Historia

Menorca

Historias de la mina: Atrapados en el subsuelo

Se quedaron aislados o vivieron un incendio. Los mineros españoles reconocen que, pese a que la vida ha cambiado mucho y el oficio se ha modernizado, el peligro es inevitable cuando se trabaja bajo la tierra

«Lo de chile no pasaría Aquí»
«Lo de chile no pasaría Aquí»larazon

Fue después, en el hospital, me estaba recuperando y entonces, allí, recé», recuerda el ex minero Lisardo Riera. El 15 de octubre de 1995 trabajaba la mina de Candín como hacía todos los días, pero a eso de las 20:15 de la tarde, sintió que pasaba algo raro...

Cuando recuperó la conciencia, estaba atrapado, pero vivo. No sabía por cuánto tiempo. Hubo un momento en que perdió la sensibilidad, dejó de sentir su cuerpo atrapado y creyó que esta vez era definitivo. Tuvo tiempo para acordarse de su hija de nueve años y lamentar que se quedara huérfana como le sucedió a él, con 12, cuando perdió a su padre, también en la mina. Además, tuvo la lucidez suficiente para acordarse de todos los demás, los que estaban cerca de él trabajando bajo la mina: «¿Qué les habría pasado?». Lo supo más tarde, en el hospital, cuando se puso a rezar para dar gracias porque no había llegado su momento. Dos compañeros murieron en la mina; dos llegaron al hospital, pero no sobrevivieron. Lisardo, como Juan Enrique Orviz, se salvó.

Los mineros atrapados en Chile han reavivado los recuerdos de muchos mineros españoles, de cuando trabajar bajo tierra era un camino seguro hacia la silicosis, por el polvo del carbón; o peor, una muerte aplastados por un derrumbe, una avalancha de agua o un incendio. «Ahora se ha mejorado, ha habido un gran cambio en los últimos 15 o 20 años. Hay más seguridad, más ventilación, mascarillas y sobre todo se ha modernizado el trabajo, con muchas máquinas, que hacen el trabajo más duro», dicen desde UGT-SOMA. Ha pasado la época de las reconversiones y de los encierros de los mineros o las grandes manifestaciones que paraban el Paseo de la Castellana de Madrid, como recuerda un minero con nostalgia.

El mundo se ha modernizado, ha mejorado y ha variado para siempre la idiosincrasia minera. Antes, los mineros que hacían el turno de la mañana llegaban al bar de la mina de noche tras un madrugón tremendo. A las 5:00 se tomaban la copita de anís para entonarse y junto a sus botas, que habían dejado la noche anterior en el bar, estaba la bebida para bajar al tajo: solía ser vino de mistela (porque aún se podía beber dentro de la mina). Después al terminar la jornada, quedaban otra vez en el bar, tomaban vino con pepsicola, el típico calimocho, hasta que por fin el autobús los repartía por los distintos pueblos.


Vida de minero
Era una vida dura, con más sacrificios que satisfacciones. Esa vida ya no es así. Lisardo sufrió, tuvo un accidente, pasó años de su vida bajo tierra, pero lo que recuerda ahora, de veraneo en Menorca a finales de agosto, es que «te pagan todos los meses, que sabes que tienes trabajo, que vas a tener vacaciones. Es un trabajo muy duro, pero te acostumbras. A todo te acostumbras».

Pero al principio, si has vivido cerca de la vida minera, la primera intuición era alejarse. Aunque parece imposible: es un trabajo que se transmitía a los hijos, como si estuviese en los genes. A Mario, ahora ya prejubilado, se lo transmitieron. A los 24 jugaba al fútbol y pensaba que él sí se iba a librar de bajar a la mina del pozo Sutón, como había hecho su padre, sus tíos y casi toda su familia. No podía olvidar la muerte de su padre, por culpa de la silicosis, después de que durante toda su vida, el carbón se metiese en los pulmones hasta inutilizarlos. «Era raro el minero que no tenía silicosis. Mi padre tuvo de primer grado, bronquitis, y fue una muerte muy dura. No podía respirar». Mario había estudiado, pensaba que no iba a necesitar meterse bajo tierra, pero tenía una hija «y aunque a principios de los ochenta la crisis no era como ésta, tampoco se estaba bien».

