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La consigna de Sánchez a sus ministros para 2019: «Quien resiste, gana»

El presidente celebró el pasado miércoles una cena informal con su gabinete bajo el mandato de llegar al otoño. Afrontan el año nuevo con Celaá como la peor valorada entre sus compañeros y Ábalos como hombre fuerte

Los ministros del Gobierno del presidente Pedro Sánchez posan en La Moncloa / Foto: Javier Fdez-Largo
Los ministros del Gobierno del presidente Pedro Sánchez posan en La Moncloa / Foto: Javier Fdez-Largolarazon

El presidente celebró el pasado miércoles una cena informal con su gabinete bajo el mandato de llegar al otoño. Afrontan el año nuevo con Celaá como la peor valorada entre sus compañeros y Ábalos como hombre fuerte.

La noche del pasado miércoles Pedro Sánchez y su mujer, Begoña Gómez, ofrecieron la tradicional copa navideña a los ministros del Gobierno. No fue una cena formal sentados a la mesa como hacían Aznar, Zapatero y Rajoy, sino un buffet en el salón de tapices de la Moncloa. Recién llegado de Doñana dónde pasó la Nochebuena, el presidente estaba «tranquilo, sereno y muy seguro», según definen su ánimo varios miembros del Ejecutivo. Los más cercanos a él, con peso político en el Gabinete, admiten que es consciente de las dificultades políticas, pero mantiene su firme intención de agotar la Legislatura, aún con el conflicto de Cataluña latente. «A los independentistas no les interesan unas elecciones, saben que se les acaba el chollo», afirman gráficamente varios ministros. «No ganan nada haciéndole caer», añaden otros. Por ello, Sánchez se muestra confiado en aprobar los Presupuestos, rechaza que su reciente viaje a Cataluña haya sido una rendición indigna y se basa en el dilema que le planteó al inquilino de la Generalitat, Quim Torra: o Cataluña con dos mil millones más, o la amenaza de un 155 muy duro bajo un gobierno de la derecha.

Es el as en la manga de Sánchez ante un Torra muy debilitado y un separatismo dividido. El presidente juega con unas cuentas públicas de marcado carácter social a las que ve difícil que puedan oponerse los soberanistas catalanes, aún con el juicio caliente contra el «procés» encima. Pero si ello ocurriera, no descarta una prórroga para aguantar al menos hasta octubre, su opción favorita. El fantasma del superdomingo electoral no se lo plantea, ni siquiera ante el fiasco de Susana Díaz en Andalucía. Los mal pensados creen que, en el fondo, se ha quitado la espina de su eterna enemiga. «Hace un año nadie daba un duro por Pedro mientras Susana iba de sobrada. Ahora él es presidente del Gobierno y ella un cadáver político». Así se expresa un destacado «sanchista» sobre el hombre que parece un junco a punto de doblarse, pero que nunca cae del todo.

Han pasado siete meses de la moción de censura contra Mariano Rajoy. Desde aquel uno de junio, con sus exiguos ochenta y cuatro diputados, Pedro Sánchez ha gobernado a golpe de decretazos, ha realizado cesiones constantes a los soberanistas, totalmente indignas en opinión de algunos de sus barones, el PP y Ciudadanos, ha desplegado una campaña de imagen sin precedentes bajo el «síndrome del Gobierno bonito», no ha parado de viajar al exterior y ha utilizado el Falcon 900B más que ninguno de sus antecesores. «Es el presidente que más se mueve a costa del Estado», critican en la oposición. Desde su primer gran decreto sobre la exhumación de Franco, hasta sus constantes veleidades de decir un día una cosa y mañana la contraria. «Antes era Sánchez y ahora es el presidente», justificó de modo ridículo su vicepresidenta, Carmen Calvo. Se ha subido al avión presidencial para un concierto de The Killers en Benicassim, la boda de su cuñado en La Rioja o la cumbre con sus ministros en Quintos de Mora. «Su herramienta favorita es el Falcon», critican desde el PP y Cs, mientras en Moncloa lo atribuyen a exigencias de seguridad. Sea como fuere, Pedro Sánchez acaba el año con una inestabilidad de campeonato, unas cuentas en barbecho, un soberanismo embravecido y un escenario electoral fragmentado muy difícil de cuadrar. Nada de esto le quita el sueño y así se lo ha dicho a sus ministros: «Quien resiste, gana».

