La opinión

Lo irreversible

Debido a la acumulación de equivocaciones, empezamos a tener un corpus legislativo que contiene su propio pelotón de torpes

GRAF563. MADRID, 25/02/2023.- La ministra de Igualdad, Irene Montero, durante la clausura del Encuentro Internacional Feminista organizado por el Ministerio de Igualdad, con una mesa de mujeres referentes de diferentes rincones del mundo, este sábado en la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid. EFE/ Borja Sánchez Trillo
Irene Montero confía en acordar la reforma del sí es sí antes de su debateBorja Sánchez-TrilloAgencia EFE

¿Pero es posible que todavía queden almas simples que no se den cuenta de que en los clásicos se halla el compendio de toda la sabiduría humana? Lean si no los siguientes versos de «Las mocedades del Cid» e intenten aplicarlos a la coyuntura actual: «Procure siempre acertarla/ el honrado y principal/ pero si la acierta mal/ defenderla y no enmendarla.» ¿Les suena? Debido a la acumulación de equivocaciones, empezamos a tener un corpus legislativo que contiene su propio pelotón de los torpes. Se llamaba así, en el ejército, al grupo de soldados que no habían sido capaces de culminar correctamente la instrucción. En el sistema castrense, la ventaja que tenía ese tipo de agrupación es que se podía aislar a los que no funcionaban con eficiencia y alejarlos de las tareas estratégicas.

En el caso de aquellos de nuestros políticos que andan flojos de instrucción, lo preocupante es que han sido incapaces de alejar de la primera línea de la realidad a ese pelotón de leyes que no funcionan. De hecho, todavía más grave que eso, no han atendido al grado de irreversibilidad que tienen algunas de las normativas y regulaciones que están aprobando. Se ha hablado interesadamente, como excusa en la polémica, de que el estamento judicial era conservador. Yo no sé si una cosa así puede afirmarse generalizando a la gruesa y demostrarse de una manera científica. Me parece que no. Pero está claro que, como el equilibrio perfecto es imposible, el fiel de la balanza seguro que se inclinará un poco hacia un lado u otro. De ser así, que los jueces tendieran un poco al conservadurismo no me parecería ni imprudente ni insensato. Por una sencilla razón: hay que estar muy vigilantes si la aplicación de una ley provoca efectos irreversibles o no.

Y frente a esa irreversibilidad siempre es mejor la prudencia y la reflexión que la acción precipitada. Ese ha sido el gran e invencible argumento para desterrar la pena de muerte en todos los países verdaderamente civilizados. Quitar la vida a alguien es algo tan gigantesco e irreversible que no tiene vuelta atrás. Solo por la posibilidad de que se cometiera un error (aunque solo fuera uno) y el Estado le quitara la vida a un inocente, al ser imposible restituírsela, eso sería imperdonable. No habría forma de compensar equitativamente el error, ni posible marcha atrás. Por ello, se considera que esa solución no es aceptable y se sigue luchando contra ella, lucha de la cual precisamente el progresismo ha hecho siempre bandera. Si la evaluación de esa irreversibilidad ha sido una de las vigas centrales de la dirección ética legislativa ¿por qué ahora se ignora ese norte en leyes tan sensibles? Hay consenso en la sociedad para luchar contra la violencia conyugal, para darle importancia central al consentimiento en las relaciones sexuales, para ofrecer la cobertura legal necesaria a la situación de las minorías que tengan especificidades sexuales que se alejen de la media, para cuidar a nuestras mascotas, etc. ¿A santo de qué entonces plantear regulaciones que no tenga en cuenta posibles efectos irreversibles? ¿Por ideología? ¿Por vanidad? ¿Por fidelización de los votos de algunos drásticos?

La juventud de aquellos que en algunos casos serán afectados por la normativa no es asunto menor en esa ecuación. Cuando somos jóvenes, por la lejanía de la muerte y la poca experiencia todavía con el inexorable paso del tiempo, está demostrado que los humanos tenemos más problemas para entender la carga de irreversibilidad que muchas decisiones conllevan. El triste caso reciente del suicidio de niñas de doce años es el ejemplo más directo, al ver como la mente aún inmadura se confunde y, en lo abstracto, llega a ver lo irreversible como una salida a una situación, sin apercibirse de que no hay vuelta atrás. Lo menos que se le puede pedir al legislador, a la vista de todos esos parámetros es que sea prudente. Dice ahora Montero que no se levantará de la mesa hasta negociar una solución. Pero con quién va a negociar es con su jefe, para que no la eche. Quizá con quién debería plantearse que ha de sentarse a negociar es con toda la sociedad española.