Encontró la mina, como había hecho el resto de su familia, como si no se pudiese engañar al destino, y allí descubrió que es inevitable que el polvo se meta por todos lados, que por culpa del sudor se pegue al cuerpo, y luego es imposible de quitar: debajo de las uñas, con una lima muy fina, al final se puede. Pero lo peor son las pestañas. Ahí se pega el polvo negro y sólo mojando el pañuelo con saliva es posible limpiarse, «aunque casi siempre parece que tienes los ojos pintados».

Pese a que Mario no ha sufrido como su padre, el peligro continúa porque es inevitable. Debajo de la tierra nunca sabes lo que puede pasar. En cualquier momento estalla algo, se produce un incendio y todo el mundo tiene que buscar el refugio. El minero que cuenta la historia de un incendio prefiere no decir su nombre, cansado de recordar, pero las imágenes que relata asustan: la comunicación se cortó, se quedaron a oscuras y de repente el aire se hizo muy pesado. El jefe de equipo durante este fuego tenía 27 personas a su cargo. «No pasé miedo, porque en este caso estaba localizado y sabía que íbamos a controlarlo y salir de la mina». Enseguida comprendió que mantener la calma era el primer paso hacia la salvación y eso es lo que hizo. Dirigió a sus hombres, logró cambiar la ventilación y esperó a que el equipo de salvamento llegase para sacarlos de ahí sin rasguños. «Recuerdo que la gente estuvo muy fría, muy tranquila, salimos bien y, sobre todo, mucho más unidos tras aquella historia. El peligro une mucho».

Casi todos los mineros tienen una historia que contar, una pesadilla con la que se acostumbran a vivir. Si no es la historia de un accidente, es el de un rescate de un compañero. «Ahí la situación es complicada. Piensas que lo más importante es actuar pronto, moverse con agilidad y a la vez con precaución para no poner en peligro tu propia vida», cuenta Mario. Si eres joven, el accidente te marca más, es como una especie de bautizo de la mina: esto es lo que te espera, abandona toda esperanza.

Mario era un recién llegado en su primer accidente, aún no controlaba el oficio: no sabía dónde colocarse, cómo salir si el mundo, de repente, se caía. Estuvo hablando con un compañero, tan joven como él. Un tiempo después se produjo un derrumbe. A él no le pasó nada, a su compañero sí. Cinco minutos antes había estado hablando, cinco minutos después, le estaban buscando desesperadamente. Cuando le encontraron era tarde.


Vuelta al trabajo
El sufrimiento de los demás es peor que el sufrimiento propio. Lo sabe Juan Enrique Orviz, que estuvo en el mismo accidente que Lisardo Riera en la mina Candín. Él no tuvo la extraña suerte de perder la conciencia al instante y vivió despierto todo el proceso de rescate. Como ha relatado al periódico «La Nueva España», a su sufrimiento tuvo que añadir el de un compañero que, a su espalda, se iba muriendo. Él le decía: «Aguanta, compañero, pero era imposible. Se desangró. Se me pone un nudo en la garganta cuando lo recuerdo». Juan Enrique no ha querido recordar más. Tras lo de Chile, tras las llamadas en busca de su testimonio se ha tomado un tiempo de vacaciones para asumir los recuerdos.

Después del accidente, la vida continúa y los mineros tienen que volver a trabajar. En Chile, se han hecho propuestas de recaudar dinero para evitar que los que van a pasar meses atrapados regresen a la mina. Como si no supieran que es parte del oficio. Si has sobrevivido, si has logrado recuperarte de la baja, la mina siempre sigue esperando. Lisardo cuenta que tuvo un tiempo de adaptación, que el primer día tras el accidente fue duro, pero que después, enseguida te adaptas. Marino dice lo mismo. El tiempo hace olvidar casi todo, puede que también el miedo. Marino habla de su accidente con cierta distancia. Se cayó, lo pasó mal y le rescataron. Es la vida de minero: un accidente y sentir la muerte, atrapado en el subsuelo. ¿Qué se piensa, Marino, entonces?
–«En la claridad del día».


«Lo de chile no pasaría Aquí»
El viejo mundo de la mina y el minero clásico queda lejos de los más jóvenes, casi como el accidente de Chile. «Aquí eso no pasaría», asegura un minero español.Para los que empiezan ahora en la mina, el trabajo es más fácil que para quienes los hicieron en los años 60 o los 80. Aunque siguen bajo tierra, la vida ha cambiado, los trabajos más duros los hacen las máquinas. Ya casi nadie pica, que era cuando había accidentes, y cada día quedan menos mineros. Algunos piensan que habrá un día que no sean necesarios. Que será más barato otro modo de obtener materias primas.