«Un gobierno con escasa sintonía, a veces parece de Pancho Villa». Así opinan veteranos dirigentes socialistas, algunos de ellos ministros con Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero, sobre sus actuales sucesores con Sánchez. «Cada uno va por su lado», dicen las mismas fuentes. Como los más valorados se alzan Josep Borrell, José Luis Ábalos y Margarita Robles. Con perfil muy bajo Nadia Calviño, Reyes Maroto, Luis Planas, José Guirao y María Luisa Carcedo. Bastante quemados Magdalena Valerio, Fernando Grande Marlaska, Meritxell Batet y Carmen Calvo. Muy combativa, con un carácter fuerte en primer plano, la andaluza María Jesús Montero. En el farolillo rojo, como las peores valoradas, Isabel Celáa, Teresa Ribera y Dolores Delgado. Y en una especie de limbo, Pedro Duque, que como buen astronauta parece estar en la luna.

La exigua mayoría parlamentaria impide que los ministros puedan acometer reformas de calado y se vean forzados a recurrir al decreto ley. Los guiños a Podemos y el altivo protagonismo de Pablo Iglesias levantan ampollas en muchos barones. «Sánchez gobierna a golpe de lo que le dicen los demás». Así define la situación un destacado líder regional como prueba de la debilidad del Ejecutivo y lo que Iglesias llama «gobierno parlamentario». Las cesiones a Podemos y los separatistas, sobre todo en Cataluña, despiertan recelos en los dirigentes con autonómicas y municipales a la vista. «Nos pasará factura», aseguran muchos de ellos, que piensan en un adelanto electoral para frenar el desgaste. Pero la decisión de Sánchez sigue siendo aguantar, convencido de que el conflicto catalán requiere de paciencia y del conocido axioma de «divide y vencerás».

Pese a ello, hay ministros que trabajan seriamente y son valorados en sus respectivos sectores. Es el caso de Borrell, titular de Asuntos Exteriores, cuya solvencia intelectual nadie pone en duda. Furibundo antinacionalista, defensor de la unidad de España y contrario al separatismo, aunque a veces se salga del guión y haya pasado un momento muy bajo con la multa de la CNMV por la venta de sus acciones en Abengoa. Es una especie de verso suelto ante lo que algunos llaman la excesiva «dialoguitis» del Gobierno. Con experiencia internacional, fue presidente del Parlamento Europeo, Borrell estaba ya de vuelta de casi todo y a Sánchez le costó convencerle para que entrara en su equipo. Entre los diplomáticos se valora su gestión equilibrada, sin grandes purgas ni nombramientos de embajadores políticos. Prueba de ello fue la designación de su antecesor, Alfonso Dastis, en una plaza de lujo como Roma. El cese de Jorge Moragas, ex jefe de gabinete de Rajoy, al frente de la delegación española en la ONU, fue considerado «lógico» en el Palacio de Santa Cruz, dónde definen al ministro como un «hombre serio, aunque algo soberbio».

Una ministra muy valorada es Margarita Robles, magistrada, sólida y trabajadora incansable. Se ha ganado el respeto de las Fuerzas Armadas, cuya cúpula ha mantenido. Con una agenda de infarto, ha visitado los acuartelamientos más emblemáticos, las misiones en Riga, Líbano y Afganistán, y ha conseguido las mayores inversiones en Defensa desde 1997, todo un récord. Ha palpado de primera mano la profesionalidad de los tres Ejércitos: «Nuestros militares realizan un gran sacrificio, un trabajo callado y desconocido por la libertad y la paz. Estamos en buenas manos», afirma la ministra. Consciente de que la Defensa no es un tema de partidos, Robles actúa conforme a sus principios éticos, lo que algunos compañeros de Gobierno no le perdonan.

Un ministro muy vinculado al PSOE como secretario de Organización, con gran peso político, merece un aprobado: Ábalos en Fomento, buen enlace entre el Gobierno y Ferraz. Hombre de confianza absoluta de Sánchez es el único que se permite declaraciones altisonantes sobre, por ejemplo, el superdomingo electoral de mayo o la inconveniencia de un Consejo de Ministros en Barcelona. Maneja el ministerio más inversor, ha desplegado diálogo en un conflicto enrarecido como el del sector del taxi contra las VTC, revisado el estado de las infraestructuras, con una puerta abierta a asumir la gestión de las autopistas quebradas, y medidas para la protección de las viviendas sociales contra los «fondos buitre». Respetado por los «gurús» de las grandes constructoras, su espinita ha sido la regulación de los alquileres que le ha parado en seco la titular de Economía, Nadia Calviño.

