en el sistema eléctrico que finalmente desembocaron en el apagón que nos ha abochornado como país. No hay peor enemigo de las renovables que quien, por fanatismo, deja al descubierto de forma descarnada sus inconvenientes. Que se solventarán con la tecnología adecuada en un futuro, pero que ahora requieren de fineza. Y este Gobierno está tan obcecado que ha salido del pleno del Congreso destrozando lo que dice defender.

Si tú, más de una semana después, le dices a los españoles (aunque sea mentira) que no sabes qué provocó el apagón y que tardarás meses en averiguarlo, les estás transmitiendo de manera implícita la idea de que en cualquier momento podría volver a suceder lo que no sabes (aunque sea mentira) por qué sucedió. De igual modo, cuando por no asumir responsabilidades en el caos ferroviario, aireas que son cientos y cientos los kilómetros de vía que están sin un ápice de vigilancia, y explicas ufanamente el mucho daño que puede provocar el corte de unos simples cables en unas simples cajas amarillas, lo que estás haciendo es gritar al mundo que España no tiene pestillo. Un pleno sobre el gasto en Defensa para pregonar que España está indefensa. Que cualquier lunes puede haber un apagón masivo. Que cualquier domingo, si alguien quiere hacer la gracia, tú pasarás la noche en un tren sumido en la penumbra. Dice Sánchez que sin semáforos hubo un 24% menos de accidentes y sus bardos celebran el ayuno digital que nos brindó el apagón. El español suele consolarse con el mal de muchos, pero tocarle el comer y el ocio entra en otra dimensión.