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Casa Real
Larga vida al Rey
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Decir que Juan Carlos I es tal vez el rey Borbón que más estabilidad ha dado a España no es faltar a la verdad histórica. Basta con repasar los avatares de esta dinastía, para convencerse de que es así. El primer Borbón, Felipe V, tuvo que combatir durante casi tres lustros enteros por la Corona con su rival dinástico, el archiduque Carlos de Austria, en la célebre y cruenta Guerra de Sucesión. Más tarde, en 1808, Fernando VII, bisnieto de Felipe V, derrocó a su padre Carlos IV y subió al trono para ser expulsado poco después por el mismo Napoleón, emperador de los franceses. Se tambaleó una vez más la Corona en 1868, cuando la Gloriosa revolución expulsó a Isabel II de España para instaurar en su lugar a Amadeo de Saboya, hasta que en 1874 un pronunciamiento militar restauró en el trono a Alfonso XII, hijo de la reina depuesta. Por si fuera poco, Alfonso XIII abandonó finalmente el país en 1931, tras la proclamación de la Segunda República, poniendo fin así a la línea dinástica de los Borbones españoles reinantes por derecho hereditario de sangre. Y tras la Guerra Civil, Franco convirtió de nuevo a España en reino con su Ley de Sucesión de 1947, gracias a la cual don Juan Carlos ciñe hoy la Corona en sus propias sienes.
Aludimos a una dinastía que fue expulsada cuatro veces del trono en menos de ciento cincuenta años, se dice pronto; una dinastía cuyos reyes abdicaron en ocho ocasiones de forma fulgurante: Felipe V en Luis I, Carlos IV en Fernando VII, Fernando VII en Carlos IV, Carlos IV en Napoleón, Carlos IV de nuevo en Fernando VII, Isabel II en Alfonso XII, Alfonso XIII en don Juan de Borbón y éste a su vez en su hijo Juan Carlos.
Juan Carlos I, precisamente, sigue encarnando hoy una monarquía de todos los españoles, la misma que propugnó siempre don Juan, que tan generosamente abdicó en su primogénito año y medio después de que éste ocupase el trono. Una monarquía sin partidismos, abierta a izquierda, centro y derecha, y plasmada en la Constitución de la Concordia de 1978 por la que sigue rigiéndose esta nación amenazada por los espurios intereses de una peligrosa pandilla de pescadores en río revuelto. Quienes cuestionan o reniegan ahora del papel conciliador y garante de la democracia en España que simboliza don Juan Carlos, no hacen sino tergiversar nuestra historia más reciente. ¿Qué mejor prueba que los españoles sean hoy más «juancarlistas» que «monárquicos»?
Con todos sus errores, que los tiene como cualquier otro régimen monárquico o no en el mundo, el balance del reinado de Juan Carlos I es claramente favorable a la estabilidad democrática. Jamás deberían escucharse por tanto las voces de quienes reclaman ahora incluso desde fuera un cambio de titular en nuestra monarquía, inmiscuyéndose en las entrañas del régimen. En todo caso, debemos ser respetuosos con la decisión de un rey que quiere seguir representando a la España constitucional en la que vivimos.
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