El derbi de Champions

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Ni cien días ni cien horas: a Mariano Rajoy no se le ha concedido más periodo de gracia que los chistes de Nochevieja y sobre él han caído las siete plagas de Egipto por un solo Consejo de Ministros. Si no llega a ganar las elecciones por mayoría absoluta a estas horas ya le estarían montando una moción de censura. Sosiéguense sus señorías, que aún no han pasado los Reyes Magos. Es verdad que puestos a sufrir un hachazo siempre se agradece cierta delicadeza y gracia en el lance por aquello que tiene de roce en la yugular. Si hay que pagar, se paga, será por dinero, pero estas contingencias se hablan, se explican y se razonan con mucha pedagogía, como para tontos. Porque si no se aclaran, aparte de tontos nos quedamos pasmados. La tarea, sin embargo, concierne tanto al PP, que es el cirujano, como al PSOE, que nos ha dejado al país en la UVI y encima se indigna por la inyección del tétanos. Los dirigentes socialistas han ocultado el déficit real, han dejado la Seguridad Social en números rojos y han multiplicado el paro por dos, en vista de lo cual se permiten dar lecciones de congruencia política. Nadie mejor ellos que deberían saber que, tras el 10 de mayo de 2010, al Gobierno no le queda más remedio que tomar las decisiones con un ojo puesto en los españoles, otro en Berlín y el tercero en Bruselas, que es donde se juzga a justos y pecadores. Si a Merkel y a Durao Barroso les gusta la música de Rajoy, ¿quiénes somos nosotros, pobres mortales, para clamar «de profundis»? Dicen los socialistas y los mártires de la fe que Montoro y De Guindos han sido incongruentes con las promesas electorales. Tal vez, pero puestos a buscar incoherencias en el Consejo de Ministros del 30 de diciembre la primera es que si a Zapatero le dieron el Collar de Isabel la Católica no le dieran a Rajoy la Orden de Lenin.
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