Felicidades
Tamara Falcó cumple 40 años: tenemos todos los detalles de su fiestón de cumpleaños
Ha convertido su nombre en una marca de éxito. Ayer, la marquesa de Griñón celebró su cumpleaños junto a cinco de sus hermanos teniendo muy presente a su padre, Carlos Falcó. Esta es la historia de cómo Tamara Falcó ha logrado encumbrarse sin estar a la sombra de Isabel Preysler
Tamara Falcó, la muy creyente, la Peter Pan patria, cumple los cuarenta sin saber mentir y sin haber perdido un ápice de frescura. La «influencer» alcanza la madurez en su mejor momento Y sin perder su aspecto aniñado. Cual Midas, todo lo que toca lo convierte en oro. Libros con todas las ediciones agotadas, la réplica de su medalla de la Virgen, que ha diseñado para Tous, tiene ya lista de espera desde el primer día de venta. Hasta «Masterchef» lograba cifras récord de audiencia con sus cocinados. Cualquier firma que se precie mataría por tenerla como imagen. Y ahora, además, le va bien en el amor. Pero, ¿quién es realmente la hija de Isabel Preysler y el fallecido Carlos Falcó?
En un mundo plagado de personajes monolíticos, Tamara hipnotiza precisamente por la cantidad de aristas, vértices, de pliegues, de matices que contiene. Es un personaje que siempre te pilla con el paso cambiado. Ella, por mucho que intentes anticiparte, siempre consigue sorprenderte saliendo por dónde menos lo esperas. Además nada parece ser estudiado, todo resulta irremisiblemente natural. Ahí reside su magia. «La familia es importante, muy importante», señala. Y ella se lleva bien con todos. En una familia «tetris» en la que desde fuera puede parecer complicado hacer encajar piezas de tan diversas procedencia, ella parece el eslabón que milagrosamente consigue hacer completar el puzzle. Tal vez por eso casi todos sus hermanos han estado presentes en la fiesta por su cuarenta cumpleaños que se celebró ayer viernes en el madrileño Palacio de Saldaña, que, haciendo un guiño a su propia historia familiar, perteneció a sus antepasados. Allí estuvieron los cuatro hermanos Falcó: Xandra, Manolo, Duarte y Aldara. Y, por otra parte, su querida hermana y amiga Ana Boyer. Ni rastro de Chábeli, Enrique y Julio José, la rama apellidada Iglesias con los que mantiene un buen trato.
A corearla el cumpleaños feliz acudieron no más de 150 invitados en una cena cocinada también por ella, con el paraguas de la revista «Telva». Este viernes se enfrentó a los fogones mano a mano con el gran Ramón Freixa y participó en un menú a base de crema de calabaza con azafrán de tierras castellanomanchegas y pichón real relleno, como homenaje a su padre al que le fascinaba la caza y tenía su campo en la provincia de Toledo. Tamara desde que perdió a su padre no deja de recordarle y cada evento lo carga de simbolismo. En su fiesta de cuarenta cumpleaños no podía faltar un gran repostero. La tarta, donde sopló las velas enfundada en un espectacular traje dorado, la hizo el maestro Paco Torreblanca.
Tamara también se siente feliz con la familia de Iñigo Onieva, su novio. Ha conseguido hacerse un hueco sin demasiado esfuerzo. «No pienso en boda y estoy disfrutando el noviazgo. Mi suegra cocina de maravilla, el amor por la cocina es algo que tenemos en común». Es en la cocina donde ella parece haber descubierto su verdadera vocación. Un campo en el que desplegar su creatividad y que además parece dársele de maravilla. «¡Para mí fue una completa sorpresa, no tenía ni idea de que pudiese servir para esto, pero ya que lo hacía, quería hacerlo bien!», relata. Ya hemos llegado al mismo punto otra vez. A la incuestionable perfección, tan característica de Isabel Preysler.
Tamara no parece darle más importancia a esas cifras que la han aupado en tiempos de pandemia al estrellato. Sobrepasa el millón de seguidores en sus redes sociales y la audiencia sube cuando sale en «El Hormiguero». Lo importante para la marquesa de Griñón son otras cosas. De hecho, en un tiempo estuvo a punto, pero a punto, de ingresar en una orden de carácter contemplativo.
