Elecciones municipales

Ole tus ovarios por Cristina L Schlichting

La Razón
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Cuántas cosas se les perdonan a los hombres. Ahora que ha muerto Santiago Carrillo, hasta los más conscientes de sus asesinatos reconocen su aportación a la transición. Lo mismo ocurrió con Manuel Fraga: hasta los detractores de su carrera con Franco alabaron su lucha por la democracia. Sin embargo, escuchaba esta semana a una analista censurar «las salidas de pata de banco» de Esperanza Aguirre y reducir su éxito ¡a la promoción del inglés en las escuelas! Sin temor a equivocarme, creo que Aguirre ha sido la mujer española que más lejos ha llegado en la carrera política. La vicepresidenta Fernández de la Vega tuvo gran poder, pero nadie la imaginó como presidenta. Su poder era vicario del jefe. Y Luisa Fernanda Rudí mandó en la Cámara, pero sin apenas protagonismo en la política real. En cambio, Aguirre ha sido un contrapoder dentro de su propio partido y se ha perfilado como posible presidenta de España en la mente de muchos. Es curioso que las grandes jefas de Estado europeas hayan sido de derechas: Angela Merkel y Thatcher. Dice poco de la izquierda. Para alcanzar un puesto así hace falta capacidad de mando, autodominio extremo, resistencia a la soledad y un olfato político que muy pocos poseen. Además –y eso es lo que le ha faltado a Esperanza– tienen que darse el momento histórico y el apoyo de un partido. Es curioso que en los casos citados –Merkel, Thatcher, Aguirre– se repitan las biografías. El padre como modelo; cierta falta de atractivo físico y un predominio de la capacidad de trabajo y de estudio. Como si la naturaleza las inclinase desde pequeñas a optar por un camino poco transitado tradicionalmente por las mujeres. Aún así, una jefa –porque esto es lo que son estas señoras– carece de testosterona, esto es, tiene que desarrollar a «pulso» la fuerza que muchos hombres heredan de la biología. Cuántas veces Esperanza Aguirre habrá tenido que impostar frialdad donde había nervios; dureza donde había debilidad; agresividad donde había temor. Hay quien lamenta que las mujeres se vuelvan un poco «hombrunas» en la lucha social, pero no es posible de otro modo. Los hombres tienden a elegir hombres como líderes y la jefa debe imponerse para medrar. No puede ser suave, porque se aprovechan de ella. Y, cuando es fuerte, es tachada de antipática o poco femenina. Esperanza Aguirre ha sido una jefa formidable. Ni siquiera tenía que alzar la voz: sorprendía al enemigo, asustaba a los pusilánimes, abría caminos imaginativos siempre. Me gustaría que ahora que tiene tiempo nos desvelase sus secretos. Pero es difícil que lo haga, porque tendría que reconocer también el sufrimiento personal que se experimenta cuando se paga el tributo de rendirlo todo a una carrera, hasta la salud. A mí me parece que si alguna vez una mujer española llega a la presidencia, tendrá que aprender de Aguirre y saber que nunca se le perdonará nada. Ole, tus ovarios, jefa.