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Gastronomía

Ronda de bares: Nicomedes en Tenerife, mar en barra y bulla canaria

No es bar ni pescadería, sino ambas cosas a la vez; un híbrido feliz donde la vitrina reluce como joyero de coral

Nicomedes en Tenerife La Razón

El Mercado de la Recova en Santa Cruz de Tenerife, que ya es por sí mismo un retablo de colores y pregones, guarda en sus entrañas un templo anfibio: Nicomedes. No es bar ni pescadería, sino ambas cosas a la vez; un híbrido feliz donde la vitrina reluce como joyero de coral. Ostras que parecen haber naufragado en hielo, percebes con pinta de romanos de escollera, carabineros de rojo litúrgico, almejas que cantan habaneras y bogavantes en pose de emperador. La mar, servida en bandeja metálica, esperando turno de liturgia. El oficiante tinerfeño es de los que mandan sin gritar. Camiseta azul marino, gesto rápido y verbo medido, con la autoridad del que lleva media vida negociando con el oleaje. Y a su alrededor, la bulla necesaria: parroquianos que comen de pie, turistas que creen haber encontrado el Dorado, santacruceros que vienen a reafirmar lo obvio –que el producto manda y el mercado nunca miente–.

En esa barra se juega otra liga: la de la manduca inmediata. Se piden unas ostras y se abren allí mismo, se encargan unas gambas y salen a la plancha con el humo todavía bailando, se escancia un vino blanco frío como un soplo del Teide. Pan, almendra garrapiñada y risas completan la partitura. Nicomedes no tiene prisa: aquí todo fluye a ritmo de lonja y verbena. Entre los habituales destaca Peter Benítez, devoto sabatino que no perdona cita con el marisco. A su vera se acoda «el de los seguros», que todo lo arregla salvo las resacas; más allá «la Chica del Vermú», que moja gamba con la misma fe con que otros rezan; y en el extremo, un trío de italianos que hacen fotos como si estuvieran en la Capilla Sixtina del bogavante. En tiempos de gastro-postureo, Nicomedes en Santa Cruz es un bofetón de verdad. Aquí no hay platos diseñados, sino género que manda y tabernero que oficia. Por eso la Recova late, porque en Nicomedes el mar se come sin traducción ni maquillaje.