Cargando...

Extremo centro

Sánchez, un hombre enfrentado a su ocaso

El presidente ha perdido todo aura de invulnerabilidad, pero lo que viene será un lodazal

El exministro de Transportes José Luis Ábalos Ramón De La RochaEFE

Llevan una semana las ruedas de prensa dejando un surco profundo en la cara de los sanchistas mediáticos. Los que antes se pavoneaban con la arrogancia de quien defiende al «invencible» ahora balbucean, esquivan miradas y buscan excusas.

El hombre que pudo reinar sangra. Y no es una herida leve: es un corte que deja al descubierto la fragilidad de un mito construido con más humo que cimientos.

Abusar de la mitología tiene riesgos existenciales en momentos como estos. Se pasa de ser un Augusto, un Julio César imbatible, a un tipo ridículo con un traje, al menos, dos tallas más grande.

Los que siempre supimos que era un payaso resentido, un oportunista con más ambición que sustancia, sentimos algo de alivio. Pero no es una emoción limpia: tenemos la certeza de que lo que viene será un lodazal.

Pedro Sánchez ha perdido toda aura de invulnerabilidad. Y lo peor para él es que la pierde ante los suyos. Nunca fue querido. Nadie en su entorno lo ha amado de verdad.

Lo toleraban porque «es un mierda como persona, pero gana elecciones». Esa frase, que antes sonaba a granito facial, a mantra de resistencia, ahora se disuelve al contacto con el aire.

Es imposible imaginar a alguien ganando mientras de fondo resuenan los ecos de Ariatne, Nicoleta y un rosario de frases que se dejaron grabadas en el puticlub que montaron en el Gobierno.

No son rumores, sino conversaciones de hombres que jugaban a Richard Gere en «Prety Woman» y lo que hacían era explotar sexualmente a mujeres inmigrantes.

La magia se acabó. El telón cayó. Y lo que queda es un hombre expuesto, tambaleándose borracho y sonado en un escenario que no controla.

Hay que excluir de la lectura de la realidad, claro, a los mercenarios a sueldo. Los gabineteros que redactan titulares a cambio de un cheque, las chonis y verduleras de las tertulias que repiten como loros los bullets enviados por Semillas. Ese ejército con menos dignidad que Nicoleta y que no creen en nada más que en su propia nómina.

Pero los suyos, los que alguna vez compraron el cuento del líder carismático, ya le están poniendo a caer de un burro. En los pasillos del Partido Socialista, en los chats de los militantes, en las sobremesas de los que antes brindaban por él, se escucha el murmullo de la traición. En breve, los pocos pedirán su cabeza.

Y dentro de nada, todos habremos corrido juntos delante de los sanchistas, como si huyéramos de nuestros propios recuerdos.

Lo que nos espera no es bonito.

Es una milla de pura mierda, como la que recorrió Andy Dufresne. A él le merecía la pena porque al final lo esperaba una tormenta purificadora y un mar de un azul tan oscuro que borraba la memoria.

Aquí no habrá poesía. Aquí solo quedará un regusto amargo, ácido, como el del ácido gástrico de una resaca mal llevada.

Lo sé porque yo tengo un huevo de facturas que cobrar a una hilera de cabrones, y no soy el único ni el peor.

Lo que va a suceder nos va a ensuciar a todos. Ojalá no hubieran querido gobernar tras las últimas elecciones generales del 23 de julio.

Hubiera sido mejor para ellos, para nosotros, para todos. Pero no: se aferraron al poder con uñas y dientes, y ahora toca lidiar con todas las consecuencias.

La política, en momentos como este, tiene la consistencia del papel higiénico mojado que se acumula en las esquinas de un baño público con mucho tránsito. Es pegajosa, nauseabunda, imposible de ignorar.

Y Sánchez, que se vendió como el Killer, el tipo duro que sobrevive a todo, ahora ya no parece aquel perro que daba de mamar a cualquiera que pasara por delante.

No puedes ser el lobo alfa y la damisela compungida al mismo tiempo. No puedes montar un puticlub en el Gobierno y luego pedir perdón con cara de no haber roto nunca un solo plato.

Desde 2017, Santos y Ábalos moldearon el PSOE a su imagen y semejanza, con acceso a más obra pública que la del mismísimo ministerio. María Chivite, Francina Armengol, Ángel Víctor Torres, Concha Andreu, y no hablemos de diputaciones y grandes ayuntamientos. Todos formaron una red que ahora se desmorona.

Intentan saltar del relato del «intento de asesinato presidencial» al de la víctima inocente que pide clemencia, pero el salto es torpe, y el suelo está resbaladizo.

La prensa, que durante años durmió plácidamente al calor del poder, empieza a girar el torno. Algunos dan media vuelta. Otros, los más valientes, recuerdan qué era eso de hacer periodismo.

Sánchez quiso ser un mito, pero los mitos no sobreviven a la realidad. Su aura de invulnerabilidad se ha roto, y con ella, el espejismo de un líder que nunca fue.

Lo que queda es un hombre enfrentado a su propio ocaso, rodeado de traidores, mercenarios y un país entero que ya no se traga el cuento. Nos espera una travesía sucia, pero al menos, por fin, vemos al emperador sin ropa.