Tamara Falcó tiene mucho de Isabel Preysler, pero no es una versión de «mami», como a ella le gusta llamar cariñosamente a su progenitora. Si a su madre la hacía irresistible la discreción y el misterio, ella ha conseguido hacerse con el trono desde la cercanía y la verdad. «Tengo una suerte inmensa, nunca he tenido que renunciar a mi intimidad a cambio de nada. A mí la gente me respeta, y nunca me molesta más de lo debido. No sé si he hecho algo para merecérmelo, pero es un hecho y es así. Yo solo puedo sentirme agradecida por todo el cariño que recibo», declara a LA RAZÓN con esa candidez que un día levantaba risas y que ahora aúpa picos de audiencia. Y es que Tamara Falcó Preysler causa en el público una mezcla perfecta de admiración y sentimiento de protección a la que es complicado dar la espalda.
De apariencia sofisticadísima es a sus cuarenta años una mujer que no encaja en el estereotipo de aristócrata pija y comedida. Es capaz de despellejar un ave en directo por televisión a la vez que se muestra vulnerable como pajarito sin plumas al que todos querríamos dar calor. ¿Quién podría resistirse a ese binomio explosivo? Ella misma es consciente de esa ambivalencia. «Si tuviera que definirme con una sola palabra, esta sería católica», dice de sí misma. Y lo es, católica y practicante, que asegura ser «incapaz de mentir ¡es que mentir no se puede!», espeta su yo más inocente, para a continuación afirmar de forma implacable «ni siquiera mentiras piadosas ¿quién se ha inventado la patraña de que en ese caso sí está permitido mentir? ¡No! La verdad siempre por delante, porque con ella se llega a todas partes, aunque duela».
Confesiones
La marquesa de Griñón asiste a misa los domingos y también entre semana, si le apetece o necesita comulgar. Se confiesa tan a menudo como puede, y una de las personas más importantes de su vida es su director espiritual. Ella no hace las cosas a medias, si hace algo lo hace bien. En un tema tan importante como la fe, no iba a ser distinto. «Por supuesto que tengo mis dudas, como todo el mundo, pero la fe me ayuda a aclararme y me marca el camino. La gente debería acercarse más a Dios porque de su mano las cosas son mucho más sencillas».
A Tamara le encantó conocer al Papa Francisco: «Fue emocionantísimo para mí». Y se niega a entrar a juzgarlo: «Creo que se están sacando sus frases de contexto y eso no se debería hacer. Yo no pienso erigirme en juez, no solo porque es el representante de Dios en la tierra, sino porque me parece un hombre bueno por encima de todo». Y de esa forma tan aparentemente «naif», la hija de Isabel Preysler da por zanjada la polémica. «Sí, claro que estuve a punto de meterme a monja, tenía la decisión prácticamente tomada, pero me di cuenta de que no soportaba la idea de no volver a ver el mar. Si hay algo a lo que no estás dispuesto a renunciar, eso quiere decir que el convento no es tu sitio». Por frases como esta, Tamara tiene a todo un país rendido a sus pies.
Ella se esfuerza y mucho, es tremendamente disciplinada, cualidad heredada por vía materna. «Pero yo no lo tengo tan fácil como ella, ni como mi adorada abuela. Por desgracia, no he salido nada filipina en cuanto a constitución (y tampoco en carácter). En eso soy muy Falcó, igualita que mi padre. Soy más campechana y disfrutona, aunque como a él me guste hacer las cosas bien, pero también engordo en cuanto que me como un guisante», ríe sin parar. Por eso, Tamara se levanta tempranísimo cada mañana y se lanza al parque a correr. Actividad que combina con otras actividades deportivas con las que consigue ese físico que ha conseguido esculpir a fuerza de voluntad. «Me cuido y hago ejercicio para poder comer», asevera con gracejo. En cuanto al resto de su imagen, la piel se la cuida en Carmen Navarro, quien la ha puesto a punto para su fiesta de cumpleaños. Maquillaje y peluquería lo deja en manos de Raquel González. Y para escoger el «outfit» perfecto tira de Blanca Unzueta. Parte de ese legendario misterio materno del que hablábamos al comienzo de este reportaje, está en sus búsqueda de la perfección y sus silencios.
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