Curiosidades de Estrabón
Ni proyanquis ni prorrusos
Abascal nos tiene que hacer olvidar a los españoles que los enviados de Moscú se llegaron a reunir con Puigdemont y le prometieron fondos y soldados.
Ha causado sensación en Alemania la propuesta de los de «Alternativa para Alemania» (Afd) de meter a los inmigrantes sin papeles en la isla de Neuwerk, de la que es imposible salir salvo marea baja y eso, por las marismas. Claro, los habitantes del islote, que está en la muy rica ciudad libre de Hamburgo, han puesto el grito en el cielo porque viven de un sofisticado turismo que valora la naturaleza virgen. Lo que tiene el seguir estas nuevas posiciones políticas es que nunca se sabe por dónde te van a salir, en parte por un marketing histriónico que esta semana, por ejemplo, practicaban Elon Musk y Javier Milei, cuando el segundo hacía entrega al primero de una motosierra, no con ánimo de invitarlo a una performance «gore», sino de hacer recortes en las administraciones norteamericanas como los que se han hecho en Argentina.
Lo de la motosierra, que es una cosa que publicitó maravillosamente ese genio que fue Pepe Domingo Castaño –que animaba a comprarla como encantador regalo del día de la madre– es lo que hizo Gabriel Rufián con la impresora. El de ERC enarboló en el escaño del Congreso de los Diputados una máquina de imprimir para animar al referéndum de independencia, argumentando que los catalanes podrían hacerse sus propias papeletas ilegales en casa.
Si la extrema derecha alemana se ha pasado con lo de la isla, no les cuento Santiago Abascal, que es una persona cuerda e hijo de un héroe de la lucha antiterrorista, cuando nos ha animado a apoyar a Vladimir Putin. El problema de Abascal es que a Trump no se le puede aceptar por partes: o lo compras todo o no hay trato. Donald no está para ñoñerías. Vete a explicarle tú que el campo español se hunde si se ponen aranceles a las aceitunas o que nuestra industria naviera va mal si nos encarece el acero. Donald no sabe dónde están Ferrol o Jaén.
Indiscutiblemente, el trato es rentable electoralmente porque Trump ha despertado una oleada de curiosidad enorme. Por fin –dicen– uno que hace lo que dice, actúa contundentemente y se atreve con las vacas sagradas. Uno que quita los fondos públicos destinados al aborto o al cambio de sexo de menores, se atreve a reducir la Administración y los papeleos y se arremanga para intentar acabar con las guerras. Es indiscutible que Trump es, en estos momentos, el protagonista mundial. Y los que se suman a su carro, peregrinan a Washington y corean su mensaje están subiendo en las encuestas. El problema es que en el mismo pack va la alianza con Moscú o la idea de deportar a los gazatís para hacer un resort playero. Apoyar a Israel tiene un pase para la derecha, pero estar con el que quiere partir Europa a cachos y quedarse con las rebajas es harina de otro costal.
Abascal nos tiene que hacer olvidar a los españoles que Vladimiro estuvo detrás de los robots rusos que apoyaron el intento de golpe de estado en Cataluña y que los enviados de Moscú se llegaron a reunir con Carles Puigdemont y le prometieron fondos y soldados. Y eso es mucho tragar para la derecha.
En Alemania, los «proputinianos» repiten que se trata de acabar con la guerra y devolver a los jóvenes soldados a sus casas, pero es difícil esconder que si se concede al Kremlin una paz fácil a costa de Ucrania los europeos quedamos a merced de un tirano peligroso.
Si Vladimir Putin comprende la debilidad del continente nos chantajeará día y noche con su gas, su carbón y su grano, y sabe Dios cuándo se le ocurrirá otra agresión, a Finlandia, a los bálticos o a quien haga falta. Yo no sé si Vox ha calculado bien. Los españoles nunca hemos sido ni proyanquis ni prorrusos.