
Madre coraje
Lucía Villalón, fortaleza entre lágrimas: "Sigo llorando, pensaba que hacía algo mal"
La periodista relata en "¡Hola!" los complicados inicios de sus hijos y cómo, junto a Gonzalo Melero, ha encontrado fuerza en el amor

Lucía Villalón habla sin atajos. Con una serenidad que sobrecoge, la periodista deportiva ha abierto las puertas de su intimidad para relatar una historia que va mucho más allá de la maternidad: es una historia de resistencia, de amor inquebrantable y de una ternura que no entiende de flashes ni titulares.
En una entrevista concedida a la revista "¡Hola!", Villalón, de 35 años, describe con voz firme el complejo camino que ha recorrido junto a sus hijos Diego, de casi tres años, y Lucas, de apenas siete meses, nacidos ambos con serios problemas de salud. A Diego le diagnosticaron gastrosquisis al nacer, una malformación en la pared abdominal que le obligó a pasar por el quirófano. Lucas, por su parte, enfrenta una situación delicada: un riñón no funcional y otro que apenas alcanza la mitad de su capacidad.
"Se me cayó el mundo encima"
"El día que la nefróloga me dijo que todos los niños con este problema acaban en trasplante, se me cayó el mundo encima", confiesa Lucía, sin esconder el dolor. Su relato es directo. "No estoy haciendo nada extraordinario. Pero cuando me he tenido que derrumbar, me he derrumbado. Y lo sigo haciendo".

Detrás de esa figura televisiva segura, experta en narrar partidos, hay una mujer que ha vivido noches en vela, diagnósticos demoledores y un aborto que, como ella misma reconoce, la llenó de culpa: "Pensaba que hacía algo mal".
Pero en medio de ese escenario de incertidumbre, hay también amor. Mucho. El que comparte con su marido, el futbolista Gonzalo Melero, con quien forma una alianza blindada por la complicidad. "Tener a una persona como Gonzalo al lado es como si me hubiera tocado la lotería. Es mi zona segura", dice, dejando claro que no está sola en esta batalla.
Lucía no dramatiza. Solo narra. Su voz resuena como la de tantas madres que, lejos de los focos, aprenden a ser fuertes mientras lloran en silencio. No busca compasión. Solo comprensión. Porque a veces, la entereza no se mide en cuántas veces uno se mantiene en pie, sino en cuántas veces se permite caer... y volver a amar la vida con más fuerza.
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