La crónica de Amilibia
Miren que felices son Pablo Iglesias y Bill Gates
Aunque les parezca mentira, Bill Gates y Pablo Iglesias coinciden en algo: la búsqueda de la felicidad. Y se muestran como ejemplos. Pablo la consiguió con su huida del poder oficial: ya está camino de la ataraxia del estoicismo tras las huellas de Marco Aurelio. No parece que su actitud pueda contagiar a los ministros podemitas: ninguno parece dispuesto a descansar del noble oficio de tocapelotas de sus socios socialistas, tarea agotadora, y tomarse un whisky al borde de la piscina mientras lía un cigarrillo, como hizo Pablo en Galapagar nada más dejar la Moncloa. El líder espiritual morado sabe que los suyos, por mucho que busquen la felicidad como él, no son gilipollas. Por eso, nunca les dirá desde sus púlpitos aquello de «dad todo a los pobres, dejad el sanchismo y seguidme». No caben todos en su cielo galapagueño.
Pero ni el estoicismo ejemplar de Pablo ni los consejos para alcanzar la felicidad de Bill Gates me sirven de mucho. Yo no tengo, como el gurú podemita, cargos de los que pueda dimitir.
Solo aspiro a reír con Diógenes el Cínico pidiéndoles a los poderosos que se aparten y no me quiten la luz del sol. Bill aconseja en las redes: «Olvida tu yo del pasado y piensa en tu yo del futuro. ¿Cómo imaginas que será tu vida en 20 años?». Dentro de 20 años ya estaré más muerto que el encargado monclovita de fabricar amuletos contra el gafe.
Pero Bill insiste: «Entonces imagina que hablas con tu yo en el Más Allá». Si me encuentro con mi yo en el Más Allá, ni le saludo. No creo en la otra vida, pero, como dice Woody Allen, por si acaso llevaré una muda limpia.
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