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Los sábados de Lomana: “Si veo a un hombre bailando, me acerco a su pareja y le digo: “¿me lo prestas?""

En un acto junto a Álex de la Iglesia y Jordi Mollá
En un acto junto a Álex de la Iglesia y Jordi Mollálarazonlarazón

Hoy escribo desde Dominicana. Estoy en el Festival de cine Cana Dorada. Aquí la vida es otra cosa... cuando llegas de un país tan tensionado como el nuestro, en el que el miedo y la desconfianza parecen haberse instalado en la mayoría de la población, es muy reconfortante encontrarse con otros mundos de alegría, pasión por la vida y disfrute. Yo ¡qué les voy a contar! Todos los que me siguen saben de mi amor por el sol y la playa. Aquí estoy en mi medio natural, que unido al baile merengue y a ritmos latinos la felicidad me envuelve y se me quitan las ganas de volver. Adoro a los hombres latinos, no tienen complejos, bailan de una forman tan erótica y sexual que es como otra forma de hacer el amor. En España a los hombres, en general, no les gusta bailar, o se han olvidado. Si veo a un hombre bailando bien un pasodoble, tango o cualquier otra modalidad, mi descaro y ganas de compartir es tan grande que con toda mi cara me acerco a su pareja y le digo: ¿me lo prestas? De momento ninguna ha reaccionado mal. Pero está claro que me la juego. Una sociedad que baila tiene unos habitantes felices.

Desde pequeña he sido una bailona. Mi familia materna de origen hispano-cubano cuando volvieron a España, donde mi abuelo como buen «indiano» se había construido un maravilloso palacete estilo francés en León, tierra de origen de su familia, vivían como trasplantados. Su casa era un reducto cubano, se comían frijoles con arroz blanco, plátano frito con huevos, salsa de tomate hecha en la casa con arroz acompañando, y así todo con sabor a Cuba. Recuerdo las tardes de verano con las ventanas abiertas al jardín, el olor a lilas que penetraba a través de ellas, tomábamos chocolate ligero a la francesa con frisuelos y deliciosos «picatostes» mientras mi tía Aurora, hermana mayor de mi madre, tocaba el piano y se bailaba. Nada me hacía más feliz que pasar temporadas con mis abuelos. De repente alguien decía: que baile la niña... La niña era yo, con cinco o seis años. Mi especialidad era el «Bayón de Ana» de la película «Arroz amargo», cuyos protagonistas eran Silvana Mangano, bellísima y explosiva actriz italiana, y Vittorio Gassman que, por lo visto era el furor del momento y su letra decía algo así: «Ya viene el negro zumbón bailando alegre el Bayón», bueno pues como les decía era mi especialidad... Y recuerdo a mi abuela fascinada viéndome mover el trasero y diciendo esta niña tiene ritmo y «son». Estas demostraciones solo me atrevía a hacerlas si no estaba mi padre delante. No le gustaba nada. Encontraba que no eran bailes para una niña y recriminaba a mi madre que me motivase a hacerlo, que si seguía con esas tonterías él intuía que me dedicaría al artisteo, algo que por lo visto no le gustaba nada. En el fondo no estaba equivocado siempre me gusto actuar, bailar y disfrazarme. En el cole me apuntaba a todas las obras de teatro que se hacían y de paso me fumaba varias clases.Con el paso del tiempo estoy segura de que nuestro ADN tiene memoria y el mío está lleno de pasión latina. De noches soñadas en La Habana escuchando música romántica o bailando mambo en Tropicana. El mambo es otro mundo y su rey Pérez Prado y su orquesta. También Xabier Cugat, catalán universal con su mujer Abbe Lane. Tuve la suerte en mi puesta de largo en Valencia con 17 años de poder bailar con esa banda. La emoción de una gran orquesta en directo en una fiesta es incomparable a ninguna otra cosa. Les recomiendo escuchar a estas bandas y si se animan a «echarse un baile».