Concierto
Romina y Al Bano: un ejercicio brutal de amor y desamor del bueno
«Tal vez sus voces no se ensamblen ahora como antaño, pero todo sigue haciendo clic»
La hija del gran Tyrone Power y el hijo de campesinos italianos de voz prodigiosa. Romina Power y Al Bano Carrisi se casaron el 26 de julio de 1970 en Cellino San Marco, Italia, con una asistencia de más de 30.000 personas fuera de la iglesia, un evento multitudinario que se convirtió en un hito en su vida, que les sobrepasó, y que fue cubierto por la Prensa hasta la saciedad. Han nacido como pareja entre masas que les vio enamorarse (qué guapa y sutil ella; qué voz de tenor él), casarse, cantar al lado bueno de la vida convirtiendo «Felicitá» en un himno del buenrollismo sin edad, sangrar públicamente durante más de una década por el peor mal del mundo para unos padres que es sobrevivir a un hijo, llenar platós con improperios macerados en dolor, con miserias domésticas, enterrar mentalmente, emprender nuevas vidas dentro de una, renacer a palo seco con nuevas espiritualidades como compañeras de viaje, parchearse para sobrevivir y ahora, volver a estar juntos en un escenario vibrando y contagiando de nuevo amor y paz.
No fueron los 30.000 de su boda, pero sí los más de 3.000 fans entregados de la cantera de Nagüeles, donde el Festival boutique Starlite Occident da los últimos coletazos al verano marbellí. En primavera ya supimos que querían cerrar de otra manera esos 30 años de amor y cuatro hijos en común. Bravo. Y lo han cumplido. Tal vez sus voces no se ensamblen ahora como antaño, pero todo sigue haciendo click. El cantante de ópera que duerme en la garganta de Al Bano Carrisi está más vivo que nunca y hace necesarias esas canciones en solitario para poder disfrutar de él. Arrancaron con su repertorio de siempre pero haciendo constantes guiños a su vida actual. «Ustedes se preguntarán si somos pareja o no otra vez», dijo consciente de la magia que generaban.
No hicieron un concierto aséptico, un recital de crucero de viejas glorias sin más. Él no obvió su grito contra los conflictos en Gaza y Ucrania abogando por la paz, un discurso que fue aplaudido por el público con entusiasmo, y lo próspera que se convierte una sociedad «como la española, cuando no hay metralla de por medio». Se habló entre canciones de budismo, de familia y de compromiso. Ella, Romina, que destilaba glamur con sus túnicas con sabor a la India, sus maravillosas arrugas y su micrófono repleto de minicristales con aires «hippies», no dejó de bromear con el que fue el hombre de su vida. «me sacó de la cuna», espetó haciendo alusión a la idea de que se conocieron cuando ella tenía solo 17 años y él, ocho más. «Me gustaba mucho venir a España en los 70 cuando todo era más rural y natural. Llevaba mucho tiempo sin venir y lo echaba de menos», reconoció en un perfecto español, mientras destilaba complicidad con sus coristas, con las que aupaba cálida, como siempre, su voz, y cruzó, cuando tocaba, las manos con Al Bano, al tiempo que en la gran pantalla se les veía cantando al unísono «Sharazan» o «Libertá», pero con treinta años menos y acaramelados en la nota.
Además, la noche contó con un momento especial, la aparición de su hijo Yari Carrisi Power, que no versionó a sus padres y se tiró a los clásicos de cabeza, Beatles incluidos. «Las canciones que nos ponía nuestra madre en el coche», dijo. Echamos de menos que su interesante voz tuviera un tema propio. El concierto avanzó como si de una gran sobremesa familiar en una villa del sur de Italia se tratase.