En el polo opuesto se sitúan otros ministros y ministras quemados y mal valorados. Entre los primeros destacan la vicepresidenta Carmen Calvo, que ha asumido la rama más política del gobierno como la exhumación de Franco y un discurso muy radical a favor de la igualdad y contra la violencia de género, que raya en lo grotesco. Sus declaraciones, incluso modificando el lenguaje, la han granjeado críticas por parte de la RAE y otros sectores que censuran su «desaforado feminismo». Muy discutida es también la titular de Educación y portavoz, Isabel Celaá. Su labor como voz y rostro del Gobierno es calificada de «mala y anodina»; sus ataques a la educación concertada, enseñanza de la religión y modificación de la Lomce, bastante «sectarios», y sus relaciones con los periodistas, distantes y tensas.Celaá tiene pocas simpatías incluso en el seno del Gobierno, lo mismo que la ministra para la Transición Ecológica, Teresa Ribera, que ha montado un follón enorme con sus declaraciones contra los toros y la caza. Tuvo que ser rebatida por el titular de Agricultura, Luis Planas, un hombre reservado pero conocedor del sector, y los presidentes de Extremadura y de Castilla-La Mancha. Ribera, Celáa y la titular de Justicia, Dolores Delgado, son conocidas entre sus compañeros como «las tres caras largas», por sus gestos soeces y nula empatía. Así se reflejó en la copa navideña de Moncloa. Según varios asistentes, se mantuvieron en un aparte sin hablar con otros ministros.

En el área económica destaca muy combativa la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, por su papel al frente de las cuentas públicas. Mujer de confianza de Susana Díaz, de quien fue consejera, ahora es en quien piensa Sánchez para un relevo en el socialismo andaluz. Sacó adelante la senda del déficit en el Congreso, si bien se la tumbó en el Senado la mayoría absoluta del PP. «Es de armas tomar», dicen en el ministerio ante su carácter vehemente con el que piensa presentar en enero los Presupuestos y negociarlos con los nacionalistas. En el polo opuesto está la titular de Economía, Nadia Calviño, desaparecida por deseo propio y por su temor a quemar su prestigio ante Bruselas, donde desea volver como comisaria europea. Muy discreta, hizo una excepción con sus declaraciones sobre el impuesto a las transacciones financieras para adecuar el modelo fiscal a la nueva economía digital. En este litigio impositivo figura de nuevo la de Transición Energética, defensora de un tributo polémico como el diesel. Algo que ha generado confusión y rectificaciones, como las de la titular de Industria, Reyes Maroto, que primero lo calificó de globo sonda y después lo desmintió. En cuanto a la ministra de Trabajo, Magdalena Valerio, responsable de Empleo en la Ejecutiva Federal, está inmersa en la polémica contrarreforma laboral que le ha enfrentado con la CEOE. Se estrenó con la peor cifra de paro desde 2011 y el «gol por la escuadra» que le metieron al publicar el BOE un sindicato de prostitutas.

A los ministros del Interior, el juez Grande Marlaska, y de Política Territorial, Meritxell Batet, se les critica su tibieza en el conflicto catalán. El primero ha rectificado la política de inmigración ante la imparable oleada del verano, y depositado confianza en los Mossos d'Esquadra en los agitados días de exaltación separatista. Aunque algunos califican su labor como «decepcionante», sus defensores destacan que ha limpiado importantes «cloacas» en el ministerio. La catalana Batet, muy respaldada por el PSC, se esfuerza en mantener el diálogo con los soberanistas, de momento con escaso resultado. El ministro de Cultura, José Guirao, sabe de su departamento porque lleva en esto toda la vida, pero su gestión es gris. Lo mismo puede decirse de la asturiana María Luisa Carcedo en Sanidad. Y patético resulta Pedro Duque, en Ciencia, ausente por completo. Sobre el astronauta, la comunidad científica ha acuñado ya una frase: «El ministro está en la luna».

Junto a Celaá y Ribera, otra muy mal valorada es, sin duda, la ministra de Justica, a quien en el mundo judicial apodan «la garzonita» por su estrecha relación con el ex juez Baltasar Garzón. «Es quien de verdad manda en el ministerio», denuncian miembros de la Judicatura. Sus anuncios sobre la Memoria Histórica, con una Comisión de la Verdad, y, sobre todo, sus meteduras de pata contra el juez Llarena han puesto en un brete al Gobierno, hasta el punto de que jueces y fiscales amenazaron con un motín, un plantón en toda regla al Rey y al presidente del Gobierno durante la apertura del año judicial, un día antes de la Diada. «Lola, no nos des tormento», que dicen sus antiguos colegas.