Gente

Moda

La última batalla de los Gucci

Al salir de prisión, Patrizia Reggiani, la viuda de Maurzio Gucci, la «viuda negra» más famosa de Italia comenzó una batalla legal contra sus hijas por la herencia de su padre

Allegra Gucci (izquierda) y Alessandra Gucci (derecha) junto a su madre Patrizia Reggiani Martinelli (centro) en el funeral de Maurizio Gucci en Milán en 1995.
Allegra Gucci (izquierda) y Alessandra Gucci (derecha) junto a su madre Patrizia Reggiani Martinelli (centro) en el funeral de Maurizio Gucci en Milán en 1995.ApAp

Menuda, con una larga cabellera oscura y los ojos escondidos tras unas grandes gafas de sol, Patrizia Reggiani, la viuda de Maurizio Gucci, salió en 2013 de la cárcel de Milán donde había pasado encerrada los últimos 18 años, acusada de haber pagado casi medio millón de euros a un sicario para que se deshiciera de su ex marido. «Yo tengo un gran defecto: no tengo mucha puntería. Por eso tuve que encontrar a esta pandilla de delincuentes de poca monta para que lo hiciera», confesó con una frialdad aplastante. La guerra en la familia Gucci, sin embargo, no terminó con la muerte del empresario. Al salir de prisión, la «viuda negra» más famosa de Italia comenzó una batalla legal contra sus hijas por la herencia del padre.

Alessandra y Allegra eran apenas dos adolescentes cuando vieron cómo su vida se desmoronaba... La mañana del 27 de marzo de 1995, tres disparos por la espalda acabaron con Maurizio Gucci en la puerta de su oficina en el centro de Milán. Heredero de la prestigiosa firma de moda, tenía 46 años y estaba a punto de casarse con su nueva pareja sentimental, la ex modelo Paola Franchi.

En un primer momento, las pesquisas se concentraron en los negocios algo turbios de la familia Gucci, pero dos años después, los pinchazos telefónicos de la policía desvelaron que Pina Auriemma, una adivina y amiga íntima de Patrizia, se había puesto en contacto con Ivano Savioni, el conserje de un hotel de Milán, para que organizara el asesinato del empresario.

Savioni no tenía antecedentes, pero conocía a algunos personajes relacionados con la criminalidad milanesa y contrató a dos sicarios sin demasiada experiencia, Benedetto Ceraulo y Orazio Cicala, para hacer el trabajo sucio. «Eran una banda de incapaces, fallaron el objetivo a dos metros de distancia. No sé lo que les prometió Patrizia», contó tiempo después Pina Auriemma. Lo que les prometió, según la sentencia, fueron 600 millones de liras; casi medio millón de euros.

En 1998 la Justicia italiana condenó a los cinco a penas de entre 25 y 29 años de cárcel por el asesinato del empresario. Tres años después, el Tribunal de la Casación confirmó la sentencia y reconoció a Patrizia Reggiani como instigadora del homicidio del ex marido. Permaneció recluida en la cárcel milanesa de San Vittore durante casi dos décadas, a pesar de que pudo haber salido ya en 2011: «No he trabajado en mi vida y no voy a empezar ahora», dijo a sus abogados cuando rechazó el tercer grado. «En Victor’s Residence, como lo llamaba yo, dormía, me lavaba y bajaba al jardín a tomar el sol. Siempre tuve un tratamiento especial. Ojalá pudiera estar allí todavía», explicó ya fuera de la prisión, restando importancia a sus casi dos décadas entre rejas.

Trabajar no entraba en sus planes, quizá porque sabía que al salir de la cárcel le esperaban más de 20 millones de euros, en virtud del acuerdo firmado con su ex marido en Suiza en 1993, dos años después del divorcio. Maurizio Gucci se comprometió a pasar a su ex mujer una pensión vitalicia de un millón de francos suizos al año, a la que ahora se sumaban la cifra correspondiente a los retrasos de casi dos décadas. La paradoja es que las responsables de hacerse cargo de la pensión ahora eran sus dos hijas, Alessandra y Allegra.

