
Debate
(Miss)eria o (Miss)ericordia: ¿tienen cabida los concursos de belleza en la sociedad del siglo XXI?
La emisión de este tipo de eventos, cada vez más frecuente, aviva todos los años un eterno debate que en ocasiones resta más que suma

Este miércoles, España escoge a su representante en la próxima edición de Miss Universo. Lo hará en la localidad tinerfeña de los Realejos, en una gala donde 17 candidatas venidas de cada una de las regiones de nuestro país aspirarán a portar los colores de nuestra bandera en el evento de belleza magno.
Si bien la gala tiene el objetivo de mandar a una candidata al escenario internacional, su predecesor espiritual fue creado con la intención de generar aliciente en la denominada 'marca España' del siglo XX. Entre 1929 y 2011, Miss España fue el formato escogido para designar a aquella que era considerada 'la mujer más bella del país'.
La quiebra de la organización tras su última edición, aunque no relacionada, coincidió con el auge del movimiento feminista. Tachados de 'sexistas', 'denigrantes' e 'innecesarios', los concursos de belleza comenzaron a perder su popularidad no solo en España, sino en la mayor parte de Europa Occidental, con unas pocas excepciones.
A día de hoy, los certámenes se encuentran en una fase semejante a un limbo. Una barrera, una balanza o un abismo entre dos juicios distintos: ¿Son los concursos de belleza beneficiosos y necesarios? ¿O por el contrario se tratan de algo arcaico que no merece seguir existiendo?
Un espejismo que dista de la realidad
Existe el falso mito hoy en día de que la Miss viene dentro del estereotípico molde: soltera, cara bonita, edad joven, medidas adecuadas y con aspiraciones dentro del modelaje. Aunque no obviemos el hecho de que el físico es algo que se sigue juzgando, esta acusación no podría estar más lejos que la realidad.
A lo largo de los últimos años, han pasado por Miss Universo mujeres de todo tipo de perfiles. Doctoras, militares, abogadas, profesoras, etc.; ser simplemente 'la modelo' está, valga la redundancia, pasado de moda. Si antiguamente no había concursos de belleza sin miradas genuinas que se preciasen, hoy no los puede haber sin unas plataformas y unas causas sociales que estén a la altura.

Decía Lara Dutta, Miss Universo 2000, que concursos como el que ganó tenían esa capacidad de "brindar a las mujeres jóvenes una plataforma para incursionar en los campos que deseasen y seguir adelante, ya sea en el emprendimiento, en las fuerzas armadas o en la política". Ella misma defendía que conformaban "una plataforma para expresar sus elecciones y opiniones, y las hacía fuertes e independientes".
En esas mismas circunstancias, la independencia y la fuerza son algo más que una profesión. Representan a esa Miss Colombia que a pesar de ser madre acude a un certamen internacional, a esa Miss Myanmar abiertamente lesbiana que lucha por los derechos del colectivo en su país y a esa Miss Persia que a pesar de tener 41 años quiere seguir apostando por ser inspiración.
De profesión, Miss
Los dos últimos años, yo mismo pude comprender que fuera de España, la euforia por los certámenes todavía se resiste a ser olvidada. En Francia, su certamen de belleza nacional es uno de los programas más vistos cada año en televisión; Miss Francia puede hacer más audiencia que la final de la Champions en España.
Albergado en estadios y auditorios de hasta 14.000 espectadores, el certamen no solo es el más antiguo del mundo que aún sigue en vigor. Resulta que también es el primero que entiende que ser Miss es un trabajo, una profesión que ha de ser remunerada debido a los días, semanas y meses de intensa preparación.

La alegría de la gente al ver a una participante o a una ganadora es comparable a la de un niño pequeño conociendo a su ídolo. Y conseguir eso en una época donde criticar sin saber es el pasatiempo predilecto de algunos es toda una hazaña.
Esto se consigue porque la mujer del concurso de belleza no es la que sonríe y te vende un producto. Es la que se va a concienciar sobre cosas tan repetitivas pero urgentes de escuchar como el cambio climático. Es la que presenta proyectos, como el que ganó el pasado Miss Mundo, donde se ayuda a mejorar la calidad de vida de aquellos que viven en zonas en riesgo de exclusión social.
El reflejo de la sociedad
Bien es cierto que hay que pulir detalles todavía. Porque no todos los concursos van dentro de la misma saca. Lamentablemente, existen formatos que más que plataformas son escaparates, meros espectáculos usados para dar rienda suelta a las pasiones y motivaciones personales de sus dueños, sin entender las implicaciones y el impacto que echan a perder por no escuchar.
En definitiva, los concursos de belleza son algo más que un examen físico o una inspección en base a los cánones tradicionales. Los concursos son herramientas sociales necesarias para visibilizar, para dar voz a aquellos que lo necesitan y para demostrar que hoy en día la confianza es lo que nos hace humanos.

Siguen siendo importantes los concursos de belleza cuando a mujeres como Athenea Pérez se les niega el irrefutable hecho de ser españolas simplemente por el color de piel. Siguen siendo importantes los concursos de belleza cuando a mujeres como Ángela Ponce se las encasilla con maldad en pronombres caducos que poco tienen que ver con quiénes son.
Siguen siendo importantes los concursos de belleza cuando mujeres como Angélique Angarni-Filopon (actual Miss Francia a sus 34 años) son víctimas de edadismo por haberse dado cuenta de que los sueños no se estropean a una determinada edad. Y siguen siendo importantes los concursos de belleza cuando hay candidatas que reciben insultos que rememoran al famoso 'Miss Piggy' con el que Trump apodó a Alicia Machado.
Este miércoles, España escoge a su representante en la próxima edición de Miss Universo. Y solo puedo esperar que la mujer encargada de hacerlo represente las cualidades a las que debería de aspirar cualquier español: corazón, determinación, espíritu crítico y respeto.
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