
Diagnóstico
Raphael: la dificultad, siempre, como motor
El artista recibió ayer el alta hospitalaria tras estar 10 días ingresado

Era muy difícil, casi un imposible, llegar a ser Raphael, ese cantor de amores en parada cardíaca que llena teatros y pabellones de medio mundo y seduce a públicos diversos con un modo de leer la canción que nació y morirá con él, como un mimo de lengua larguísima o un maestro de kárate en una exhibición de katas. Pero Rafael Martos Sánchez se propuso aquello tan loco de mover montañas con el solo empujón de la fe en sus dones, se empeñó en subir y subir y subir, directo como un misil hacia la cima altísima de sus sueños, y no hubo humano ni fenómeno natural capaz de detenerlo. Solo que no se pasa de cantar en el coro infantil a llenar el Talk of the Town de Londres o el Olympia de París de un día para otro, sino tras mucho remar en medio de mil tormentas. El maestro Manuel Alejandro, cuyas composiciones logró hacer enteramente suyas Raphael, me lo contaba hace justo un año para este diario: «Le costó sangre entrar en España. ¡Sangre! En los primeros años yo iba con él, le acompañaba al piano. Íbamos a sitios increíbles, de malos y horribles, y le costó mucho. Pero, amigo, cuando cogió la delantera…». Cuando cogió la delantera ya no hubo marcha atrás. Porque no pensaba volver al territorio de las penurias ni a la incertidumbre letal del «¿y mañana qué?» (así tituló su libro de memorias). Y quien se agarra con fuerza a los aplausos, como él hizo, se vuelve invencible. No era posible seguir viviendo con un hígado deshecho, y pensar en una actividad de trabajo normal tras el trasplante era pura utopía.

Pero de eso han pasado más de 20 años y Raphael ha vivido desde entonces en un clímax permanente. Cuando lanzó su primer disco tras aquella operación y anunció gira, me relató su «renacer»: «Clínicamente, tengo la fuerza de un chico de 30 años. Sin embargo, mi cabeza atesora la experiencia de todos estos años de carrera, de todos los escenarios que he pisado. Ha sido como volver a nacer, pero maravillosamente consciente de que naces y tienes la oportunidad de volver a hacer las cosas que hacías, pero mejor hechas. Y hay algo que quizá la gente no entienda pero que para mí es capital, y es que no puedo tirar por la borda el inmenso regalo que se me ha hecho». Y ahora la vida se ha puesto otra vez en cuesta porque en esa cabeza, que nunca ha parado de volar, se ha instalado un enemigo –linfoma cerebral– al que hay que combatir. Pero Raphael ya se ha lanzado al frente y ha empezado a golpearlo, pues luchar por ganar y por vivir es lo que lleva haciendo desde que decidió que sería un nombre y no un número. Él es un maestro de la resistencia, un gladiador, y quien resiste continúa erguido.
Tras pasar diez días ingresado, Raphael abandonó ayer el hospital con su sonrisa única. Seguirá un tratamiento exhaustivo, hará los deberes, y la gira que ha quedado en suspenso será su mayor estímulo. Seguro que pronto volverá a cantarnos. Y traerá bajo el brazo la Navidad. Como siempre.
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