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La edad de Alexandre

La Razón
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A Manuel Alexandre le pasaba algo raro con el tiempo. Siempre le vimos viejo, idéntico a sí mismo en una eterna tercera edad moderada y calvita que daba más de sí que la juventud. Por eso los años parecían no afectarle, porque la vejez era como una profundización en sí mismo, un perfeccionamiento en la «alexandrez». Alexandre era como Dorian Gray pero al revés. Había hecho un pacto con el Diablo más sabio que el del personaje de Oscar Wilde: mantenerse siempre maduro y cargar su juventud sobre su retrato. Por eso éste ahora resplandece. Con los actores de toda la vida pasan estas cosas. Para eso son de toda la vida. Para eso son actores. O son siempre jóvenes como Concha Velasco o son siempre mayores. Su oficio les concede el don de elegir la eternidad que quieren, una atemporalidad a la carta que en el caso de Alexandre iba contra ésta época de las cirugías estéticas y las almas feas. Aunque le vimos en muchos papeles, yo a Alexandre lo tengo identificado con la tele de mi infancia, en los años sesenta; con una serie que daban después de comer y que creo que se llamaba «Novela». Le recuerdo en ella haciendo el papel de un profesor sin autoridad al que los alumnos le colgaban monigotes a la espalda, que él toleraba sin darle a eso importancia. Esos papeles de infeliz que es feliz, de pringao con dignidad, de pobre de espíritu al que el espíritu le sobra, Alexandre los bordaba. Yo creo que lo elogiamos tanto porque tenía dos valores que hoy escasean: bondad y respeto a sus propias arrugas.