
Opinión
A «Puchi» se le acabó el amor
La decisión estaba tomada desde hace semanas, cuando algunos dirigentes de Junts filtraron la opción de la llamada «moción instrumental»

Como cantó Rocío Jurado, «La más grande», en su inmortal copla, «Se acabó el amor de tanto usarlo». Olé. Eso es lo que ha escenificado el fugitivo Carles Puigdemont tras la reunión con su cúpula directiva en Perpiñán. La decisión estaba tomada desde hace semanas, cuando algunos dirigentes de Junts filtraron la opción de la llamada «moción instrumental» y la portavoz en el Congreso, Míriam Nogueras, le lanzó a Pedro Sánchez el aviso de que había llegado la hora del cambio.
Días antes de la reunión en la ciudad del sudeste francés, «El Puchi» había recibido en su mansión de Waterloo a varios dirigentes y, sobre todo, a muchos alcaldes de su partido altamente preocupados por los malos augurios electorales y la imparable subida de la lideresa de Aliança Catalana, Silvia Orriols.
Ello ha sido determinante para esta ruptura con el Gobierno socialista que pedían a gritos los ediles municipales, el único reducto que, por el momento, les queda a los neoconvergentes herederos del poder de la antigua CiU, ahora amenazados por el ascenso de Orriols. La palabra ruptura, nada baladí, ha sido enfatizada por Puigdemont. «No hay marcha atrás», aseguran en su entorno. Y añaden que «esto no es una parada temporal, es el final del camino».
El expresidente de la Generalitat acusó muy duramente a Pedro Sánchez de moverse únicamente por «tacticismo» de poder. Tarde se ha dado cuenta, porque lo cierto es que en estos dos años el presidente del Gobierno le ha engañado como a un chino, moviendo los hilos de una amnistía que no llega porque la paralizará Europa, y otros acuerdos de paja, como la financiación singular, la oficialidad del catalán en las instituciones europeas o el traspaso de competencias en emigración. A partir de ahora, la legislatura entra en barrena, bajo un colapso del que a Sánchez le resultará muy difícil salir. La reacción en tromba de los ministros y portavoces del PSOE, apelando al diálogo y la mano tendida, es patética.
Una estrategia de mirar para otro lado con la decisión de Sánchez de aguantar el tirón como una roca y no convocar elecciones ni de broma. Pero el escenario es muy endiablado, con el agravante de que la moción instrumental, o la sombra de una nueva «Operación Mario Conde», que José María Aznar sufrió en carme propia, no serán aceptadas por el PP. A estas alturas de la película, la candidatura de Alberto Núñez Feijóo es innegociable. Un nuevo grano político, en las relaciones de Madrid con Cataluña, que ensombrece una legislatura agónica y abocada al fracaso. La mayoría de investidura que arrebató la victoria electoral al legítimo ganador del 23-J, Alberto Núñez Feijóo, para dársela al perdedor Pedro Sánchez se tambalea.
El fugitivo expresidente, rodeado en Bruselas por su abogado Gonzalo Boye y los miembros del «núcleo duro», liderados por Nogueras y Jordi Turull, avisan a los socialistas con virulencia: «Lucharemos hasta el final por el ataque a nuestros derechos fundamentales», advierte «El Puchi», mientras su defensa prepara un documento de denuncia contra los «defectos sistémicos» de la justicia española.
Según fuentes de su entorno, no se rinde y piensa dar la batalla. Ahora, muchos escenarios quedan abiertos. Por el momento, el prófugo no se plantea apoyar un pacto con el PP que sacaría de inmediato a Sánchez de La Moncloa, pero en política lo que hoy es negro mañana puede ser blanco. Ya lo dijo Manuel Fraga: «La política hace extraños compañeros de cama». En las últimas semanas destacados empresarios catalanes bien conectados con la corte de Waterloo han tendido puentes muy discretos entre dirigentes de Junts y del PP. «Conversar no es negociar, pero siempre es bueno hablar», comentan estas fuentes.
En círculos económicos recuerdan el famoso Pacto del Majestic, firmado tras las elecciones generales de 1996 entre el PP y Convergencia i Unió, según el cual el partido de Jordi Pujol apoyaba la investidura de Aznar como presidente del Gobierno a cambio de más competencias a Cataluña y el apoyo del PP a CiU en el Parlament. El pacto fue negociado por tres hombres clave: Rodrigo Rato, Josep Antoni Duran Lleida y Josep Sánchez-Llibre. Recuerdo bien aquellas reuniones en el Majestic de Barcelona entre estos políticos de altura, hombres de Estado que lograron una estable legislatura de cuatro años y buenos réditos para ambas partes. Fruto de aquel pacto, Aznar fue investido presidente del Gobierno el 4 de mayo de 1996 con mayoría absoluta en primera votación, gracias a los votos de CiU, el PNV y Coalición Canaria. ¿Algo que ver con el actual escenario? En aquella época primaban los intereses de Estado que sellaron en el mes de julio José María Aznar y el entonces presidente de La Generalitat, Jordi Pujol, en una foto histórica a las puertas del Palacio de Moncloa.
Treinta años después nada evoca aquel tiempo de consenso y buena gestión. Pedro Sánchez se atrinchera en La Moncloa a costa de destruir España, aunque ahora empiezan a romperse las costuras del bloque de su investidura. Dispuesto a todo, atacará sin piedad al PP con un discurso radical, ideologizado y guerracivilista. Utilizará los resortes de sus terminales con malas artes, mientras una extremeña, María Guardiola, le da una lección y convoca elecciones ante la ausencia de Presupuestos.
En esa tierra, Sánchez mantiene a un candidato de banquillo, Miguel Ángel Gallardo, como si la corrupción y el cerco judicial no fueran con ellos. Es la táctica del «sanchismo». Pero atención, el tablero se mueve. Como dice un empresario bien informado, «Esto es un juego de ajedrez dónde las piezas comienzan a desplazarse con sutileza».
Y en política, no hay peor gestión que la que no se hace.
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