Opinión

El espantoso silencio vasco

España entera estaba sembrada de apellidos vascos hostigados

Una pintada en el País Vasco que reclama la amnistía para los presos de la banda terrorista ETA
Una pintada en el País Vasco que reclama la amnistía para los presos de la banda terrorista ETAAlvaro BarrientosAgencia AP

Tengo un álbum mental de postales horribles, pintadas por el odio. Ese cura de pueblo al que arrojaban botes de pintura en la fachada de la Iglesia porque no era nacionalista. Esos funerales nocturnos de guardias civiles en Bilbao, de tapadillo, porque hasta morir asesinado era motivo de vergüenza. Esas extrañas respuestas del tío carnal de la primera ertzaina asesinada: «Haya paz» (acompañadas de un silencio ominoso). Esos cementerios profanados. Durante décadas, el País Vasco fue un infierno para los constitucionalistas. Me dejaba de piedra la expresión «Aquí se vive muy bien» referida a los maravillosos paisajes, la estupenda comida, la riqueza económica. A mí me parecía que se vivía fatal. Sin libertad. Cientos de miles de personas se marcharon de Euskadi porque su libertad había sido amputada. Podías quedarte si no decías nada, si te sepultabas en el silencio y no te «significabas». De lo contrario, entrabas en la categoría de «ocupador» y eso autorizaba a zaherirte, señalarte, amedrentarte y humillarte.

«Exterminio o eliminación sistemática de un grupo humano por motivo de raza, etnia, religión, política o nacionalidad». La simple definición de «genocidio» que recoge la RAE expresa la sangría que ETA procuró en España en 50 años de actividad criminal. Ochocientos cincuenta y tres asesinatos en 3.500 atentados que, además, regaron el país de discapacitados físicos y psíquicos, familias de luto, arruinados y traumatizados de todo tipo. Sin contar el terror a que se sometió a varias generaciones de españoles, el dispendio público de multiplicar policías y escoltas y el dinero gastado por las empresas para detectar explosivos o proteger a sus empleados.

El objetivo no fue sólo la independencia del País Vasco, sino la erradicación del contrario. Si pensabas diferente no tenías derecho ni a la vida ni a la residencia.

Cómo sufrieron los que permanecieron. En los pueblos aprendieron a vivir mudos. Yo flipaba del hermetismo del que hacían gala, de la imposibilidad de cerrar una conversación que fuese más allá del tiempo. En las ciudades, nació una red de hoteles y bares a los que acudir sin que te espiasen. La ciudad no liberaba de otras servidumbres. Si eras policía o guardia civil, escondías tu uniforme de la vista de los vecinos y los tendías en el cuarto de baño para que nadie adivinase tu profesión. A los críos los educabas para que no supiesen a qué se dedicaba su padre, no fuesen a irse de la lengua en el colegio y resultasen pasto de los chivatos. He conocido viudas que han ocultado a sus hijos el atentado en que murió su marido hasta la mayoría de edad: les contaban que el padre había muerto en accidente de tráfico.

Si acudías a una manifestación de Gesto por la Paz o abandonabas el anonimato obligado, te pintaban dianas en la fachada de casa, metían amenazas de muerte en el buzón, rallaban tu coche. Vivir se hacía endiabladamente desagradable y, cuando salías en los papeles de ETA y te veías obligado a aceptar una escolta, la disciplina dictaba todos tus pasos: debías anticipar cuándo salir y entrar, variar siempre los itinerarios, revisar los bajos del vehículo y saber que nunca tendrías intimidad fuera del hogar. Besabas a tu novia delante del maromo que te protegía.

Andalucía, Madrid, Valencia, España entera está sembrada de apellidos de vascos hostigados y erradicados de su tierra. Euskadi es un constructo social donde los filoetarras y los resistentes han creado una amalgama artificial. En puridad democrática, debía subvencionarse el regreso al terruño de los que salieron hostigados por el terrorismo, para paliar y sanar las heridas provocadas y restañar la inmensa diáspora que generó el odio. «Exterminio o eliminación sistemática de un grupo humano por motivo de raza, etnia, religión, política o nacionalidad». Fue exactamente eso.