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Extremo centro

El secreto para la eterna relevancia

A Sánchez no lo va a echar un complot de togas y periodistas. Antes o después lo va a echar un clivaje de 184 diputados que se le activa en contra

Palacio de La Moncloa Gonzalo Pérez Mata PHOTOGRAPHERS

Se cumple un año del sainete de la carta. Un McGuffing narrativo para una audiencia en redes adicta a las emociones. El protagonista sigue siendo el candidato menos votado y querido del PSOE, que se convirtió hace siete años en el puente emocional de una generación que ha hecho del rencor y el cobro resentido de supuestas facturas su principal motor. Justo es reconocer que como animal humano de mandíbula cuadrada y piel fría los supo comprar a todos. Y ahí siguen, convencida una generación de periodistas y políticos de que el secreto para la eterna relevancia se encuentra en hacer esfuerzos por caer mal. Sólo un idiota o un sanchista puede pensar que la participación a largo plazo en la conversación pública pasa por sumergirse a fondo en la marmita de los zascas.

Nunca nadie ha votado a Pedro Sánchez para otra cosa que para detener a alguien que le caía peor. Lo supo desde el primer momento él como perro viejo, que tan bien hablaba en inglés y tanto daba de mamar al rival, cuando se rodeó desde el primer asalto de tanta gente cutre que robaba.

Quiénes, salvo una tripulación de corsarios, iba a estar dispuesto a subirse al carro del candidato desahuciado en aquellas lejanas primarias.

No hay grabaciones de la UCO sobre aquellos viajes en Peugeot, pero uno se puede imaginar el olor. Es razonable pensar que siempre fue consciente de que ninguno de aquellos monchitos robaperas que le rodeaban le apreciaba. Un Erasmus intensivo en la España de las carreteras secundarias y los responsables de organización provinciales del PSOE. Tiempo en el que comprender lo único que tenía para dar a los suyos: los sueños mediocres y frágiles que surgen del dinero y las mujeres, es decir del peor compromiso con el poder.

Sorprende que ninguno de sus socios parlamentarios se pregunte hoy qué estuvieron votando durante años en la legislatura anterior. Cuando todo lo que hubo de hacer fue poner en el Congreso reales decretos como lentejas. Algo que cambió tras el 23J, porque nuestro protagonista tardó dos meses en palmar la primera votación con el primer decreto. En aquellas semanas previas a la Carta, Yolanda se posicionaba en contra en el Consejo de Ministros. Ábalos se iba al Grupo Mixto y Rubiales filtraba sus mensajes. Y los del Peugeot esperando que la UCO bajara a informes el contenido de sus móviles pinchados.

Ajedrez 5D, Jugada maestra y un Trust the Plan cañí, con el que el System Contreras nos invitó a los españoles a reflexionar. Y cinco meses después de la segunda investidura se nos dio la oportunidad de conocer al penúltimo Sánchez. El epistolar romántico marido, sufrido esposo y padre de familia comprometido. Algo olvidadizo y despistado también, ya que no encontró tiempo durante los seis años previos para mandarle un wasap a su mujer aclarando que eso de andar quedando con empresarios para repartir favores no iba en la distribución de competencias de la mujer de un presidente.

Pasado el tiempo, y el miedo que los suyos le tienen, será juzgado como lo que siempre ha sido. La cátedra y los aviones de los que bajarte con tu señora de noche para ir a un concierto de los Killers. Al hermano con domicilio fiscal en Portugal, darle el capricho de ser director de ópera en Badajoz y a la cuñada japonesa teletrabajando desde Madrid. Del mismo tarro falto de pudor y prudencia salían los libros con su cara, el Espíritu Aquarius, que San Petersburgo era un destino estupendo para quedar a cenar, rodear a la señora de un entourage, o las llamadas en las que poner a tu marido, el presidente, al teléfono de tu colega.

Un año después seguimos perdidos en las últimas temporadas de una serie sin rumbo y que lo único que repite es una misma nada. A Sánchez no lo va a echar una complejísima operación de complot de togas y periodistas. Antes o después lo va a echar un clivaje de 184 diputados en el Congreso de los Diputados que se le activa en contra semana sí y semana también. Que a sus colegas del PSOE se les fue la mano facturando con los fondos de reconstrucción y obra pública. Y que su esposa se ha hecho la tonta demasiadas veces.

Sin dramas, sea a corto o a largo, esto acabará más en una degradada verbena de la paloma que en una trágica ópera wagneriana. Y de todo el ruido de los últimos años sólo quedará el recuerdo de una enorme secuencia de días tristes en los que acumulamos una cantidad enfermiza de personas que quisieron, con gesto serio, explicarnos a los españoles que aquel exconcejal resentido de Madrid subido a un Peugeot era un líder moral y no, simplemente, un personaje ridículo.