Las dos mujeres, que hoy tienen 44 y 40 años respectivamente, viven en el más absoluto anonimato en Bruselas y Saint Moritz. Nunca han concedido entrevistas y apenas existen fotos recientes. Durante el juicio, ambas se convirtieron en las mayores defensoras de su madre y llegaron a pedir que la sentencia fuera anulada, alegando que Patrizia había quedado transtornada después del tumor cerebral que sufrió en 1992. Con el tiempo, sin embargo, Alessandra y Allegra se fueron distanciando de su madre hasta dar inicio a una larga batalla legal.

Daños morales

Todo comenzó cuando la última pareja de Maurizio Gucci, Paola Franchi, con quien el empresario estaba planeando casarse antes de morir, interpuso una demanda civil contra Reggiani. En 2009 el Tribunal de Milán rechazó la solicitud, argumentando que la obligación de Gucci, «en la medida en que es íntimamente personal», se «extinguió con su muerte». Sin embargo, en 2014 la Justicia le reconoció una indemnización por daños morales y materiales por valor de 700.000 euros.

Reggiani no tenía propiedades a su nombre y se declaró insolvente. Franchi desvió entonces la solicitud hacia sus legítimas herederas. Y en 2017 el Tribunal de Apelación anuló la sentencia y estableció que Alessandra y Allegra debían hacerse cargo de la pensión de su madre para que ésta pudiera pagar la indemnización a quien llegó a ser la prometida de su padre. «La conducta delictiva de Patrizia Reggiani es irrelevante respecto a los acuerdos con Maurizio Gucci», se lee en la sentencia.

Patrizia propuso a sus hijas renunciar al vitalicio a cambio de acceder a una suma mensual para poder mantenerse y tener la posibilidad de usar el yate y el chalet familiar en los Alpes al menos una vez al año. También les pidió poder ver a sus nietos, a los que aún no conoce, pero las dos hermanas rechazaron el acuerdo y apelaron al Tribunal Supremo. «La relación con mis hijas es inexistente y no sé por qué», declaró contrariada a los periodistas a la salida de los tribunales.

Si la relación con sus hijas es complicada, con su madre, fallecida en 2019, no fue mejor. Cuentan quienes mejor conocen a la «viuda negra» que fue ella, Silvana Barbieri, quien trasladó a Patrizia la obsesión por el lujo y esa ambición desmesurada por casarse con un hombre rico. Y al final de sus días, acabó desheredando a su hija y dejando toda su fortuna a una fundación benéfica.

Patrizia Reggiani nunca conoció a su padre. Silvana Barbieri fue una madre soltera de orígenes muy humildes. Su vida cambió cuando se casó con un rico empresario, Ferdinando Reggiani, de quien Patrizia tomó el apellido. Fue gracias a él que la futura señora Gucci, extremadamente ambiciosa y con una belleza que recordaba a las divas de Hollywood, consiguió mezclarse con los hijos de las familias más influyentes de Milán.

Cazafortunas

En 1970 conoció a Maurizio en una fiesta y dos años después se casaron, en contra de la voluntad de su padre, Rodolfo Gucci. El fundador de la histórica marca consideraba a Patrizia una cazafortunas, y se vengó de su hijo dejándole como herencia la mitad de la empresa. El otro 50% fue a parar a su primo Paolo Gucci, que le acusó de fraude fiscal y de haber falsificado las firmas del padre, comenzando una guerra por el control de la compañía que se alargó durante años.

Cuando Maurizio fue nombrado presidente ejecutivo de Gucci tras la muerte de su padre en 1983, Patricia empezó, por fin, a vivir la vida que siempre había soñado: restaurantes exclusivos, ropa firmada por grandes diseñadores, vacaciones de lujo y una larga lista de propiedades alrededor del mundo, de los Alpes a la Quinta Avenida de Nueva York. Pero lo que parecía un cuento con final feliz, se convirtió en una pesadilla cuando dos años después, el empresario decidió separarse y se lo comunicó con una fría nota entregada a su esposa a través de un colaborador: «El Señor Gucci quiere que sepa que no tiene intención de volver a casa. Nunca». 10 años más tarde, Patrizia cumplió su venganza.