
Opinión
Con el Rey o contra el Rey
En la batalla política que se libra en España, la Monarquía es la liebre falsa: la verdadera, la pieza que realmente se quiere abatir, es la Constitución

En octubre de 2018 escribí un artículo en «El Confidencial» evocando un viejo texto de Indalecio Prieto en 1930 con este mismo título: «Con el Rey o contra el Rey». Pablo Iglesias, desde su poltrona de vicepresidente del Gobierno, tuvo a bien responderme alegando, entre otras cosas: «En 2018, decir república es decir reforma, futuro, feminismo, modernidad, consenso, Europa social y soberanía». El argumento no puede ser más falsario. En nuestro tiempo, los valores de reforma, futuro, feminismo, modernidad, consenso, Europa social y soberanía suenan mucho más a Dinamarca, Suecia, Holanda o Noruega que al pelotón de repúblicas populistas y/o autoritarias que pueblan el planeta.
Obviamente, sería una manipulación grosera relacionar el bienestar social y la calidad democrática de esos países con el hecho monárquico; tan grosera y rancia como la de Iglesias asociando el hecho republicano a un conjunto de valores que, en nuestro tiempo, se producen en unos u otros lugares de forma completamente independiente a su forma de Gobierno, sea republicana o monárquica. Francia no sería menos democrática si a Macron le pusieran una corona (lo está deseando) ni Dinamarca lo sería menos si el rey Federico se transformara en presidente de la república.
La asimilación mecánica de la Monarquía a privilegios de casta y absolutismo y de la república a libertad, igualdad y fraternidad tuvo sentido histórico en la Revolución francesa. Y dejó de tenerlo en Europa tras la Primera Guerra Mundial, cuando las monarquías absolutas desaparecieron del continente para transformarse en ornamentales, simbólicas y meramente representativas, entregando la soberanía al pueblo. Desde entonces, el debate entre monarquía y república planteado en términos doctrinales es una antigualla inútil. De hecho, las actuales monarquías europeas –todas ellas democráticas y constitucionales– han albergado más gobiernos socialistas y de izquierda que las repúblicas democráticas.
España es, ciertamente, un caso singular; pero lo es por motivos opuestos a los que esgrimen quienes impugnan al Rey y a la institución que representa. España es la única monarquía europea cuya legitimidad se asienta en una doble votación democrática: la de las Cortes Generales al aprobar la Constitución y la del pueblo español en el referéndum de 1978. También es la única en la que el Heredero de la Corona está obligado a acudir al Parlamento y jurar lealtad a la Constitución al cumplir la mayoría de edad, y revalidarlo al tomar posesión de su cargo. La nuestra es una Monarquía sujeta a condiciones: no se puede ser Rey de España sin ese doble juramento de fidelidad constitucional ante los representantes del pueblo.
La actual Monarquía española está orgánicamente vinculada a la Constitución de 1978. Una no puede subsistir sin la otra. No se engañen, en la batalla política que se libra en España la Monarquía es la liebre falsa: la verdadera, la pieza que realmente se quiere abatir, es la Constitución.
Nuestro sistema de convivencia es como una mesa que descansa sobre cuatro patas. Un régimen político, la democracia representativa; un modelo económico, la economía social de mercado; una organización territorial, el Estado de las autonomías; y una forma de Gobierno, la Monarquía parlamentaria. Si se corta o se corroe una de ellas, la mesa entera se derrumba. Por eso las fuerzas destituyentes no buscan cortar una de las cuatro patas, sino todas ellas. Están contra el Rey por el mismo motivo por el que están contra la democracia representativa, contra la economía de mercado y contra un Estado descentralizado, pero unido.
Además, en un tiempo de putrefacción institucional e indigencia política el actual Jefe del Estado resulta ser también el mejor político de su generación, con una distancia sideral sobre los demás. La mayoría de los españoles, divorciada con mucha razón de la política y los políticos, convive pacíficamente con la jefatura del Estado tal como la ejerce Felipe VI.
Si España fuera una república, el ciudadano Felipe de Borbón tendría mi voto para presidirla. No es preciso creer en la transmisión dinástica del poder para tener clara la respuesta a la cuestión de Prieto: en la España de 2025, estar con la Constitución y estar con el Rey es la misma cosa. Lo saben muy bien quienes están contra ambos.
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