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Paloma en El Vaticano

En Roma, mi paisaje favorito, mi monumento relevante, se llama Paloma Gómez Borrero.

La Razón
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Pasear con ella por la Vía Appia Antica, contemplar la vida desde el Ojo Mágico como una avenida sin final, cenar juntos en L'Archeologia y escucharla, sobre todo escucharla, sentados sobre las catacumbas, encierra un placer infinito. Ante la mirada de Ana y José Luis Leache, la Piedad de Miguel Ángel y el nuevo retiro de Karol Wojtyla, confieso que pasaría días frente a ella mientras desgrana las historias ignoradas y la vida de su Papa, Juan Pablo II, ya beatificado, los rincones escondidos de la vieja Roma, las leyendas de una periodista de leyenda.

Paloma conversa con la humildad de los sabios. Una noche descubrí que, siendo mocita y colegiala, recibía cartas de amor de un futbolista famoso, ya mayor, que había marcado el gol del Maracanazo. Que Juan Alberto Schiaffino, uruguayo con pasaporte italiano, se prendase de Paloma sólo nos tradujo su inteligencia emocional. Si hubiera tenido la suerte de escucharla hablar de Juan Pablo II, el Papa de la Juventud, habría cambiado la alegría del gol por su compañía.

Esta vieja historia, única secuela de fútbol frente a la bellísima Plaza de San Pedro, nos deja una conversación entrañable, compartiendo ciudad, ruinas, memorias entre piedras, alejados del enfrentamiento, envueltos en bondad. No es extraño que la eterna corresponsal de la ciudad eterna, la periodista más valiosa de El Vaticano, recibiese cartas de amor de un futbolista pues Paloma es, en sí misma, una carta de amor. Ahora, ya sabemos todos lo que se perdió Schiaffino. Lo ganó Juan Pablo II, Papa deportista y caminante, el personaje más trascendente del siglo XX, el hombre que nos une.